Apuntes sobre la presencia del islam en el cante jondo, 02

Como ya sabemos, existen varias teorías acerca de los orígenes del cante jondo, entre las cuales las hipótesis más importantes son la judía, la bizantina, la indo‑paquistano‑iraní, la islámica y la gitana. Todo esto para decir que, por una parte, el cante jondo es el resultado de un mestizaje de culturas musicales muy antiguas; y, por otra parte, que su aparición sólo puede explicarse teniendo en cuenta la extraordinaria mezcla de razas, idiomas, culturas y religiones ‑cristiana, musulmana y judía‑ que constituían la España de los siglos VIII a XV. Mezcla explosiva, a la cual hay que añadir la contribución de una minoría errante por vocación y por destino: los gitanos.

Entre todas estas teorías, destacan las de la influencia islámica y la gitana. La islámica, porque parece imposible que casi ocho siglos de presencia musulmana no hayan dejado huellas en la cultura musical de Andalucía, sobre todo cuando se piensa en la impronta que la civilización islámica dejó en la lengua española, la filosofía, la medicina, las matemáticas, la arquitectura, la literatura e incluso en el uso de ciertos instrumentos musicales. (Me estoy refiriendo aquí a la brillante civilización del califato de Córdoba y, en particular, a la figura de Abu el-Hasan o “Ziryab” (el Mirlo), quien se marcha de Bagdad en la primera mitad del siglo IX para instalarse en la corte de Abd‑al‑Rahman II, donde reformaría las concepciones musicales de la época perfeccionando el «ud» árabe, ‘el laúd’, y fijando la forma de la «nouba» andaluza).

En cuanto a la hipótesis de la influencia gitana, se trata de una evidencia textual e histórica. Consta que, desde que llegaron a España en la primera mitad del siglo XV, los gitanos siguieron practicando su talento de músicos y bailarines, como lo habían hecho en todos los países por los que habían pasado. A este respecto, se suelen citar dos textos:

1) Primero, el testimonio de Cervantes. En 1608, en una de sus Novelas ejemplares titulada La Gitanilla, Cervantes nos muestra de manera detallada cómo los gitanos estaban encargados de animar las fiestas populares recitando, cantando y bailando en las plazas públicas, tanto en fiestas religiosas (Corpus Christi) como en fiestas privadas, en Madrid o en otros sitios. Según Cervantes, esas danzas y cantes gitanos que se llamaban romances, zambras, seguidillas, villancicos o zarabandas se hacían sobre un fondo sonoro constituido por tambores vascos, tamburines, cimbaletes y castañuelas.

2) El otro testimonio data de 1842. En un texto titulado Un baile en Triana, publicado ese mismo año, pero basado en recuerdos de 1838, el escritor sevillano S. Estébanez Calderón describe un espectáculo que hicieron unos gitanos en una casa privada en Triana. Allí, el repertorio se había amplificado de manera notable, pero seguimos encontrando, entre los cantes y danzas mentados, el romance, además de las tonás, la seguidilla, el fandango, la rondeña, el polo, etc.

Sin embargo, no es del todo cierto que estos nombres se refirieran exactamente a la misma cosa que hoy en día. Del mismo modo, por lo que atañe a la hipótesis islámica, conviene recordar que la aparición tardía del cante jondo (hacia la segunda mitad del siglo XIX) parece negar la posibilidad de que haya habido contacto directo con la música árabe, dado que los árabes fueron expulsados de España a partir de 1492).

La cuestión está, pues, en averiguar cómo, en la actualidad, la tradición musulmana y la tradición gitana se han convertido en los dos factores predominantes con respecto a los orígenes del cante jondo.

Y aquí los datos históricos nos llevan a pensar que los gitanos, una vez más, se encontraron en mal sitio en mal momento. Y eso porque, desde la conquista de Granada en 1492, cuando la España de los Reyes Católicos decretó la limpieza de sangre de sus súbditos, la suerte de los gitanos como minoría es comparable a la de los judíos y los musulmanes que se negaban a convertirse al cristianismo y, por ello, tenían que abandonar el país.

De hecho, una gran mayoría de musulmanes decidieron quedarse ‑España era, después de todo, su país y la tierra de sus antepasados‑ y, por lo tanto, se convirtieron, aunque sólo fuera en apariencia, ya que seguían practicando su religión a escondidas (hubo, por ejemplo una ley de Carlos V de 1535, que obligó a los musulmanes de Aragón a convertirse a la fe cristiana; pero sabemos, por los archivos de la Inquisición, que conservaron de manera clandestina sus prácticas religiosas). Conservaron también su modo de vestir y sus costumbres y, en particular, las zambras, término que designa una ‘velada nocturna’ y, por extensión, ‘las fiestas que celebran los noviazgos y las bodas de los moriscos’. Eran fiestas privadas que completaban el matrimonio cristiano y que tenían lugar detrás de puertas cerradas, lo que la ley prohibía. Y de hecho, otra ley de Carlos V, ésta del 1526, prohíbe las zambras y manda que se mantengan las puertas abiertas cuando se celebran fiestas de noviazgos o bodas. La prohibición se renueva en 1530 y será recordada con vigor en 1567 a través de una pragmática de Felipe II.

De todas maneras, el recelo de los moriscos y el nerviosismo de las autoridades para con ellos se agravaron con el aumento de la potencia turca en el Mediterráneo, para la cual Andalucía podía resultar atractiva con miras a un desembarque. De ahí el período de recelo y represión creciente que siguió, con estallidos cada vez más violentos.

Un año más tarde, en 1568, los moriscos de Granada se sublevan en masa y la rebelión se extiende hasta la Alpujarra, región montañosa de acceso muy difícil. Empieza una guerra de represión muy dura, durante la cual los moriscos capturados pasan a ser esclavos, mientras que otros serán deportados a otra parte de la Península, especialmente a la región de Sevilla.

Finalmente, en 1609, bajo el reinado de Felipe III, empieza la expulsión general de los moriscos: serán alrededor de 300 000 los deportados al exterior de la Península. Cervantes alude a este episodio histórico cuando, en el capítulo LIV de la Segunda Parte del Quijote, Sancho Panza se encuentra con Ricote, su vecino morisco que camina hacia el exilio, y almuerzan en un lugar cercano a la Ínsula Barataria.

Algunos moriscos lograron evitar la expulsión, especialmente en las grandes haciendas del sureste de Andalucía, donde se necesitaba mano de obra. Otros, después de haber errado durante años, volvieron a España, donde sólo tuvieron como perspectiva la asimilación a corto plazo.

Antonio.LaraPozuelo@unil.ch

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