Carta a un periodista muerto

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

El soliloquio que se trae Ramón Quesada en este artículo versa sobre Rafael Alcalá de las Peñas, redactor que fue del Diario Jaén y preceptor suyo, de la mano del cual llegó al rotativo provincial. Con motivo del fallecimiento del redactor, Ramón rememora en esta crónica, entre otras vivencias, el episodio que le llevó a ingresar en el elenco de colaboradores del periódico, donde permaneció durante cincuenta y cinco años, hasta la hora de su muerte.

Querido amigo Rafael: ¿Te acuerdas? Fue en 1957, en junio. Antonio Vico, a la sazón secretario particular del alcalde de Úbeda, quien le distinguía por méritos con el menester de jefe de protocolos y ceremonias, fue quien nos presentó aquella mañana. Te dijo, parece que lo estoy viendo, que yo, ¡pobre de mí!, era un escritor a la vista que ya colaboraba en Vibraciones, una revista local de poca tirada que se hacía en los talleres de Jaén. Y no sé si tú te lo creíste; pero el caso es que me dijiste exactamente: «Amigo Ramón; me marcho esta tarde para Jaén; prepárame algo para publicarlo mañana mismo». Yo, ¡para qué negarlo!, me creí en aquel momento algo importante.

Y te lo llevaste. En tu cartera de mano, bastante ajada, te llevabas un pobre artículo mío que era toda mi ilusión, toda “mi importancia” con el título de “Sinfonía de paz” que, temeroso no sé de qué, firmaba con el seudónimo de Ramón de Alba. Era un trabajo corto, más bien sencillo, imprevisto casi, que hablaba de las Bodas de Oro de la Adoración Nocturna de mi pueblo, lo primero que me vino a la cabeza con aquellas prisas, tan llena de pájaros. Tenemos que hacer canto… Pero para hacer canto se necesita de letra y música. Yo cuento con ambas cosas espiritualmente: comenzaba “mi ilusión”, “mi importancia”.

A partir de aquí, siguieron “Úbeda blanca y gitana”, ya con mi nombre de pila, ya perdida la vergüenza en el mejor sentido de la palabra; “El delantero de color”, “La incógnita”, “Monumento y flora”, “Otoño en Úbeda”… yo te enviaba directamente a ti. Y así, mi querido amigo Rafael, ahora ausente sin esperanza, hasta unos cuatro mil artículos publicados entre Diario Jaén y otros medios de difusión escritos y orales, llegando gracias a este lunes 22 de octubre, que no hubiese querido escribir por motivos obvios.

R. Browning, dramaturgo inglés, al borde de uno de sus desvaríos, murmuró: «¿Quién sabe si el mundo no terminará esta noche?». Para él, la noche sólo tuvo unas horas a continuación de su frase.

La noche, tu noche, te ha llegado en otoño. ¿Por qué esta estación, de la que emerge noviembre, mes triste al que llaman “de los muertos”, te ha sido tan inflexible? Pero tu edad, Rafael, no era precisamente de primavera; tampoco, seguro, un invierno sin la esperanza de otro calor que el tímido sol mortecino.

Tus energías, aunque deterioradas por la enfermedad, aún querían, estoy en ello, vivir. Vivir para ti mismo. Vivir contigo, con tu alma de trovador enamorado de la vida. Vivir, vivir, vivir… Pero, tus energías no eran tú. Tus energías fueron la vida; y si no, que se lo pregunten al coso de La Alameda, el de los toros. Como vio la corrida, así se la contó Rafael Alcalá, terminaban sus crónicas de toros, festivas de ferias y de regocijos.

Es curioso. La gente, amigo Rafael, tiene en estos tiempos mucha prisa. Se va por la vida de prisa y de prisa se busca la muerte. Como si los frenos, que son ni más ni menos que la voluntad, estuviesen rotos. La prisa ‑lo sabe todo el mundo‑ es una enfermedad incurable, porque las exigencias modernas son incurables. La meta de la enfermedad, tristemente ‑como tú sabes‑, es la muerte. Se muere, como tú, porque sí; porque la muerte, según dicen, tiene algo de herejía biológica. La muerte, tu muerte, Rafael, ha sido un error ¿biológico?; a lo peor una herejía del destino, esa “cosa” ciega, cierta, que sabe dónde estamos.

No sé, pero tengo la sensación de que tú no has tenido prisa por curarte; porque tú, dicharachero, agudo y festivo malacitano, pensaste, a lo mejor, que curarse era una heterodoxia o un desvío de tu ética de costumbres. El hombre, moderno, no; el hombre de estos tiempos no se preocupa al menor síntoma; al golpe de tos, al estornudo, al dolor de cabeza o de muelas.

Tú, amigo Rafael, no has sido impaciente. Te dejaste llevar, creo, como un paciente que, ¡eso sí!, tenía sus remedios y sus curas en Dios. Tú, para ti mismo, no fuiste egoísta. Curarte, para ti, ha sido sencillo; pero te has curado sólo para ti… y para Dios. A los demás, a tu familia y a tus amigos, “les ha partido un rayo”, digo porque lo he sentido como tu muerte; que, como la de Browning, ha sido tu noche, sólo tu noche. Tengo tu voz grabada en mi memoria. Y la tengo en una cinta en la que, en la velada necrológica que los informadores de Úbeda dedicaron en noviembre de 1976 al torero “Carnicerito de Úbeda”, en el santuario del Gavellar, tú le hiciste tu panegírico. Acabo de ponerla en el magnetófono y le dijiste al diestro muerto: «Muy breves mis palabras, porque tanto se ha contado, tanto se ha glosado aquí la vida y la muerte de Antonio Millán, que Rafael Alcalá, periodista en Jaén, ya no tiene palabras para volver a panegirizar. Sí digo, muy brevemente, muy lacónicamente, con el alma, cuando un amigo se va. Es cierto. En el alma, que es donde mora el Destino, y de donde nacen la noche y el día, también cabe la copla y el llanto. Y nuestra amistad, tan vieja, aquí tiene un santuario. Me adentraré por las noches en mi alma cuando quiera saber de ti. Descansa en paz».

(22‑10‑1990)

 

almagromanuel@gmail.com

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