3.- Cuando los santos vuelan por los aires.
Las clases terminaban a las cinco de la tarde. Salíamos al patio, nos repartían un trozo de pan con una onza de chocolate, los mayores iban a los talleres y los demás hacíamos cuatro equipos para jugar al fútbol a lo ancho del patio. Marcábamos las porterías con las cazadoras y a los pequeños siempre nos tocaba jugar de porteros. Nadie se confundía de balón ni de compañeros. Las únicas trifulcas se organizaban cuando alguno chutaba por alto y el portero no paraba la pelota. Unos decían que había sido gol y otros que no: que había salido por encima de la portería. A los que no les gustaba el fútbol, como a Paco Zavalla, o no los elegían para ningún equipo ‑como en ocasiones era mi caso‑, nos entreteníamos jugando a los cromos o a las canicas.