Por Mariano Valcárcel González.
Había películas de hace años, decenios, a las que se denominó “de teléfonos blancos”. Eran películas de alta sociedad, comedias amables o musicales, en las cuales los teléfonos siempre eran, efectivamente, blancos o con detalles dorados, en contrapunto a los que conocíamos y ocasionalmente utilizábamos de baquelita negra e incluso sin disco marcador, pues el automatismo nos llegó bastante tarde a estas tierras jiennenses. Y aquellas elegantísimas damas y los caballeros con bigotito boquerón y miradas terribles usaban aquellos níveos teléfonos con una naturalidad y soltura sorprendentes, pues ni se preocupaban por el coste de la llamada que, a nosotros ‑de hacerlas‑, nos resultaban carísimas (y así seguimos con las llamadas desde los móviles).