Costumbres

07-06-2012.
Me inicio en el socorrido “costumbrismo”, trinchera de escritores sin compromiso alguno y acomodaticios a lo que sea. Buen vivero de literatos que saben nadar y guardar la ropa.
Pues que hubo unos años, décadas que tal, que las gentes de esta España (bien, centrémonos), de nuestra Úbeda, estaban acostumbradas a no comer, o comer poco, con las consecuencias inmediatas de tan mala costumbre. También se vestían como podían, mal o con lo mismo, y lo llevaban con la máxima dignidad. Se le llamaba autarquía, aunque las gentes le llamaban pobreza y carestía, que les era más cercano concepto. Era sistema impuesto desde arriba.

En este estadio del tiempo autárquico, en un contexto de escasez e intervención estatal, elmercado negro,el estraperlo, y la corrupción generalizada (licencias importación y exportación, suministros al Estado…) se apoderaron de la economía del país.
Mas nosotros, los chiquillos, no lo sabíamos. Vivíamos al ritmo que nos imponía el ir al colegio (los más pobres iban a la escuela, que era de cierta diferencia), ir a los “mandaos” con que nos obligaban las madres (a los más pobres les obligaban a trabajar), ir a por agua a la fuente o jugar y hacer polvo todo lo que se nos fuese ocurriendo a nuestro paso, los jueves por la tarde, tarde de asueto escolar; que los sábados eran lectivos o día de aseo familiar y los domingos fiesta obligada de guardar (con la misa como primera obligación).
A propósito de ir por agua… El Caudillo clamaba siempre como origen de tanta miseria a la pertinaz sequía (aparte de los tradicionales y recurrentes enemigos externos e internos, masones, judíos y rojos por doquier). En lo de la pertinaz, no sabía él cuánta razón llevaba.
Porque acá en Úbeda, los veranos eran, además de interminables, secos; secos de verdad, de los de no caer ni una gota del cielo, ni una gota del grifo. Interminables eran las colas de cántaros, cubos y cantarillas que se veían a la vera del brocal de las fuentes que tenían abrevadero, o por el entorno de las que no. Colas perennes, atadas a un sol de justicia que castigaba, ¡cómo no!, siempre a los pobres… Los otros (más o menos pudientes) llegaban a disfrutar de agua corriente en sus domicilios, aunque también ésta se terminaba esfumando. Ir a la playa en aquellos tiempos era casi utópico, a lo más a la Alberca de Paco, cosa fina.
Había muchos pozos, es cierto; pero las aguas de estos veneros eran y son demasiado duras, calcáreas, apenas aptas para baldear o regar. A veces, ni para lavar servían; que hasta el jabón llamado “de vigueta”, producto directo del aprovechamiento del aceite no utilizable, se cortaba con aquellas aguas. Así, el trabajo de acarrear agua de las fuentes se duplicaba, se triplicaba, porque además había que ir en búsqueda del oasis más cercano, dado que las fuentes públicas, una a una, se iban secando.

Fuente de la iglesia de San Pablo.
Dicen que «finalmente, en 1954 se superó la renta por habitante de 1935. Se ponía fin a veinte años perdidos en el desarrollo económico español, ya que desde 1951 comenzaba a llegar ayuda económica norteamericana». A propósito y en un aparte, sirviendo en la mili y permitiéndome algunas charlas con cierto oficial, me declaraba, sin ambages, «que el Régimen se sostenía no por haber ganado la guerra, sino por la ayuda americana».
Algo de esto pudimos conocer, nunca los entresijos y complicaciones que la vida internacional acarreaba a nuestro siempre presente Caudillo. Pues para él debió ser duro y amargo trago (eso sí, muy disimulado) dejar atrás el sueño autárquico, poner alguna sordina al sueño político de los vencedores… Nosotros cantábamos mientras las patrióticas canciones y hacíamos que cayese Gibraltar por el milagro del invicto Caudillo (claro, que todavía anda ahí, jodiendo ‑digo Gibraltar‑). Y nos comíamos lo que nos daban en los patios de las escuelas (pan de higo, queso USA) o bebíamos leche en polvo, grumosa o requemada a veces. Los más melindres hacían ascos o directamente la tiraban, señal de que ya se empezaba a comer algo mejor en ciertas casas.
Nos llenábamos el bolsillo de pipas saladas por una perra gorda o comprábamos a Jesús, el de las avellanas, unos cartuchos recomendables por algo más. Con un cartucho de esas avellanas y un pedazo de pan apañaban al estómago, a veces grandes y chicos. Hasta que nos cayó otra losa económica llamada inflación y Plan de Estabilización.


Así se explicó: «El incipiente desarrollo trajo, sin embargo, una fuerteinflaciónque propició un fuerte malestar social. Lanecesidad de reformas estructuralesen la economía era evidente. El giro definitivo en la política económica fue elPlan de Estabilizaciónde1959».

Pero, claro, nosotros no sabíamos nada de eso. Pero lo sufrimos cuando de la noche a la mañana se nos esfumó la posibilidad de comprar una perra gorda de pipas y llenarnos el bolsillo. Con asombro incrédulo nos cambiaron lo anterior por una bolsita de plástico donde cabían muchas menos pipas y nos costaba ¡una peseta! Resultaba que «España era junto aPortugal el país más pobre de Europa, a pesar de un ligero avance en la producción que se vivió desde 1950, amparado por las incipientes ayudas norteamericanas». La situación era que «los problemas y desequilibrios que aquejaban a la economía española eran variados y de gravedad, como el incremento del coste de la vida que llegó hasta el 15 por ciento, aumento de la deuda pública o el déficit comercial muy elevado de la balanza de pagos y una consiguiente reducción de divisas hasta mínimos históricos».

Vivíamos en el país de Jauja, según las autoridades, y necesitábamos creérnoslo, por la sencilla razón de que no teníamos otro. Honrada, pero pobremente, íbamos quemando etapas, casi sin notarlo, que nos llevarían hacia otros horizontes, algunos soñados, otros ni previstos. Nos defendíamos con nuestras chiquilladas, nuestras procesiones, nuestras verbenas de barrio, de la verdad que se nos ocultaba, pero que la sentíamos en nuestras carnes.
Habrá que preguntarse: «¿Éramos felices?».
Y si la respuesta es afirmativa, ¿por qué no lo somos ahora?

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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