1.- Aquellos años de ingenua felicidad.
El colegio de Valprados era el mejor de toda la provincia: amplio, moderno, limpio y muy cuidado. A la entrada, había una explanada grande y espaciosa, como la plaza de un pueblo, cercada por tres edificios de estilo renacentista: a la izquierda, la iglesia, con una torre esbelta y distinguida; enfrente, el pabellón principal en el que destacaba un espléndido patio de columnas que hacía funciones de gran distribuidor, desde el que se accedía a las estancias de los jesuitas, a la residencia de profesores, al comedor y a nuestros dormitorios; y, a la derecha, se encontraba el tercer edificio, con las clases y las salas de juegos para los días de lluvia. En la parte posterior de la finca, habían allanado los desniveles del terreno para proyectar los campos de deportes, construir los talleres y el gran salón de actos con capacidad para ochocientos alumnos.