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Úbeda: mis amigos los niños

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Hace cuarenta y tres años, cuando Ramón Quesada escribió este artículo, el ser humano hacía sólo dos que había puesto por primera vez el pie en la Luna. Un hecho que motivó un esperado maridaje entre la ciencia empírica y la ficción. Las alucinaciones dejaron de ser hechos lunáticos aislados para convertirse en experiencias realizables. Se hablaba de la “máquina de pensar”, de humanoides teledirigidos y, en general, de un mundo robotizado con unas expectativas donde cabía todo lo imaginable.

Ramón, en su demanda informativa y como mero transmisor de la misma, llegó hasta el origen donde se forjan las futuras inteligencias, y donde mejor que en una escuela normal de niños, enriqueciéndola con su punto de vista.

La máquina

La profecía de George Orwell, seudónimo de Eric Blair, para la primera década de 1980 es ya una realidad en 1971. El escritor, que mostró siempre una postura lúcida y vigorosa en la crítica, vertiendo en su novelas la apasionada rebelión de una moral severa, pensó en una habitación repleta de niños en los que se educaba al mismo tiempo en que dormían, por mediación de receptores de radio colocados debidamente bajo la blandura confortadora de las almohadas. Ahora, personas que parecen descansar tranquilamente están estudiando. El subconsciente está ocupado en las más diversas materias ante la voz pedagógica de la radio. «La letra durmiendo entra», podría decirse; pero opino que no debe ser muy cómodo interrumpir el sueño a media noche para, con machaconería, repetir una y cien veces la lección que durante el día hemos estudiado. Mas, para alivio de los abnegados hombres que se pasan la vida en la loable tarea de la educación, diremos que son muchos los estudiantes que prefieren el sistema tradicional. La máquina, en este caso concreto, no podrá desplazar al hombre en la labor sublime de dar luz al cerebro humano. Sería algo así ‑diremos a modo comparativo‑ como hacer que la madre alimente al niño directamente de un pecho de latón, que se encuentra a cientos de kilómetros, y cuya composición láctea se administra apretando un botón.

El hombre

Hace unos días, he tenido la inmensa satisfacción de apreciar la naturaleza del hombre, su destino y la coyuntura histórica y ambiental en los diferentes conceptos de la educación del niño. Todo cuanto encierra la ternura y el amor en el desarrollo de sus facultades mentales me ha sido dado a conocer por un magnífico grupo de profesores que hacen del Colegio Nacional Mixto Santísima Trinidad, de Úbeda, modelo y ejemplo en el difícil arte de enseñar amando.

En los corredores, patios, comedores y aulas, así como en su refinada exposición, he sentido el orgullo de esa práctica educativa al ver reflejarse por todas partes la perfección en la enseñanza de estos verdaderos maestros en el arte de persuadir y artífices del resultado físico‑moral del hombre. Por todas parte ‑repito‑ he encontrado la huella de una acertada, delicada y maravillosa dirección; pues palpable está, y justo es decir, que la ejemplarísima señorita Chicharro, directora del Grupo, tiene relevantes cualidades para hacer del niño, el hombre; pieza fundamental de una sociedad que sabemos cada día más exigente.

De los diferentes ejercicios, tanto físicos e intelectuales que esta grey infantil nos brindó, hemos de mencionar especialmente el momento escénico de la obra La princesa cautiva, en la que la niña de cuatro años, Elena Merelo, demostró poseer un cerebro privilegiado y unas cualidades escénicas que muchos niños promesa del séptimo arte envidiarían.

La pedagogía actual, por su contenido, y como dice García Hoz, constituye un proceso que dura toda la vida; por lo que, desde su raíz, es preciso un desarrollo de actitudes y capacidades que hagan del ambiente en el que convive el educando un lugar ameno y que, al mismo tiempo, le dignifique. Todo esto, y para nuestra tranquilidad de padres exigentes, tiene este colegio; con toda seguridad único en su clase entre los colegios ubetenses.

Máquina‑hombre

Si bien la máquina está demostrando, en diferentes lugares y determinados oficios, que es imprescindible, puesto que su económico funcionamiento implica una reposición de emolumentos considerables, es notorio que no siempre esta constituye un invento eficaz. Me refiero concretamente a la máquina como medio educativo, a pesar de las afirmaciones del novelista Orwell y sus optimismos. No es raro, pues, que el hombre imponga su talento natural e innato a la insensibilidad de un conjunto de chapas y tornillos que no pueden tener corazón y, por tanto, sin capacidad para amar y menos para instruir.

He de decir, con todos los respetos y admiración que me merecen los científicos que han dado vida y forma a estas máquinas, que es incomprensible y absurda paradoja admitir una relación, en cuanto a la enseñanza se refiere, entre niño y máquina. La pedagógica es un medio humano de educar y amar al mismo tiempo; la máquina es, por el contrario, un instrumento cuyo funcionamiento se debe a un resorte que pulsa al hombre. Por eso, cuando la otra tarde me maravillé admirando a los niños del Grupo Escolar Santísima Trinidad, y envidiando a sus profesores ‑forjadores del porvenir humano‑ pensé que la bondad y la comprensión del corazón del hombre imperarán siempre sobre la gélida actitud de la máquina, que es cosa y no ser.

(07‑07‑1971).

almagromanuel@gmail.com

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