Creo que ya he comentado que por desgracia mi despiste congénito hace que marche por las calles enfrascado en lo que quiere dirigir mi turbia mente, que me domina y anula de tal forma que me cruzo con personas a las que debiera el saludo y no se lo brindo.
Pensarán que soy arrogante, antipático o mal educado; algunas, tal vez sabiéndolo o intuyéndolo (no esto, sino lo anterior), o porque me conceden el beneficio de la duda o su deferencia, me saludan antes que yo lo haga, contestándoles de inmediato manifestando mi sorpresa o confusión.