¡Gracias a todos, por todo…!

En estos momentos me encuentro ante una crucial ambivalencia: estoy alegre por coronar esta importante etapa profesional de mi vida, sano y salvo, pleno de vivencias y buenas resonancias (porque las malas es mejor olvidarlas o dulcificarlas); y, a su vez, triste y nostálgico, por dejar a esos niños que tanto me quieren y me han dado, y a todos vosotros que me estimáis demasiado…

Todo esto no quiere decir que yo no tuviese ganas de marcharme, sino todo lo contrario: la vida es una larga sucesión de estadios vitales concatenados con la profesión, el estado civil, la amistad, los intrínsecos problemas del vivir y de la salud… que yo he tenido la suerte de sortear bien, por lo que estaba deseoso de jubilarme, con la mente y la salud en condiciones favorables.

He sobrevivido a los cambios de distintos modelos y leyes educativas, a los desconcertantes inventos que nos han cambiado la vida y a los sucesivos políticos que nos han gobernado. Y aquí me hallo con ilusión renovada, contando con mi familia, mis amigos y mis grandes aficiones culturales: la literatura, el cine, el teatro, las tertulias y conferencias…, así como la charla pausada y desinteresada con todos vosotros o con los centenares de alumnos que he tenido la suerte de enseñar… Todo ello me hará más llevadero este glorioso periodo que el pasado martes comencé…


Siento inmensa gratitud hacia mis alumnos, que son los que más me han enseñando, por su sinceridad e incontaminado proceder, hasta que, por desgracia, el mundo (y nuestra sociedad) acaben imponiéndoles su ley, introduciéndoles la falsedad como moneda de curso legal y el imantado poder que pervierte voluntades…

Mi historia personal discente es la siguiente. Empecé en la escuela de “perra gorda” de la señorita Clara, para pasar luego a la Trinidad (donde por entonces estaba ubicado Auxilio social); luego, hice parte de primaria y bachillerato (de seis cursos, con dos reválidas: en 4.º y en 6.º) en Salesianos y la carrera de magisterio, de tres cursos, con reválida en 2.º, en la Safa de Úbeda…

En el capítulo de anécdotas os contaré que…

Empecé siendo un Sandokán (por aquello de la barba negra y la fortaleza física y psíquica) y he terminado ‑aunque ya llevo un tiempo en ello‑ de Papá Noel (por lo de la barba blanca y el lento decaimiento vital), pues así me han llamado en repetidas ocasiones los alumnos de infantil, especialmente…


¿Qué sentir cuando los alumnos te dicen: «Eres el maestro que más me gusta…»; o te regalan escritos y dibujos en los que te rotulan: «Eres el mejor maestro del mundo»? Te desarman, tocándote la línea de flotación…

Y ahí va la última. Si el lunes pasado, día de mi sexagésimo cumpleaños, me mantuve fuerte ante los embates emotivos y sentimentales de compañeros y, especialmente alumnos, que abogaban porque no me marchase (algunos incluso llorando…), el trueno gordo llegó el martes por la mañana cuando, después de explicarle a Jesús, mi sustituto, cómo era mi trabajo, se me ocurrió ir a despedirme a la clase de 3.º B y allí empezó todo. Mis sólidas defensas (al menos, las que yo creía tener) se me vinieron abajo con la emoción y las lágrimas que mi entrañable amiga Marieta puso en mi corazón, hablándole a sus alumnos… Quise ir a despedirme de mis antiguos alumnos de 5.º A y, cuando entré en la clase, a pesar de que sólo estaban dos niñas y su tutora Luisa M.ª, me embargó tal sentimiento y pena que se me llenaron los ojos de lágrimas y la garganta se me cerró a cal y canto, sin poder siquiera decirles un sentido adiós… Lo mismo me ocurrió con algunos otros alumnos que estaban aún en el patio, habiendo acabado su clase de Educación Física… Poco me ha servido la enseñanza que nos habían dado a nuestra generación, diciéndonos machaconamente: «Los niños (y los hombres) nunca lloran…».


Entrando ahora en el capítulo de agradecimientos…

Gracias a mis padres, por darme la vida y la buena educación dentro de una familia sencilla y entrañable… Gracias a mis hermanos (de ambas ramas) por su cariño y estima… Gracias a don Juan, mi maestro de primaria en los Salesianos, por llamar a mis padres para que comenzase a estudiar y prepararme de ingreso… Gracias a mis maestros y profesores de la Trinidad y Salesianos de Úbeda, así como a los de la carrera de magisterio en la Safa, especialmente a don Lisardo (que fue el culpable de que me licenciase en Psicología en la UNED), por modular mis aficiones y cincelar mi formación. Recuerdo esos sábados y domingos, con los Salesianos y la Safa, como componente de los equipos de balonmano y baloncesto (con mi primo segundo, Luis Sierra, entre otros), respectivamente, viajando por toda la provincia para conocerla deportiva y turísticamente…

Gracias a mi amada esposa Margarita por haberme regalado su amor, y a nuestras dos hijas (Margarita y Mónica), porque ellas me han enseñado a ser padre y educador, pues he tenido la suerte, en el colegio Santísima Trinidad, de darles clase y valorarlas como excelentes alumnas (e hijas) en su justa medida. ¡Siempre recordaré vuestros años infantiles, en Úbeda, y los juveniles, en la universidad de Granada, con vuestras brillantes carreras universitarias! Me siento el rey de los unos (sin hache), pues tengo dos hijas que han sido número uno en sus clases y respectivas carreras universitarias; y como hijas también… He tenido el lujo de tenerlas como alumnas e incluso a Margarita como compañera de estudios y fatigas musicales en el Conservatorio de Úbeda, mientras yo me sacaba el Grado Elemental de piano…


Gracias a mis compañeros y amigos docentes (y no docentes) por aportarme ese necesario equilibrio psicológico y social, que toda persona necesita para tener un crecimiento como persona civilizada… Gracias a mi compañera y amiga Manoli, que hoy es mi pareja de hecho en esta jubilación, por el complicado año que echamos juntos, ella de jefa de estudios y yo de director… Gracias a todos los discípulos que he tenido a lo largo de mi dilatada carrera profesional, pues desde que empecé a ejercerla a los 19 años en la Safa de Cádiz, prosiguiendo en Tolox (Málaga), en la Serranía de Ronda, y pasando por los siguientes destinos: Marbella (un curso); después haciendo la mili en Melilla de maestro alfabetizador; Rus (Jaén), donde estuve ocho cursos y tanto aprendí como novel docente que era, con ese empuje que da la juventud y mi eterna amistad con mi caro amigo Miguel Consuegra Melgarejo, entre otros…; para subirme, mediante el concurso de traslados, a mi ciudad natal (Úbeda), a pesar de estar muy a gusto en esta localidad, a mis flamantes 30 años, en donde he pasado por todos los colegios públicos, excepto por el Juan Pasquau: dos cursos estuve en mi soñado colegio Virgen de Guadalupe; uno en el flamante Matemático Gallego Díaz; nueve en el Santísima Trinidad, donde ejercí la docencia en el primer ciclo y en la extinta 2.ª etapa de EGB, siendo uno de ellos Jefe de Estudios; y los 18 restantes los llevo en este, mi querido y afamado, colegio de la Explanada o Sebastián de Córdoba, donde he hecho un extenso recorrido: director y “chico para todo” durante nueve años, (me acuerdo de la definición que le daba a este cargo mi predecesor, Sebastián López González: bedel de lujo…); y el resto, de tutor en infantil, primaria y maestro de refuerzo (o de horario cero), por lo que he obtenido las dos últimas especialidades que faltaban a mi palmarés educativo para redondearlo: profesor de Educación Física y aspirante a jubilado, el mayor honor de recibirlo en vida y con vosotros, gente tan amable y entrañable a la que siempre llevaré en el recuerdo. Siempre aprendiendo de los compañeros más aventajados y competentes que yo, y de los alumnos que me han tocado en suerte, pues gracias a Dios he sido un maestro afortunado que me ha colmado la vida, con una estupenda familia nuclear y cercana, y en mi trabajo docente; ejerciendo a la vez de aficionado escribidor y cronista de lo cotidiano, en este y otros colegios, y en mi querida Úbeda. He pasado momentos felices (y algunos amargos, ¡por qué no decirlo!, que es mejor olvidar…), aunque todos me han hecho madurar y aprender mucho de la vida…


Por eso, en este momento tan dulce, os quiero agradecer a todos los presentes (y a los ausentes, también) que formáis una legión irrepetible, el cariño y la paciencia con las que me habéis tratado, porque quiero seguir siendo, por siempre, vuestro compañero y sincero amigo, y ser todo lo servicial que he tratado de ser siempre. Perdonadme si os he hecho algún mal, no era mi intención… Os deseo a todos mucha salud y felicidad; y que, mientras sigamos viéndonos (espero que sea por muchos años), compartamos sencilla amistad y tranquila charla.

Voy a sentir mucho (como dice mi querido amigo Antonio Santos) no poder disfrutar de los puentes y acueductos vacacionales que quedan, ni de los fines de semana y de las vacaciones escolares de Semana Santa y verano…; pero qué le vamos a hacer: es el peaje que hay que pagar por pertenecer al ansiado gremio de los jubilados… Me voy con alegría y nostalgia, pues la vida sigue y nadie es imprescindible, cual poeta enamorado de una profesión dichosa que me ha dejado huella indeleble, entreverada de lágrimas y sonrisas, de compañeros y niños a los que siempre quise y nunca olvidaré…

Y ante nuestra marcha (la de Manoli y mía)…

Seguirán floreciendo los pinos y los árboles de nuestro patio, y los niños aprendiendo con sus dulces y tímbricas voces lo que vosotros (y los nuevos maestros) queráis amorosamente enseñarles; y proseguirán resonando, en la memoria colectiva de nuestro cole, las voces y acciones de los que por allí pasamos, vivimos y amamos; recordando viajes, actividades extraescolares, anécdotas, risas, también llantos y pesares…; porque hoy pronto será ayer, que se convertirá en nuestro recordado y añorado pasado…

¡Gracias, muchas gracias a todos, por todo…!

Úbeda, 29 de marzo de 2014.

 

fsresa@gmail.com

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