El Real, 1

13-12-2011.

Corría el caluroso verano del año 1935 y yo estaba de monaguillo en la iglesia del Salvador. En la pasada primavera, hicieron ‑como todos los años‑ su primera comunión los niños y niñas de la catequesis. Ese hermoso día ‑cuando era más niño‑ lo vivía todos los años, mientras que estuve de acólito. Después de tomar al Señor, al final, a todos nos daban un desayuno que consistía en un ochío de ribete o una torta de azúcar, con una onza de chocolate de Elgorriaga en la que se veía un niño tomándose un tazón de chocolate.

Este año, al final de la comunión, don Ángel Campos, que era el sacerdote que llevaba y organizaba esa catequesis, a todos los que la hicieron les regaló un pequeño crucifijo con un imperdible, para que se lo colgaran en el pecho. A mí también me lo dio y, con orgullo y cariño, me lo coloqué en el pecho, junto a mi corazón.

 

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