Madrugada ubetense y nazarena…

En la Ciudad de los Cerros (Úbeda, Jaén) son las seis de la mañana. Es Viernes Santo… Las calles están desiertas y mojadas… A lo lejos, se oye el canto del gallo mientras el cielo se muestra plomizo y cárdeno, con nubes cambiantes por el viento… Suenan tambores en lontananza… Hay una calma de Dios, también musicada de tristes trompetas, que el viento trae…

Se me van mezclando los recuerdos de pasadas madrugadas de Viernes Santo… Y no es, simplemente, porque me haya equivocado de hora: en lugar de a las siete (que es cuando saldrá Jesús Nazareno), me he plantado en esta plaza de Santa María (o del Paseo Bajo, como se le llamaba antaño), ahora desierta, a las seis de la madrugada… ¡Buen tiempo para meditar…!


Van deambulando escogidos madrugadores (curiosos, personas mayores, nazarenos, costaleros que portarán a la Santísima Virgen de los Dolores…). Ya se va despertando esta “ciudad de Semana Santa” en Cristo, con su pasión y muerte.

Las tenues luces nocturnas alumbran mis sentimientos, reviviendo mis más sinceros y tiernos recuerdos infantiles y juveniles…

Se oyen murmullos y voces, porque la madrugada morada ‑en esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad‑ se va (de nuevo) a producir: es un milagro de la primavera, que cada año vuelve irremisiblemente…

El aire arrecia, al igual que el murmullo de la muchedumbre. Se entremezclan recuerdos y sentimientos difíciles de evocar con palabras… Los nazarenos comenzaron su madrugada más temprano aún ‑y con más devoción‑ que el resto de los mortales…

Este año, gracias a mi temprana llegada, puedo escoger sitio a las puertas de este desastroso edificio de los juzgados, para tener buena perspectiva, para poder hacer escogidas fotos frente a la puerta de la Consolata. Hoy, el primer rayo de sol no será para el rostro del dolorido Jesús… (como he podido presenciar otros años, en los que el cielo se ha mostrado despejado).

Van acumulándose murmullos y voces destempladas de algunos viandantes que asisten a esta magna salida, más como espectáculo plástico que religioso; aunque también hay gente piadosa y silenciosa que está presente en esta plaza (cual templo de Dios), aún casi desierta, para cumplir promesas y renovar fe, sentimientos y recuerdos propios y/o de padres o antepasados…

Conversaciones insulsas y destempladas penetran por los oídos de los que se van congregando (son críticas y desilusiones mundanas que se oyen por doquier…).

Son ya las seis y media: empieza a chispear (¡el cielo quiere, también, mostrarnos su particular llanto…!). La lluvia, hasta ahora, ha querido ser nuestra inseparable ‑e insoportable‑ compañera de viaje…

Hace frío, pero la gente permanece en su lugar, pues cree que merece la pena ver y sentir muy dentro ‑y muy cerca‑ a Jesús, hecho Nazareno ubetense…

A los fumadores no les importa la hora que sea, ni quién esté a su alrededor, pues lanzan su humo al aire ‑y a los pulmones de sus vecinos‑ sin querer darse cuenta del daño que se hacen y, a su vez, que ocasionan a los demás…

El horizonte celeste va clareándose, tornándose, con lenta y desesperante parsimonia, del negro al gris plateado… «¿Saldrá nuestro Padre Jesús Nazareno…?», se pregunta más de uno de los asistentes…

Desastroso edificio, el de los juzgados, que más parece cárcel por sus rejas en sus ventanales y por su remodelación; y que paradójicamente fuese premiada por la Junta de Andalucía… (?).

El público que me circunda me hace recordar que esta procesión lleva dos años sin salir; por ello hay mucha expectación. No obstante, Nuestro Señor en su Sentencia y la comodidad han mermado bastante público a la salida de esta ancestral procesión, que, no hace tanto, era el principio ineludible de todo Viernes Santo ubetense, y con honda raigambre; y más este año que han sacado, por primera vez, a María Santísima de las Penas; por lo que cierto sector de la población ubetense y forastera ha debido elegir entre la una y la otra (Sentencia o Nazareno), pues ambas no caben en el cansancio de un mismo cuerpo humano…

Son ya las siete de la mañana y ha bajado el guión, sigilosamente; solamente roto (su silencio) por la campanilla que lo acompaña…

Todos estamos expectantes para ver si se abre la puerta de la Consolata. Se hace el silencio, aunque alguna carcajada y voz desencajada lo rompa… (Paréceme estar reviviendo la realidad de hace más de dos mil años en las calles de Jerusalén…).

La trompeta avisa; los golpes en la puerta anuncian y piden su salida; los flashes se disparan con fruición… Aparece Nuestro Padre Jesús Nazareno, llamado “de las Aguas”, en su trono, con sus titilantes tulipas… Los músicos, estando preparados, comienzan a interpretar el triste y evocador Miserere de don Victoriano García (1873). Sus notas templan el alma de todos los presentes. Aunque no se ha llenado la plaza, como otros años; no podemos ni debemos ser esclavos del share o de lo cuantitativo, también en lo religioso; como podría apuntar Jesús: «Con un justo que crea y se salve es bastante para nuestro descreído mundo…».

Una vez finalizadas las notas del Miserere, irrumpen luces y las trompetas, con su triste sonar traducido a palabras («que te van a ver, que te han visto ya…»), rasgando el silencio fervoroso con su timbre característico. ¡En esta singular plaza renacentista (y en este preciso momento), se han aunado devoción, fe y sentimiento…!

La lluvia empieza a arreciar y todos estamos pensando si la Virgen de los Dolores saldrá a hombros de sus incondicionales y devotos costaleros. Nuevamente se oyen los golpes del capataz, pues se acerca la Virgen por el claustro de Santa María… Aparece silenciosa, iluminada, rumorosa, apenada… Llega a la puerta de la Consolata ‑y la banda de música interpreta su himno, que bien saben bailar sus costaleros suavemente, sin aspavientos, de una forma cadenciosa y tierna‑, cual madre enamorada y angustiada, porque delante tiene a su hijo con la cruz a cuestas, padeciendo ‑en propia carne‑ los pecados del mundo de todos los tiempos; y que siguen siendo los mismos de siempre…

La acústica de la plaza, hoy morada y cárdena, es magnífica, pues llega palpitante a los oídos de todos los penitentes, también curiosos y creyentes, que se sienten arrobados por la música y el sentimiento que exhala.

Vuelven a sonar las trompetas, cuando se acaba su marcha.

Antes, en la casa de la Cofradía de Jesús Nazareno de la calle Compañía, los cofrades han templado sus estómagos con el tradicional y famoso rosco de Jesús, rememorando (laicamente) el cuerpo de Cristo en la Eucaristía…

Parece que, aunque las calles anden mojadas, en este momento ha dejado de llover. El cielo ha pactado con Dios ‑momentáneamente, al menos‑ para que esta centenaria cofradía salga a la calle, cual promesa y admiración de todos los presentes, por los que se fueron y, también, por los que están en el santo cielo.

Ahora irrumpen san Juan y la Verónica, y se va cerrando la puerta lentamente; mientras suena su marcha en tono moderado (donde hay más bombo y metal que en las anteriores) y se destapan ‑explosivamente‑ sentimientos, recuerdos, emociones, sensaciones y promesas que renacen en el devoto oyente, gracias a esa inspiración divina hecho lenguaje musical y religioso… No hay aplausos, pero parecen pedirse (a voces) en el silencio del amanecer…

Nuevamente, las trompetas en corro traen su triste tonada, haciéndonos recordar el día y el momento en el que nos encontramos…

El día ya ha entrado de lleno. El cielo se encuentra encapotado. El frío se nota en las caras, mientras la templada alegría de los presentes ya no se puede ni quiere disimular: el Nazareno, su Madre y san Juan y La Verónica, por fin, están ya en la calle, constituyendo una estación de penitencia y una genuina postal de nuestra semana mayor.

El paso de los costaleros y la banda de música provocan una fusión irrepetible: lo físico con lo psicológico; lo artístico con lo religioso; lo pagano con lo católico…, conformando un cuadro inmarchitable que se viene repitiendo desde hace mucho tiempo (pues esta cofradía fue fundada en 1577). Esperemos que la tradición, aunque cambiante, sepa guardarlo y mejorarlo como reliquia irremplazable; precisamente, en esta joya de plaza renacentista, que nuestros antepasados supieron legarnos; seguramente, esperando que también nosotros sepamos transmitir este testigo patrimonial a las nuevas generaciones…

No ha salido el sol, pero la luz del día se ha apoderado de este recóndito y emblemático lugar, en donde se palpa, se ora y se musita el lenguaje del amor; tan imprescindible en nuestra egoísta y descuadrada vida actual…

Ya se va formando la doble fila de fieles que quieren acompañar (con su vela, con sus oraciones y/o con su presencia) a su amado Nazareno; o a su Virgen de los Dolores; o a sus incondicionales san Juan y La Verónica…; pues, a pesar del frío y el mal tiempo, la fe, el sentimiento y la tradición han triunfado sobre la incredulidad, la indiferencia, la molicie, la comodidad… que nos invaden.

Unos, encapuchados; otros, a cara descubierta; todos quieren hacer su particular estación de penitencia…; aunque hay bastante menos que otros años (¡va disminuyendo, irremisiblemente, la fe y sus practicantes…!).

Úbeda, 29 de marzo de 2013.

fsresa@gmail.com

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