Fervorosa es la carne
del ángel que se quema en su belleza,
en la sutil belleza del desastre.
Un color y un perfume:
cuerpo y alma fundidos
en la fuente. Un bálsamo
de cúrcuma y canela es la oración.
El cuerpo es atraído por el alma.
Sus labios, femeninos,
su voz, como una espada
de flores: surtidor
de pétalos que huelen
a pan de rosa y menta.
Si reza con las manos en el rostro
‑puras piedras de fuego sus pupilas,
fuego lunar, versículos de arena‑,
la luz de su mirada
humedece sus dedos.
Si se arrodilla el ángel
e inclina su cabeza,
la sombra de su muerte
pasa, y le deja un tibio
reguero de cenizas en el cuello.