Diario de un aficionado cinéfilo, 07b

Abbott y Costello contra los fantasmas (1948), de los propios Abbott y Costello; vista el día 18. Película estadounidense dirigida por Charles Barton; con guión de Robert Lees, Frederic I. Rinaldo y John Gran; y con música de Frank Skinner. La cinta original se titula, realmente: “Abbott y Costello conocen a Frankenstein”. Es un filme que parece sacado de los dibujos animados, a los que han puesto caras humanas; así se representa en los créditos del principio, de forma muy graciosa y con música de terror cómico, en blanco y negro.

Para mi particular entender, es una película que sirve para pasar un rato agradable y divertido, sin más pretensiones. Es, al fin y al cabo, una reposición del Gordo y el Flaco con ingredientes de miedo o terror, que se tornan en humorísticos e infantiloides, alertando siempre al espectador que todo acabará bien, a pesar de los aprietos y vicisitudes que han de superar la pareja de cómicos. Se apuntan efectos especiales de la época (como la conversión -varias veces- de un pájaro o murciélago en el conde Drácula), enmarcados en los escenarios de cartón piedra que muestra. Es una cinta cinematográfica en la que sus dos principales protagonistas, Chick (Bud Abbott) y  Wilbur (Lou Costello), antagónicos en personalidades, inteligencia, físico…, imantan al espectador para que no pierda el hilo de la narración: dos personajes monstruosos de carne y hueso, el conde Drácula (Bela Lugosi) y Frankenstein (Glenn Stange), viajan de incógnito al Museo de los Horrores de California, de donde se escaparán con el fin de dar nueva vida al segundo. En medio, se encuentran Bud Abbott y Lou Costello para desbaratarlo todo, haciendo gala (el primero) de incredulidad y seriedad, y (el segundo) mostrando candidez e idiocia disimulada; juntamente con el hombre lobo (Lon Chaney Jr.); y ayudados de otros personajes como “la mujer fatal” (encarnada por Jane Randolph), que simulará estar locamente enamorada de Wilbur… ¡Terror y diversión a partes iguales!

Esta película está llena de gags y situaciones que demuestran que los monstruos no solo sirven para asustar, sino que también pueden hacer reír La impagable labor de un Lou Costello omnipresente, que lleva prácticamente todo el peso cómico de esta  comedia de enredos, así lo demuestra. Es un recital cómico que, en ocasiones, se mueve entre la ironía y la autoparodia,  aunque casi nunca deja de lado ese humor inocentón que caracteriza a la pareja y que le confiere un halo entrañable. Termina la cinta con las risas del Hombre Invisible (Vincent Price), dejando la puerta abierta a  otra sarta de graciosas aventuras y enrevesados equívocos (como ocurre en el castillo o en el baile de disfraces…).

Annie Hall (1977), de Woody Allen. Precisamente el 25 de abril pude ir a ver esta película al Hospital de Santiago, y allí nos encontramos los mismos; sin embargo, el tiempo atmosférico había cambiado Así, cuando salimos a las diez de la noche, estaba lloviendo como nos habían anunciado los partes meteorológicos.


Con este film, finalizamos un auténtico mes primaveral, trufado de humor variado y servido calentito, todos sus jueves, en la sala oscura del Club de Lectura, con amable compañía…!

Tras la explicación de Juan, esta película sirvió para estar (a ratos) con una delirante y esperpéntica sonrisa y (permanentemente) con el mensaje de su director (Woody Allen), que nos ofrece una de las miradas más socarronas y tiernas a una de las cosas que mueven el mundo: el amor; y que se muestra en muchos de sus filmes como si fuese un psicópata; pues va mezclando, sin ton ni son, variadas  escenas (con toda idea), donde expresa la locura de vivir en la gran ciudad y el amor que profesa a Annie Hall. Toda la película es un ir y venir; es una psicoterapia a la americana, con psicoanalistas incluidos, de la relación que ambos tienen y que él quiere volver a retomar Deja el sabor de comedia romántica agridulce, en la que las relaciones humanas (y, especialmente, en pareja) parecen ser imposibles (o casi); metiendo por medio una serie de frases («Necesitamos los huevos; «Una espléndida historia de amor»; «El sexo es lo más divertido que he hecho sin sonreír»; «No te metas con la masturbación, sólo es hacer el amor con alguien que amo»…), chascarrillos o chistes a la americana que es difícil digerirlos y comprenderlos a la primera; pues Woody Allen (que, a veces, me recuerda a Groucho Marx) está continuamente hablando en pantalla y no deja un momento de respiro para que el espectador asimile todo el mensaje subliminal que conlleva… No obstante, las risas y los golpes de humor no paran en toda la película, aunque él mismo parece reinventarse mediante su propia personalidad e historia personal y familiar. Aconsejo verla, al menos una vez más, y todavía, es posible, que no se logre comprender (en su totalidad) la multitud de neuróticas historietas que contiene…

Esta película ganó cuatro óscar (película, director, guión original y actriz), de los cinco  que fue nominada. Es una historia, en gran parte autobiográfica, en la que Alvy Singer (Woody Allen) se muestra como un tipo algo neurótico (lleva 20 años de psicoterapia), que trabaja de humorista en clubs nocturnos; y que, tras cortar con su última novia, Annie Hall (Diane Keaton), llega a darse cuenta de que sus manías y obsesiones son las que siempre acaban arruinando su relación con las mujeres. Para ello, va reflexionando sobre su vida, recordando sus amores, sus matrimonios y, especialmente, su relación con Annie, a la que conoció en una cancha de tenis.

Su estructura narrativa es una sucesión de amores anteriores, intervenciones de Alvy dirigidas a la cámara, sueños, escenas de animación, imágenes con subtítulos, división de la pantalla en dos partes desde las que los actores se interpelan. Refleja cómo se entendía el amor en la década de los 70. Abundan las escenas surrealistas, como la de la cola del cine y la de la cópula de la pareja durante la que el alma de Annie se separa del cuerpo y, aburrida, se sienta y dialoga con los dos… El guión se basa en los diálogos.

El look de la película supone un rompedor ejemplo de lo elegante que puede vestir una mujer con ropa históricamente masculina, que va más allá de la comodidad: se trata de la representación de un espíritu de cambio en la sociedad. Es la toma de conciencia de las mujeres, en cuanto a sus reivindicaciones.

Por todo lo visionado (hasta ahora) en este Cineclub El Ambigú, me corroboro en el título que puse a esta serie: “Diario de un aficionado cinéfilo”, pues hasta que comencé a asistir asiduamente a sus gratuitas proyecciones cinematográficas había visto solamente algunas películas, quizás las del momento y las más comerciales que se llevaban en cada época, pero estas clásicas (cómicas, de terror, de cine mudo, de cine de autor, neorrealistas…) escogidas por estos sabios y aficionados cinéfilos, Andrés y Juan, las desconocía o no las había visto con ojo de buen cinéfilo aficionado; y, claro, me había perdido ese ancho mundo (en blanco y negro o en color), cuyo horizonte y profundidad irá siempre en función del gusto de cada cual, según sea su cultura, sus ansias de saber, de divertirse, de sufrir, de identificarse con los personajes de pantalla, de conocer otros mundos y otros personajes…

Ya me lo decía mi hija mayor, cuando estudiaba en Granada y cursaba la asignatura de Historia del Cine (incluyendo el visionado/cine fórum de un determinado número de películas clave): «Papá, el cine es tan importante como la misma literatura» (de la que siempre he sido un enamorado). Por eso, ahora, tengo principalmente cuatro amores culturales (entre otros): la literatura, el cine, la música y el teatro, que me hacen estar más cerca de Dios y de los hombres; de la diversión; de la filosofía; del pensamiento; del puro y simple entretenimiento; de la vida de los demás; de viajar y conocer otros  mundos y diferentes modos de vida; de visitar y/o conocer muchos países y regiones sin moverme de mi sillón; simplemente echándole entusiástica imaginación…

Torre del Mar, 16 de agosto de 2013.

fsresa@gmail.com

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