Diario de un aficionado cinéfilo, 07a

En el mes de abril, los intrépidos y abnegados chicos del Cineclub El Ambigú, quisieron dar un giro copernicano a su temática cinematográfica “imprescindible” y nos ofrecieron cuatro nuevos títulos, dentro del ciclo “Grandes Cómicos”; para que la diversión, el desenfado, el buen humor y la desinhibición posvacacional proporcionasen, al asiduo espectador, un bienestar especial; pues todos sabemos ya, por reputados estudios científicos (aunque desde hace muchísimo tiempo se intuía…), los beneficiosos efectos que la risoterapia proporciona a la salud física y mental de todo ser humano… ¡Bastantes dramas diarios estamos viviendo y viendo…!

 

 

Una noche en la ópera(1935), de los Hermanos Marx; proyectada el 4 de abril.Película que yo (y supongo que la mayoría de los asistentes) ya había visto anteriormente en varias ocasiones, pues es tan famosa… Recuerdo que cuando la vi de niño (por primera vez) no me gustó, puesto que no entendía muchos de sus chistes y gags. Luego (cuando maduré), comprobé que es (toda ella) un puro disparate, donde los tres hermanos (Groucho, Harpo ‑el mudo‑ y Chico) son el soporte principal de la película y de la historia que se cuenta; ya que con su valentía, desparpajo y desenfadado proceder consiguen que los enamorados Rosa (Kitty Carlisle) y Ricardo (Allan Jones), estrellas de la Ópera de Milán, puedan cumplir sus sueños de ser famosos cantantes de ópera en Nueva York.

Las diferentes escenas míticas de esta película (“la parte contratante”; “la escena del camarote”; “Harpo trepando por el telón del teatro”…), son ( y cada una por separado) una panzada de reír, un disparate tras otro, de las que los tres protagonistas van saliendo ilesos, hasta que consiguen lo que pretenden; todo ello con el lenguaje ultra rápido, inteligente, mordaz y con doble (o sin) sentido de Groucho Marx, en el papel de Otis B. Driftwood; ayudado por la millonaria señora Claypool (Margaret Dumont); y con las actuaciones musicales de Chico y Harpo, que hacen también sendas destacadas interpretaciones, en las que van liando y trenzando el argumento con el fin de que el espectador se desternille de risa (si es que ese humor le apetece o le hace tilín; porque puede haber cierto sector al que no le gusta ese vis continuado, de este grupo extravagante de cómicos de vodevil, que siempre andan riéndose de todo y de todos; ridiculizando la sociedad de su tiempo y poniendo verde la vida en sociedad).

La película contiene geniales momentos con diálogos chispeantes, ocurrentes juegos de palabras y actitudes anárquicas donde salen a relucir el absurdo y el surrealismo. Una noche en la ópera es un triunfo de la sinrazón cómica con escenas descuajeringantes que hacen que el espectador tenga que agarrarse la barriga, porque no puede reír más; es, al fin, un filme clásico de humor, con trasfondo moralizante de la vida: informal y cómicamente se consigue todo, incluso hacer reír al serio o pacato que no quiere perder su pose formal… ¡Qué mejor objetivo (el de esta cinta cinematográfica) que entretener divirtiendo y obteniendo sencillas y, a su vez, elementales enseñanzas…!

 

El hombre mosca (1923), de Harold Lloyd; visionada el jueves 11. Película estadounidense de 1923, dirigida por Fred C. Newmeyer y Sam Taylor. Toda es un puro despropósito servido de una forma galante, estupenda y fría, como la bebida en verano… Yo sólo conocía la clásica escena del reloj (y alguna otra suelta), pero no la había visionado completa; aunque si sabía de su personaje principal (Harold Lloyd), muy famoso en el cine mudo; pues era, según tenía entendido, uno de los reyes de este género, al alimón con el maestro Chaplin, cuyos personajes eran de la clase más humilde de la sociedad americana y nunca llegaban a formar parte de ella; mientras que Harold representaba al típico americano común de principio de los años 20, con esa peculiar monturas de gafas, peinado a lo Andy García y con sombrero de paja. Personaje que a base de esfuerzo, trabajo y sentido de superación era el prototipo de la sociedad laboral norteamericana…

Aunque, cuando yo era pequeño, me aburría soberanamente con este tipo de películas en las que había que leer en español los carteles que mostraban. Me parecían insulsas y sin demasiada gracia, sumamente infantilizadas… Pero, conforme he ido creciendo, he ido cambiando de opinión y ahora (¡que ya soy mayor…!), he comprendido el valor (y su difícil realización) que el propio cine mudo conlleva.

Su argumento es muy sencillo: Chico (Harold Lloyd) enamorado de Chica (Mildred Davis), se va a la gran ciudad a triunfar y, desde allí, escribe cartas y envía regalos para sorprenderla, haciéndole creer que lo está consiguiendo (como todo hijo de vecino que quiere ir de conquista amorosa por la vida), cuando es todo lo contrario; hasta que la Chica decide ir a verlo y como él no puede ni quiere mostrarle su verdadero y simple empleo, inventa y manipula todo tipo de engaños y equívocos, inteligentemente engarzados, hasta que termina con esas escenas súper conocidas de la ascensión, por la fachada, a la azotea del edificio de unos almacenes… Su final es sorprendente y bonito, como se espera siempre de una verdadera historia de amor, que “siempre, siempre” debe acabar bien…

Pero, aparte de la famosa escalada, la película está llena de divertidas situaciones (“colgándose con los abrigos”, “en la ambulancia”, “de maniquí”, “suplantando al gerente”, “las multitudinarias rebajas”…), contadas con un magnífico ritmo y amenizadas por la maravillosa partitura de Carl Davis. Es una crítica social y personal continuada del mundo que retrata, para ver si parodiándolos cambiamos a mejor, individual y socialmente. Destaca una aguda reprobación a la publicidad que entonces y hoy en día estamos soportando, y que nos esclaviza a todos (los vendedores y, especialmente, a los posibles o seguros compradores…); aunque la frase «Los sueños se vuelven realidad…», que dice el Chico, es la meta principal del cine, de esta película en concreto y de la vida misma.

No obstante, se pasan unos nervios… si te metes de lleno en la película; menos mal que se sabe (a ciencia cierta) que todo es ficción y de cartón piedra (como el mundo de la política y el paranoico proceder que potencia lo social por encima de lo individual…). Harold Lloyd y su equipo reflejan (mediante una extraña mezcla entre suspense y comedia) un elevado sentido del humor y de la ironía de la sociedad capitalista, las diferencias de clase y hasta del machismo. Es, en definitiva, (para mi personal opinión) una de las películas más divertidas de la historia, que nadie debería perderse.

 

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