El horror

Por Mariano Valcárcel González.

El horror en su estado puro, real, horror real no inventado o maquillado, no elaborado en secuencias truculentas de imágenes más o menos efectistas, más o menos preparadas, más o menos cargadas de vísceras, sangre de atrezo y muestrarios de carnicero.

El horror horrible en su crudeza viva y actual. Cotidiana.

El horror representado sencillamente en una fotografía en blanco y negro, servida por una revista y con pie de foto que indica que lo que estamos viendo son una madre y una hija, de tres años, a las que un hombre ha bañado en ácido. Hasta ahí el hecho.

El hombre que se venga de no se sabe qué afrenta de honor o de no se sabe qué pecado cometido contra el sistema social o religioso establecido, y al que ha de seguir consecuentemente el castigo. Castigo del pecado y de la afrenta que los animales que allá habitan (que no hombres) animan a cometer, estimulan, santifican y justifican. Horror a los individuos que en esa imagen no se ven. Horribles personas (si lo son) con sus máscaras de gente normal colocadas. Tremendo. Ahí está la madre y la hijita, desfiguradas hasta lo inaguantable, andrajosas, expuestas frontalmente a la cámara que ellas no ven desde sus cuencas quemadas, vacías. Se les roba una foto que nunca podrán contemplar. ¿Qué les roba el fotógrafo…? Ya no puede robarles nada pues, en apariencia, nada tienen.

Un día tuvieron rostro. Un día tuvieron vida. Sonreirían, llorarían, hablarían y se comunicarían aguantando la dureza de la vida en las estepas del oriente medio, desértico y cruel. Llanuras, mesetas y cadenas montañosas más para héroes que para humanos. O para fieras. Lugares legendarios por los que todavía resuenan los cascos del caballo de Alejandro o las descargas de fusilería de los cipayos imperiales. Ellas vivían intentando no ser doblegadas por la dureza extrema del medio, ni por la no menos penosa de la sociedad. Pero no.

Porque allí andaba libre la bestia en pos de víctimas. La bestia del fanatismo más atroz. De la involución humana. La ferocidad que todo lo aplasta en nombre de qué ideas absurdamente transmitidas, aprendidas, manipuladas. La regresión a la caverna. Siglos y siglos perdidos, echados a pique en el pozo negro del absurdo.

En esa sima nos hundimos todos. Las gentes de estos pueblos, analfabetas, míseras, que se sienten gobernadas por religiosos radicales, apegados como lapas al pie de la letra (borrosa de tanto manoseo). También nosotros, nuestra sociedad supuestamente avanzada, ya demostramos ser tan ciegos como para lanzarnos en masacres criminales, siguiendo irreflexivamente a los falsos (los verdaderos no existen) profetas de cuentos inmorales. Cuentos inmorales de superioridad de raza, igualitarismos forzosos, paraísos en la tierra, o en el cielo.

Sí, obramos como meras marionetas en manos de otros, unos pocos, que nos manejan. Y si nos mueven para que le demos el estacazo al que tenemos delante se lo daremos. Lo malo de ello es que nos dejamos llevar… No es extraño, pues, el enfrentamiento, el odio, la acción cuando es necesaria (o sin serlo) para acabar con los que no son de nuestra religión, nuestras ideas, nuestros colores físicos y simbólicos, nuestra tribu. Metidos en nuestros negros agujeros, aguijoneados por la ponzoña de quienes solo buscan el mal de los demás para conseguir su exclusivo y particular bien, cegados, embrutecidos, no hemos hecho (y seguimos) nada más que daño, crear dolor, lanzar ácido a los rostros, violar, perseguir, fusilar o degollar, exterminar física y socialmente… Pongámonos la mano en el pecho y admitamos la horrible verdad.

Paradógicamente, en esta fotografía yo veo mucho más… Porque hay más.

Ahí está la salvación, la verdadera salvación de todos los humanos. Las dos están acabadas en apariencia, míseramente vestidas, desfiguradas…, pero…, hay un gesto, mero gesto, que todo lo cambia, que lo vence todo y todo lo supera. La madre avanza su ¿rostro? hacia la niña y esta, en un gesto infinito de amor, vuelve su cabeza hacia ella para ¿besarla? O recibir un beso, y su brazo izquierdo rodea totalmente la cabeza materna, abrazándola.


En esa imagen del horror hay a la vez una imagen del amor. ¿Qué mensaje es más poderoso, cuál de los dos se impone…? Fácil es optar por lo trágico, por lo más evidente, pero ¿haremos bien en abandonar toda esperanza? Este gesto redime a la Humanidad entera. También nuestro tiempo es tiempo de redención y milagros.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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