La tendencia de cualquier estructura estatal no basada en una verdadera democracia, y por tanto no madura, es la de considerar a sus ciudadanos como seres menores de edad o tan imbéciles que sea imprescindible el estar sobre ellos, decidir por ellos, hacer lo que se crea conveniente, pero sin la mínima intervención de los mismos. Tenerlos en permanente tutoría. Vamos, que pervive el viejo espíritu del Despotismo Ilustrado con su «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».
De ahí se sigue bebiendo, en la acción diaria de gobierno, de la prácticamente totalidad de los estados planetarios, con sus gradaciones correspondientes.