5.- El rostro de los condenados
A “El Colilla” le hace mucha gracia que se lo recuerde. Al llegar la Cuaresma, hacíamos ejercicios espirituales. Decía el padre Velasco que eran necesarios para reforzar la fe, ordenar el pensamiento y orientar la conducta en la buena dirección. Pasábamos tres días sin hablar una palabra, comíamos algo mejor, meditábamos y dábamos gracias a Dios por habernos elegido entre tantos niños pobres para estudiar en aquel colegio tan prestigioso.En aquel tiempo, estudiar era un lujo reservado a los hijos de los ricos o una obra de caridad dispensada a los pobres, como una limosna: «Enseñar al que no sabe». El porcentaje de analfabetismo, en la provincia, superaba el cuarenta por ciento, aquellos años, tanto en niños como en adultos.