Hoteles

Al contrario que lo del artículo anterior, y del auge del alquiler de apartamentos, lo que se vino prefiriendo era irse de vacaciones  a un hotel. Las amas de casa, sobre todo, lo tenían bien claro, que ahí no tengo que preocuparme de nada, que todo me lo hacen. Y básicamente es así.

Los hoteles se clasifican por estrellas, como en el ejército, y a más estrellas supuesta más categoría. Un general de cinco estrellas ya es la repanocha, pues eso, pero en hotel. Sin embargo es engañoso, no tanto en España como en Italia o Francia u otros países de larga trayectoria turística, que te ofertan o alojan en hoteles que debieron ser degradados en corte marcial hace ya años… ¿Cómo se explica?, pues que en su momento fueron buenos establecimientos según los criterios de la época, pero luego no se renovaron ni remozaron las instalaciones; no hicieron ni la más mínima reforma. Corremos un serio peligro de que esto pase también acá, en realidad ya nos pasa, que uno empieza a ver hoteles de alta graduación en los que las deficiencias son más que evidentes. Quienes tienen la obligación de inspeccionarlos de oficio, da la impresión de que son algo parcos en ese ejercicio.

Así que nos vamos de hotel esta temporada.

Con suerte, podremos disponer de habitación hacia las tres de la tarde; así que no empujen por la carretera, que no por mucho correr estará preparada antes (ni la mía ni la suya). Y esto sin contar con el trámite de registrarse en recepción; que, si es en los días masivos de entrada y salida (más masivos si coinciden las entradas de autobuses de tour programados), la espera puede parecernos eterna. ¿Qué hacemos?, ¿dónde dejamos la impedimenta?, ¿podemos comer, o no, en el comedor del hotel (porque hambre ya venimos arrastrándola desde la madrugada…)? Miras las caras de los que llegan y ves cómo se van transformando, alterando caras y cuerpos ‑que la gente se altera rápido‑, y ves a los de recepción sudando a mares, si son poco rodados (que es lo general), o poniendo cara de póquer (incluso desapareciendo), si ya tienen costras en el oficio.

¡Vaya, por fin podemos subir a la habitación! Ya tenemos la dichosa tarjeta magnética en nuestras manos (o el llavín con el lastre de su enorme llavero numerado, para que no se nos ocurra llevárnoslo). En lo tocante a llevarnos, preferimos los botellines del minibar, las toallas, lápices, libretillas, complementos de aseo; y ya puestos a hacerlo a lo grande, pues las sábanas, algún cuadro, el mando de la televisión y, si podemos, la televisión misma.

Volviendo a lo de la tarjeta magnética, este tipo de cierres son duros de pelar para quienes no están habituados; que te encuentras en el pasillo a más de uno delante de su puerta, metiéndola y sacándola (la tarjeta), sin que el pestillo ceda ni un ápice; que la lucecita sigue roja y el individuo, con su familia harta de esperar diciéndole e indicándole que lo haga así y asá, mirando la tarjeta con cara de incredulidad o rabia.

Lo que nunca advierten en la recepción es que esas tarjetas llevan bandas magnéticas y, según donde las sitúes, pueden desmagnetizarse, lo que es muy fácil si las colocamos cerca del móvil u otro chisme con circuitos electromagnéticos; por eso, tiene muchas posibilidades de llegar a la habitación y no poderla abrir. Sirven también para mantener activo todo el sistema de acondicionamiento y eléctrico de la habitación.

Al cliente, accidentalmente vacacional, le encantan los detalles del baño (amenities en la jerga profesional), por otro lado necesarios, como jabón de manos, champú y gel, gorro para ducha, secador, algún peine… Tienden a ser cicateros en algunos hoteles y el cliente debe andar de pedigüeño por la recepción, con la posibilidad de dar con el más rácano de los conserjes o el que esté de peor humor. El experto llevará siempre en su equipaje esos productos, por si acaso. El novato tendrá que salir a buscarlos a las tiendas próximas (si las hay). Reponer estos y otros productos, así como adecentar cada día las habitaciones, dependerá de las camareras de planta. El empresario que solo va a la ganancia de temporada alta tendrá pocas y se eternizará el servicio; obligado como estás a salir de la habitación de mañana, por el horario del desayuno o el ruido que meten estas empleadas por los pasillos (si no es que ya están llamando a la misma habitación para entrar a limpiarla), sueñas con volver para cambiarte o, ya almorzado, para echarte una siestaza; mas ¡ay!, puede que la habitación todavía no esté hecha.

Los vejetes de los programas del IMSERSO lo solucionan bajándose a dormir a los sillones del hall (ahí algunos se pueden pasar todo el día).

Catalogar a los usuarios es fácil, sobre todo cuando los observas en el autoservicio de comedor: ¡qué manera de llevarse los platos!; ¡qué forma de ir y venir a los mostradores!; indecisos, que pasan una y mil veces por el mismo lugar, mirando con cara de grima; los que siempre van a los mismo, sin atreverse a probar cosas nuevas; el glotón que pone el plato en plan pirámide escalonada… Los comedores, la piscina y la hora del espectáculo o del baile (si lo hay) son los puntos de encuentro de tanto y diverso habitante. Luego, la noche y sus múltiples sonidos, ruidos y follones varios, que estás perdido si en la habitación de al lado te ha caído un grupo de vándalos con nocturnidad y alevosía, o el nene berreando sin parar. Los sifones, bajantes y duchas funcionando. Puertas que se golpean o esos grupos que van juntos y se van gritando o avisando de puerta en puerta… Genial para lograr ahorcarlos.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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