Úbeda, Parador, 29–03–2014
Querido papá:
Desde hace años te he visto escribir dulces despedidas a amigos y compañeros que se jubilaban. Parecía lejano el día en que serías tú el homenajeado; pero, al final, ha llegado y quiero que en este día no te falte la merecida hagiografía que para tantos has tejido y que sólo pocos como tú merecen. Espero que el mío no sea el único discurso que recibas, pero sí uno de los más sentidos; pues no ha habido padre como tú tan ejemplar, ni esposo, hijo, yerno, hermano, maestro, amigo u otros papeles que, desde mi bambalina privilegiada, no te haya visto magistralmente interpretar.
Valoro especialmente lo que eres, lo que has sido, al contemplar los orígenes humildes de los que procedes. Hijo de un albardonero de la Casa Biedma ‑posteriormente, cuando los oficios artesanales desaparecieron, tan sólo dependiente‑ y nieto de panadero y agricultor por vía paterna y materna respectivamente; hiciste estudios primarios en la Trinidad y en los Salesianos, donde continuaste también el bachillerato. Ya, desde pequeño, empezaste a recibir “premios al aprovechamiento” entregados en el consistorio ubetense, que, en tu mente infantil, atribuías al aprovechamiento del papel de las libretas y no al trabajo constante y esforzado. Tus cualidades hicieron ver, a uno de tus primeros maestros, que en ti se encontraba uno de esos niños que merecían hacer carrera en aquella España franquista, recién salida de la posguerra, en la que tantos jóvenes intelectos estaban por cultivar. Y tus padres, humildes trabajadores, que habían puesto una tienda en los bajos de la casa para ayudar en la economía familiar, decidieron apostar por ti. Pero, al contrario que muchos de nuestros jóvenes y niños de hoy día, que nadan en una opulencia vacía e infeliz, sin saber el valor del esfuerzo o las condiciones menos desfavorecidas de otros seres, tú creciste compaginando estudios y trabajo, yendo a Santa Olaya a vender, en bicicleta con el abuelito, relevando cuando volvías a casa o en vacaciones a la abuelita en la tienda, formando parte de las cuadrillas familiares con tíos y primos maternos en la recogida de la aceituna navideña. Saber lo que suponía en tu familia que fueras a la universidad te hizo reprimir los deseos de estudiar Historia del Arte en Granada, como siempre has dicho que era tu inclinación. Declinaste esa oportunidad en beneficio de tu hermano menor y buscaste qué podía cursarse en Úbeda, una vez terminado el bachiller. Así recalaste en los jesuitas, como estudiante de Magisterio, donde te sorprendió la libertad, dentro de un clima religioso, o te impactó el ejemplo de profesores como el padre Horacio Bel o don Lisardo, que te inocularía el gusanillo de la psicología, licenciatura que estudiarías más tarde, ya casado y a distancia. Y donde conocerías también a mamá, aunque todavía pasasen algunos años hasta que os pusieseis novios. Allí también experimentarías los primeros desórdenes de planes educativos, que no dejan de sucederse en nuestra España actual, donde el segundo curso se convirtió en una suerte de “sálvese quien pueda” y cada uno se especializaba en la programación de una asignatura concreta que luego era copiada por el resto de compañeros. A ti siempre se te dio bien la de religión.
Conseguiste tu primer trabajo en la Safa de Cádiz, junto a tu inseparable amigo Miguel Consuegra. Pero la inexperiencia y la buena fe te hicieron prevenir insensatamente, a tus patronos, de tu próxima salida a la enseñanza pública a través del acceso directo que te proporcionaban tus buenas calificaciones. Pero ese curso se recortó dicho cupo y te encontraste sin trabajo. Menos mal que, en una cierta previsión a ciegas, figurabas en la bolsa de interinos, lo que te permitió terminar el curso escolar en Tolox, en la Serranía de Ronda, a la vez que preparabas oposiciones que aprobarías en Málaga. Tu primer destino como funcionario sería Marbella, donde dabas clase por las tardes a la orilla del mar. Eras un “chicarrón del norte” ‑como te llamaba cariñosamente la directora norteña, doña Fidela‑, que echabas de menos tu jaenesa tierra y tu familia, por la cual conducías quincenalmente el “seillas” y apurabas el regreso hasta los lunes de madrugada.
Tan joven eras cuando empezaste (19 años), que tuviste un parón en tu carrera docente para cumplir con el servicio militar, primero en el campamento de Viator (Almería) y, posteriormente, en la compañía de mar, en Melilla y Chafarinas, tal y como otros compañeros, maestros ya licenciados, te habían recomendado. Aunque aquel tiempo a ti te pareciese “nueve meses que habían robado a tu vida”, esta especie de “grand tour” de la época te granjeó amistades por toda la geografía nacional, de las que hoy sólo queda el crismas anual que desde Castellón te remite, sin falta, José Luis Luna Luna.
De vuelta en la provincia de Jaén, te encontraremos varios años en la vecina población de Rus, donde de nuevo volviste a coincidir con Miguel Consuegra, con quien planificarías una labor docente tan desinteresada que sería vista con recelo por el vetusto claustro escolar. Serían los años en que trabarías una relación más profunda con tu antigua compañera Margarita, hija del maestro don José Latorre. Ambos os casaríais en agosto de 1978.
Es en este momento de la historia donde entro yo en tu vida y donde mis primeros recuerdos se entreveran contigo. Ahora mismo rememoro, un poco dolorosamente, la época de párvulos. Entonces tú estabas en el Colegio Virgen de Guadalupe de Úbeda y mamá seguía en Rus, por lo que era más factible que yo me escolarizara contigo. Pero, a mí, aquel colegio no me gustaba ‑y perdónenme los presentes‑, porque estaba dividido en varias zonas y a mí me angustiaba ver que llegaban las madres a recoger a sus hijos y yo quedaba la última, esperando que vinieras del barrio La Guita. A pesar de que siempre me asegurabas que vendrías, yo siempre estaba hecha un mar de lágrimas y, en una ocasión, hasta a punto de irme descuidadamente con mi señorita, doña Loli Higueras. Al año siguiente, te trasladaste a un colegio más cercano a casa y yo contigo: la Trinidad. De hecho, ambos estaríamos nueve años allí, hasta que yo partí para el instituto y tú para tu último y definitivo colegio. Recuerdo, felizmente, el segundo año de párvulos con doña Loli Peñas Chamorro, pues ya estábamos juntos en el mismo edificio y, aunque no pudieras acudir a recogerme físicamente, podía dirigirme yo a tu clase de primero, la del balcón encima de la puerta de entrada, donde estabas con algunos alumnos remolones terminando las tareas escolares. Las matemáticas no me gustaron desde el principio y, por ello y por el temor que me causaba mi nueva “seño”, doña Pilar Cases Boné, me ayudabas a revisarlas en casa, adonde las traía apuntadas en un papelillo.
Conforme se han ido sucediendo los años, he tenido la suerte de compartir múltiples esferas contigo: maestro de Sociales, Lengua, Dibujo o Religión en segunda etapa, con aquellas excursiones trimestrales que nos hicieron conocer el Planetario de Madrid, la Alhambra de Granada o el Jardín Botánico de Córdoba; compañero de estudios en el conservatorio; ayudante en las oposiciones de museos con los libros que mamá y tú me escaneábais para preparar los temas; usurpador consentido de mi personalidad en el curso a distancia de Procedimiento de Administrativo de FUFESS, que tenía unos casos prácticos tan difíciles que tuvimos que resolverlos finalmente juntos; promotor de viajes familiares a París, Italia, Galicia, La Rioja…; coorganizador de encuentros familiares…
En todos estos años, y en estos y otros proyectos, he tenido la ocasión de admirarte y conmoverme por tu calidad humana. Tu capacidad de trabajo. Tus ganas de aprender. Incluso idiomas, con el método Asimil. Tu amor por Úbeda, nuestra tierra, de la que tantas efemérides has dejado escritas en Ibiut, Úbeda 30 días, La Loma, Úbeda Información, El Costalero, La Muralla, Diario Jaén, Ideal o la página web de Antiguos alumnos Safa, que te han convertido en un verdadero cronista no oficial, amable e independiente de tu patria chica, a la que recientemente has sumado una faceta cinéfila. Tu interés por asumir nuevos proyectos, como la dirección, durante nueve años, del colegio de la Explanada, en el que hoy te retiras, y que asumiste a pesar de la oposición doméstica y de la dificultad en compaginarla, los primeros años, con la docencia en educación infantil. ¡Cuántas tardes, cuántos fines de semana y meses de julio no habrás estado allí, en la soledad de tu cargo, tratando de sacar adelante la burocracia administrativa…! Algunos ratos pasamos Mónica y yo contigo, ayudándote en el dictado del Plan de Centro, que te entregaban en hojillas manuscritas, hasta que mamá nos telefoneaba para la cena. Pero muchos te han reconocido esa labor y quizá el reconocimiento más cándido y desinteresado sea el de aquellos párvulos del curso anterior que, recién nombrado director, iban a hacerte una visita en el despacho, o los niños de todas las edades y cursos que coreaban tu nombre: «¡Maestro, don Fernando, director!», en cuanto te avistaban por cualquier esquina de la ciudad.
En fin, me alargo demasiado y robo, tal vez, su intervención a otros. Discúlpenme ustedes, pero es que pocos como yo han sido bendecidos con un padre como el mío. Y no quiero terminar sin decirte, papá, lo importante y necesario que eres para mí. Que, a pesar de tus canas, eres una de las personas más jóvenes que conozco, cuya compañía he preferido a cualquier otra, en momentos de adolescencia difícil. Que ser tu hija, la hija de don Fernando, es el blasón que llevo con más orgullo en la frente y con más cariño en el corazón. Que siempre he tratado de estar a la altura de ese título y no decepcionarte, por el respeto que me infundía. Y que, si lo he hecho, dispuesta estoy continuamente a enmendarme y hacer realidad ese obsequio material que siempre queríamos ofrecerte por tu cumpleaños o tu santo y que tú siempre rechazabas, ya que “no pelearse y portarse bien es el mejor regalo” que siempre hemos podido darte. Finalmente, quiero decirte, papá, que cualquiera de los que estamos aquí somos afortunados por compartir la vida contigo. Pero lo somos en grado máximo tus hijas por estar ligadas a ti, desde siempre y para siempre.
Te quiero, papá.
Margarita Sánchez Latorre.