Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Que Ramón Quesada ha sido un hombre de grandes sentimientos está fuera de toda duda. No era la primera vez que le había oído hablar de alguien, refiriéndose a él como “amigo de alma”. Claro, sin duda que sería muy amigo suyo, o más que amigo, de tal modo que el calificativo ya se le quedaba corto y buscaba el de grado superlativo. Entonces, Ramón, bien podría ser una persona con muchos amigos, o bien tener el alma muy grande. O las dos cosas a la vez, que sería lo más seguro. Yo, por mi parte, puedo presumir de ser uno de aquellos “amigos del alma, de los que se cuentan con los dedos de una mano”. Desconozco quiénes serían los otros cuatro, si es que los hubo ‑tampoco es que me importe mucho‑; pero lo que sí es cierto es que a Ramón le salía del alma. Y eso me basta.
Con Antonio Pegalajar le unía su pasión por el fútbol y el deporte; también el hecho de residir ambos en Jaén, por lo que lo consideraba, más que amigo, “hermano”. No es de extrañar que sus pláticas se eternizaran a la menor oportunidad de encuentro, como por ejemplo podía ser en medio de la calle, convirtiéndola en su hogar, como dice en este artículo.
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