Los miércoles me dedico a patear, mochila a la espalda, por la sierra; por lo general, sitios de inigualable belleza, que me despertaron a una desconocida sensibilidad y donde quedaron anclados mis sentimientos. Lugares que un día recorrí y me prometí procurar no olvidarlos jamás. Ahora recupero aquellas vivencias que fui guardando, plenamente consciente de la singularidad del paisaje y del momento, en ese ordenador portátil que llevamos encima de los hombros, con la viva esperanza de un día, con la madurez y el sosiego que otorgan los años cumplidos, sacar a la luz controversias conmigo mismo, conclusiones no finiquitadas, incógnitas surgidas tras la resolución de otras, horizontes lejanos que aparecen más allá de los que acabas de alcanzar, novedades inmaculadas que pronto se tornan mancilladas, dudas eternas que has ido aparcando aún sin despejar.