Felicitaciones lunares
Traigo hoy en la mochila el recuerdo de unas felicitaciones de Navidad que me llegaron desde la cara oculta de la Luna; hace, exactamente por estas fechas, la nada despreciable cantidad de tiempo de cuarenta y cinco años, casi medio siglo.
Acababa de entrar a trabajar en la NASA. Sí, en la National Aernautics and Space Administration [esa fue una de las consecuencias que me produjo el hecho de que el padre Galofré me pegara, poco más o menos, una patada en el trasero y me mandara a mi casa, cortando drásticamente mis estudios de Magisterio]. Desarrollaba mis funciones en la Estación Espacial de Robledo de Chavela (Madrid). Un complejo con tres instalaciones: una en el propio Robledo, otra en Cebreros (Ávila) y la otra en Fresnedillas de la Oliva, también, como la primera, en la provincia de Madrid. Cada una de ellas con sus antenas específicas, ya que tenían asignadas misiones diferentes. Yo trabajaba en la de Fresnedillas, encargada del seguimiento de los vuelos tripulados. Esta última, junto a sus hermanas gemelas de Goldstone (California) y Honeysuckle Creek (Australia) separadas una de otra 120º en la esfera terrestre, aseguraban el contacto permanente con Luna y (en su caso con la nave tripulada) con el planeta.