El Real, 1

13-12-2011.

Corría el caluroso verano del año 1935 y yo estaba de monaguillo en la iglesia del Salvador. En la pasada primavera, hicieron ‑como todos los años‑ su primera comunión los niños y niñas de la catequesis. Ese hermoso día ‑cuando era más niño‑ lo vivía todos los años, mientras que estuve de acólito. Después de tomar al Señor, al final, a todos nos daban un desayuno que consistía en un ochío de ribete o una torta de azúcar, con una onza de chocolate de Elgorriaga en la que se veía un niño tomándose un tazón de chocolate.

Este año, al final de la comunión, don Ángel Campos, que era el sacerdote que llevaba y organizaba esa catequesis, a todos los que la hicieron les regaló un pequeño crucifijo con un imperdible, para que se lo colgaran en el pecho. A mí también me lo dio y, con orgullo y cariño, me lo coloqué en el pecho, junto a mi corazón.

 

Por esas fechas, el clima político estaba muy revuelto: había una corriente anticlerical en desarrollo. Por las calles, se escuchaban cancioncillas alusivas a la Iglesia en boca de niños y zangalitrones. Una mañana, estábamos varios chicos de los que componíamos la plantilla de la iglesia como seises y monaguillos, cuando vimos pasar grupos de muchachos y mayores luciendo en sus pecheras cruces que habían hecho con vainas de habas o buñuelos cruzados y parecía que se dirigían hacia la iglesia. En ese momento, llegó don Ángel y cerramos las puertas, en prevención, mientras escuchábamos improperios e insultos. Yo, con mi poca edad, no le daba a esos aconteceres casi ninguna importancia, aunque no me agradaban.

En esos años, el Real era la calle más transitada y visitada por todos los ubetenses y forasteros. Casi todo el comercio estaba presente en ella. Por las mañanas, era un fluir continuo el que se podía ver, discurriendo para arriba unos, otros en dirección opuesta, y se observaba una efervescencia comercial que me encantaba. Además, a pesar de que vehículos no había tantos como hoy, por esa vía tenían prohibido su paso. Era, como se dice hoy, una calle peatonal. Si venías de la Corredera, o de la calle Trinidad, o de la plaza del Reloj para llegar al Real, era paso obligado pasar por la Tienda del Paso, esa tienda cuyo dueño era Marcial Cordero. En ella podías comprar de todo: botones, hilos, artículos de regalo…

Cuando estaba de aprendiz en Casa Biedma, muchas tardes me mandaban los oficiales a por tres perrillas de colas de bacalao para su aperitivo, después del trabajo, en la taberna del Aperaor. Si te hacían falta gafas, Marcial te las ponía a punto, pues creo que en esas fechas era el único óptico que en este pueblo había.

Moisés era un dependiente de la tienda, muy simpático y agradable, y siem­pre estaba en el paso de esa tienda.

Saliendo de ella, más arriba, en el rincón estaba la tienda de Cristalería Delgado, que tenía otra puerta por la Corredera en los portalillos y no era tienda de paso. Siguiendo la escuadra que hace esa plaza del Dr. Quesada, estaba la tienda de Tejidos Merino y Martínez junto a la confitería de Blas Lope Catalá, donde se podían degustar los dulces más exquisitos de todo Úbeda. Enfrente, otra tienda de tejidos, La Verdad, en cuya esquina empezaba la calle Jerquía Alta; y, también junto a ella, la calle Prior Blanca, donde estaba ubicado uno de los varios hoteles ubetenses, Hotel Madrid.

Tejidos Los Espejos se encontraba situado en el mismo edificio donde hoy está Tejidos Robles. Daba a tres calles: Prior Blanca, Dr. Quesada y Real, que es donde hoy empieza esa calle. Yo siempre he sido muy aficionado a leer todos los rótulos, anuncios y carteles. En su fachada había dos grandes letreros que leía a diario: Almacenes los Espejos, Sánchez Robles y Esteban, y los chiquillos les agregábamos otra palabrilla para que rimara: «Camas de hierro y de madera». En esas fechas, esos almacenes adquirieron una fama comercial muy buena, pues había un día en la semana que regalaban globos a sus clientes.

Ya que estamos en el Real, les invito a que lo visiten conmigo, cogidos al hilo de mi memoria y remontándonos; o mejor dicho, quitémosle a este siglo que está acabando 50 ó 60 años. Veamos juntos el acontecer de cualquier día en esa vía comercial, donde todo lo que necesitaras lo encontrabas, como pasa hoy en las grandes superficies comerciales o en los mercadillos. La primera casa que da frente al Real, que es donde empieza o acaba dicha calle, según se baje o se suba ‑si la memoria no me traiciona‑, era Mercería Ruiz, que durante la guerra también vendía comestibles y en ella estaba inscrita toda mi familia para sacar el racionamiento con nuestras cartillas, pues vivíamos en la calle Compañía y nos pillaba muy cerca. En realidad, el Real poco ha cambiado. Los edificios son casi los mismos, la arquitectura poco se ha desarrollado. ¿Sí? ha desaparecido casi todo el comercio en esa calle. Tan sólo hay dos negocios que perduran en el mismo sitio y lugar. Sus dueños todos están durmiendo el sueño de los justos. Hoy esos establecimientos los regentan sus descendientes: Joyería García y Joyería Cobo.

Empecemos por el principio y lentamente, sin prisa y sin pausa, recreémo­nos viendo sus bonitos escaparates y entremos a alguno de ellos, pues siempre es grato ver cosas nuevas y artículos de novedad que nunca faltan. En el rincón o escuadra que hace esa calle, en el comienzo había una peluquería de caballe­ros. En la casa de más abajo estaba la Tipografía Nacional de Fco. Adán. En este establecimiento, en sus escaparates, me deleitaba viendo y leyendo los títulos de libros y novelas que exhibía en su interior. Un día vi un voluminoso libro, creo que se titulaba Geografía pintoresca. Se lo dije a mi padre y, poco tiempo después, con unos ahorros, lo compramos. ¡Qué lectura más amena tenía! Como tanto me ha gustado la Geografía Física y Política, me pude empapar bien del nacimiento de los grandes ríos del planeta, de sus caudales, de sus longitudes de las grandes ciudades y de los picos más altos de las cadenas de montañas, de los cinco continentes. Francisco Adán era un hombre afable y, como el ser afable conlleva, simpatía la tenía en extremo.

Cuando compré el libro se lo pagué en dos plazos y él lo aceptó muy bien. Más abajo de esa imprenta había una mercería que tenía su nombre pro­pio, pero que el público, en general, lo conocíamos por Los Chicos. Creo que esa denominación sería porque tanto el dueño como un empleado eran hombres pequeños.

En la acera de enfrente había un establecimiento moderno que por esa fecha fue su inauguración: Calzados Salido, que el público tomó bien y lucía en sus escaparates las últimas novedades en calzados de hombre y señora. Ese esta­blecimiento ha perdurado hasta hace dos o tres años, porque el abandono comercial del Real lo ha arrastrado a su cierre final.

Más abajo de la referida zapatería había un edificio que, en el transcurso de mi vida, he visto en él ubicado varios negocios. En esa fecha era casa de vecindad. En la guerra, fue almacén de comestibles, que suministraban previo vale de las autoridades. Después fue un bar; posteriormente, la Perfumería Maru se instaló allí y varias cosas más. Hoy es almacén de juguetes y artículos para bebé.

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