Hace años que entramos en el euro. La propaganda oficial trataba de crear un estado de opinión favorable y crédulo: optimista. Aquello no debía significar ningún problema para las economías domésticas, ni siquiera se iban a producir fuertes alzas de precios (no tenían por qué, decían unos dibujitos animados)… Nada de prevención contra la medida: no había motivos. Las autoridades nos engañaron, o trataron de hacerlo; mintieron a sabiendas de que lo hacían. Las consecuencias no tardaron en hacerse notar, y se siguen notando todavía.
Luego, «como España iba bien», sobre todo tras la liberación del suelo se produjo un aumento salvaje del sector de la construcción, lo que no se tardó en definir como «burbuja inmobiliaria». Pasados algunos años de ola ladrillera, todo el mundo daba por descontado que tal estado de cosas no podría seguir así eternamente y se tendría que producir el estallido de tal burbuja, que iba a pasar y que pasó. Y lo sabían. Pero no se quiso evitar. Las consecuencias no tardaron en hacerse notar, y se siguen notando todavía.
Inclusive, desde el gobierno, se nos decía con la boca floja que bajar los impuestos era también de izquierdas. Y eso se nota aún, porque no se ha realizado (ni realizará) una verdadera política fiscal.
Llevamos las meninges machacadas de tanta exhortación a la austeridad, la contención del gasto, la necesidad de recortar inversiones, etc. Machacados estamos los ciudadanos de que se nos venda la virtud (¡ahora!) del ahorro, cuando hemos visto a nuestro alrededor y a los poderes públicos despilfarrar por un tubo, y además sin temblarles el pulso, como si el maná derramado fuese de alcance eterno. Y machacados más todavía, cuando las soluciones que se nos ofrecen pasan por eso que se llamaba «apretarse el cinturón» (oído ya en tiempos del General), pero a lo burro, que no será apretarse sino hasta estrangularse con el mismo. Y no se da una solución alternativa a la propuesta, que es la nada. Y son los gobiernos los que nos incitaron a creernos sus propuestas actuales, como nos incitaban a creernos las contrarias no hace tanto. Y las contrarias y las actuales nos llevan a la ruina total.
Ya estamos viendo lo que sucede: recesión, desinversiones, abandono de políticas sociales activas, abandono de políticas económicas de desarrollo, abandono de controles y leyes relativas a las relaciones laborales, paro sin fin y propuestas para que se continúe produciendo más y en peores condiciones, nulos controles sobre los capitales y sus operaciones, sobre las sociedades y sus dirigentes (¡y no hablemos ya sobre sus sagradas libertades, traducidas en salarios estratosféricos, primas, seguros, pensiones y compensaciones de variado signo y más que dudosas razones para estos señores…!).
Estamos viendo la chulería de unas empresas particulares, que no tienen ni carácter de bien público, como son las llamadas agencias de riesgo, que se atreven a calificar a los estados, chantajearlos y hundirlos si les viene bien, sin que estos muevan un dedo para anularlas y controlarlas debidamente (e incluso definir otro sistema internacional de calificación que pase por el control de órganos intergubernamentales y no por manos privadas). Esas agencias sirven a intereses muy concretos y están en manos muy concretas y sólo se deben a los mismos (¿quiénes son, quiénes las forman, ante quiénes responden, a quiénes benefician?), importándoles un bledo lo que sus manipulaciones traigan como consecuencia en la mayoría de ciudadanos de muchos países. Y son los dioses a lo que hay que rendir sumisión.
Se utilizan las peores falacias con ánimo de convertirlas en verdades. «Facilitando el despido», nos dicen, «se facilitará el empleo» (¿de quiénes: de los despedidos anteriormente, pero ahora en peores condiciones?, ¿y los que ya estaban parados, qué?). Bajando los salarios y aumentando los horarios se aumentará la productividad (¿no será que se sacará más con menos inversión, que no es lo mismo?). Flexibilizando el mercado de trabajo, lo que en realidad es desregulándolo, aumenta la competitividad (en realidad, ¿no es llegar al trágala de lo tomas así o lo dejas, que tengo miles en la puerta esperando?). Con contención del gasto y austeridad en las cuentas públicas no se puede producir desarrollo y ya lo vemos, estamos en recesión, (pero persisten, ¿con qué finalidad?).
Todos, sin embargo, vemos que por estos caminos no llegaremos más que a la perdición; se notan ya los síntomas desestabilizadores; las sociedades no van a aguantar tanto desvarío no inconsecuente y la amenaza de lo peor por venir no es ninguna quimera. Pero el Gobierno, como siempre, nos sigue mintiendo a sabiendas de la barbaridad que nos quiere hacer tragar. ¿Por qué…? Si no hay ya capacidad de respuesta de muchos; si las cuentas familiares no salen; si, dada la recesión, el consumo se detrae, agarrotado por la penuria; si sin consumo no se venden bienes ni servicios; si sin vender no se fabrica, sin fabricar no se contrata y sin contratar aumenta más y más el paro… ¿Adónde quieren llevarnos? Y las consecuencias no han tardado en hacerse notar, las notamos y las seguiremos notando.
Lo que escribí no hace ni una semana va quedándose en mantillas ante lo que se nos viene encima. El Gobierno no tiene empacho en llegar al conflicto social, que tratará con los mismos medios que se trataba en los inicios del siglo XX (policía, guardia civil y, si hiciese falta, el ejército). Se nos va a convertir en una Grecia más en este juego, en el que no somos nada más que peones en manos de unos miserables.