Hubo un largo tiempo en que, seducido por la pintura de Velázquez, me lancé compulsivamente a la lectura de biografías y ensayos sobre su figura. Acaparaba libros, revistas, homenajes, conmemoraciones, artículos y estudios monográficos que llegaron a saturarme de información sobre el pintor. Sería exagerado, y quizá pretencioso, afirmar que estaba enfermo de “velazquitis”, como Stendhal al sentirse invadido con la belleza de Florencia, pero es cierto que una buena parte de mis lecturas y, desde luego, casi todas las que se relacionaban con el arte giraban alrededor del pintor sevillano como si fuese una rueda sin fin, dadas las innumerables publicaciones existentes y las que aparecían continuamente en el panorama científico y divulgativo.