Apuntes sobre la presencia del islam en el cante jondo, 04

¿Y qué ocurrió en el ámbito cultural y, en particular, de la música?

Según el compositor y crítico musical Christian Poché, la situación parece clara en el ámbito de la música árabe culta. En un libro titulado La musique arabo-andalouse, publicado en 1995, escribió lo siguiente: «A medida que se fueron exiliando los árabes, la música culta de las cortes musulmanas emigró toda hacia los países magrebíes, donde tuvo descendencia, mientras que, desde luego, la música popular permaneció bajo formas múltiples, públicas y privadas».

Sin embargo, el problema ‑añade Bernard Leblond en su estudio Flamenco, 1995‑ «consiste en saber, si la música que todavía se practica en los países magrebíes, bajo el nombre de música arábigo‑andaluza, es, de hecho, heredera de la música docta de las cortes musulmanas, por ejemplo, de los antiguos muwashsah (poemas arábigo‑andaluces, de entre los siglos XI y XII); o si, por el contrario, tuvo importantes transformaciones a lo largo de los siglos».

Es éste un tema que divide a los musicólogos, aunque parece que la tradición marroquí ‑la de Fez y Tetuán, en particular‑ es la más fiel. Destaca, de todas formas, la semejanza entre las orquestas arábigo-andaluzas de Marruecos y los pequeños conjuntos folclóricos andaluces, como las «pandas de verdiales», de la provincia de Málaga, entre cuyos instrumentos están las guitarras, a veces el laúd (descendiente del «ud» árabe), los violines, que sustituyen ‑como en las orquestas árabes‑, un antiguo instrumento con arco, el rebec («rebab» en árabe) y distintas percusiones como el pandero (en España) o el bendir (en Marruecos).

Sin embargo, lo que quisiera subrayar, citando otra vez a C. Poché, es el hecho de que «la música popular permaneció, bajo formas múltiples, públicas  y privadas». De entre esas múltiples formas populares, quisiera dedicar especial atención a dos de ellas: los romances y las zambras.

Se suele decir que los romances son una especie de ‘baladas narrativas en verso que pertenecían a las tradiciones árabes y beduinas desde el siglo XII’. Pero, dentro de la tradición hispánica, los romances son una derivación popular de las antiguas canciones de gesta de la España medieval. Esas baladas narrativas, recitadas, cantadas o bailadas, estuvieron muy en boga desde principios del siglo XV hasta mediados del XVII, sobre todo en los mercados y las plazas públicas. Entre ellas, los romances dichos «de la frontera» (se trata de la frontera entre la España cristiana y la España musulmana) tuvieron una gran expansión.

Eran principalmente juglares cristianos los que recitaban esos romances, pero sabemos que también lo hicieron juglares musulmanes, ya que el 13 de febrero de 1492 en Granada, seis semanas después de la caída de la ciudad, los Reyes Católicos nombraron a un musulmán superintendente de los juglares de Granada.

Y aquí también fueron los gitanos quienes tomaron el relevo a los juglares moriscos, como lo vemos en el testimonio de Cervantes del 1608, que nos describe a una gitanilla que entretiene a las gentes bailando y cantando romances, seguidillas y zarabandas; y también, dos siglos más tarde, en Un baile en Triana del malagueño Estébanez Calderón (1799-1867), donde aparecen gitanos bailando y cantando romances.

Desgraciadamente, no conocemos la tesitura musical de estos antiguos romances. Pero, ya que se trata de una cultura musical de tradición oral, transmitida así de generaciones en generaciones, podríamos hacernos una idea escuchando los 5 discos del Romancero panhispánico, dirigido y realizado en 1992 por José Manuel Fraile. Hay en esta grabación un centenar de romances, en su mayoría de origen gitano, cantados por ancianos en los años cincuenta.

Desde un punto de vista musical, resulta especialmente interesante observar el hecho de que las líneas melódicas de esos romances presentan una curva musical parecida a la de las psalmodias coránicas. Se trata, en ambos casos, de esquemas melódicos ondulatorios, hechos de frases sucesivamente ascendentes y descendentes; sobre todo, descendentes. Escúchese, por ejemplo, en dicho Romancero panhispánico, un fragmento de un romance cantado por una anciana llamada Juana del Cepillo, cuyo título es Estando yo paseando.

Por otra parte, resulta interesante constatar que parte de esos romances, conservados en la memoria del pueblo andaluz, se cantan en nana y que en Andalucía los suelen llamar «nana moruna», o bien «paño moruno». Son adjetivos que revelan una continuidad entre tradición popular morisca y tradición popular andaluza, como queda claro en las Siete canciones populares de Manuel de Falla, en las que, efectivamente, encontramos los nombres «nana moruna» y «paño moruno».

Además, ciertos musicólogos y especialistas del cante jondo afirman que «esta melodía fluvial y ondulatoria de los romances» no sólo es de la misma índole que la de las psalmodias coránicas, sino que en ella tiene su origen la soleá, uno de los cantes primitivos. Se manifiesta así una continuidad entre la psalmodia coránica, el romance y la soleá.

De todas formas, tanto la línea melódica como el título de esos romances indican que, incontestablemente, hubo adopción, asimilación y transmisión, por parte de los gitanos, de una vieja tradición popular morisca.

No es éste el único ejemplo de tradiciones moriscas que se han conservado a través de los gitanos: otro ejemplo son las fiestas de noviazgo y de bodas. Son fiestas que los moriscos llamaban zambras y que los gitanos siguen llamando alboreás.

antonio.larapozuelo@unil.ch

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