Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
En este artículo, Ramón Quesada nos muestra una glosa con datos biográficos y de la obra poética de Juan Martínez García (1916‑1963) quien, por amor a su ciudad natal, tomó por apellido “Úbeda”. Realizó algunos cursos en el seminario de san Felipe Neri de Baeza, los que abandonó, atraído más por las letras y la poesía. Llegó a ser el más joven redactor del periódico La Provincia y colaboró también en otros medios de comunicación.
No ha trascendido suficientemente su extensa y exquisita labor poética, a pesar de los numerosos premios obtenidos. Nuestro articulista lo calificaba como «Uno de los poetas más logrados por su agilidad lírica, nacida de sus nobles sentimientos y de su delicada humildad, que le hicieron poeta de grandes horizontes y diáfanos designios; puede que el más fino y romántico vate nacido en Úbeda en todos los tiempos».
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Han llegado a mis manos ‑gratitud que debo a mi buen amigo y finísimo escritor Alberto López Poveda‑ unas publicaciones que hace años ‑seis‑ y en homenaje póstumo a Juan Martínez de Úbeda editó, por delicado encargo de una buenos amigos del malogrado poeta, Imprenta de la Loma.
Uno de estos libros, Últimos poemas, es un escogido juego lírico que nos da el contorno humano del poeta y de sus sensibles amaneceres. El perfil estético, romántico y sociológico de Martínez de Úbeda aparece fuertemente enraizado al conjunto que, en Jaén, bajo la bóveda soleada de esta provincia, siguen la tradición decorosa de la poesía y de la verdad. De estos poemas ‑los últimos que escribió‑, emana una corriente de preocupaciones infinitas por las bellezas de Dios, del hombre y de las cosas, y su talento preclaro, su decoro en la expresión y la transparencia y sosiego de su alma noble muestran la sencillez de un corazón dispuesto al vuelo postrero.
Somos nosotros con nosotros.
Quiero decir que nos sentimos solas
las almas, junto al mar, donde las olas
trotan salvajes como blancos potros.
Es también Martínez de Úbeda un enamorado ferviente de su ciudad natal, y en su amplio despliegue de la estrofa en versículos, en su pulcra tensión estilística, están siempre ‑o casi siempre‑ entrelazadas su tradicionalidad ubetense con su temática y retórica; en sus poemas de estrófico más ardoroso siempre su pueblo está presente a la hora de analizar y de conjugar.
Yo te pido perdón, Úbeda mía;
perdón por este robo
de tu nombre. ¿Por qué no te lo dije
aquella vez primera, cuando ebrio
de sangres imposibles, me lo puse?
En estos grupos de las composiciones líricas del poeta existen antecedentes profundos de su formación espiritual y, coincidentemente, su madurez a la prosa y al comentario sacro. Su “material” creador, ante los temas religiosos, dan la impresión de que su pensamiento está en Él largamente sosegado y diáfanamente predispuesto a las transparencias teológicas.
El alma se define
como una tierra grande poblada de armonía,
como una tierra donde Amor es una siembra
perfecta y numerosa.
A veces hay un ángel
que dicta sus deseos
y el corazón entonces se abre a sus palabras
y dulcemente bebe
parábolas de oro que sólo Dios conoce.
Recojo junto a este libro del que hablo, otro quizás más entrañable y hondamente humano: se trata de Elegía al pastor de Marmolejo; un canto extenso a un hecho histórico sucedido en los temporales sufridos hace unos años. La intención positiva y moralizante del autor, ante la desgracia del prójimo, es clara. Como se ve, en esta elegía al pastorcillo y a su aventura, la obra de Juan Martínez de Úbeda cobra toda la fuerza y sentido en la humanización prosista que requiere el momento.
Cuando esto escribía, ya el poeta se enfrentaba con su propio dolor, y sus heroicidades grandes, puesto que sabiéndose morir es capaz de poetizar, con una profundidad psicológica admirable, de la muerte de un semejante. Por eso es fácil adivinar, por los trágicos vericuetos de este libro, un presagio de la propia desaparición. Se advierte pues, recorriendo el texto de Elegía al pastor de Marmolejo, dos significados trascendentales: la muerte trágica del protagonista y el presentimiento sereno del autor ante la suya.
(17‑06‑1976).