¡Feliz Navidad a todos!

16-12-2010.

 

Los escritos de Blas Lara no sólo suelen ser interesantes, sino que, además, convencen por la inteligencia de sus planteamientos, por el fecundo soporte erudito en que se sostienen y por la coherencia de sus conclusiones.
«¡Qué nivel!», que diría Dionisio… Por tristes circunstancias familiares, no quise añadir una apostilla a su artículo del 11-11-2010, titulado “Yo y Dios” (no se vea, por favor, ninguna presunción o arrogancia en la anticipada colocación del pronombre, sino más bien una disposición, un camino de búsqueda del individuo hacia un objetivo, un fin, una meta; en este caso, Dios).

 

 

Quizás, por la gran distancia expresiva con otros artículos, lo que más me impactó de ese “Yo y Dios” fue la sencillez con que se simulaba un diálogo entre un presunto «tú» ateo y el «yo» del narrador, cuyo lenguaje (o «discurso», diría alguno) se parecía más al que usamos en el Rincón del Café, que al que él –Blas‑ nos tiene acostumbrados (véase, por ejemplo, el artículo del día 03-12-2010: “El hombre honrado e inteligente tiende a cooperar”, a propósito del cual un amigo me decía que, tras la lectura de cada párrafo, se daba una vuelta para rumiar lo leído). En “Yo y Dios”, nada de nombres ni citas eruditas, salvo a la del tocayo Blaise Pascal, cuando se dice que creer en Dios es, finalmente, una «cuestión de decisión personal».

Se acerca la Navidad con sus historias bíblicas entre las que, sin duda, la más trascendente es la que va a encadenar el Antiguo con el Nuevo Testamento: el Espíritu Santo se hace Padre y nos envía a su Hijo (al que, desagradecidos, maltratamos) para que nos salve de la condenación eterna a la que estábamos avocados desde el mordisco de Eva a la dichosa manzana. Grandísima invención del hombre, esta de que Dios se hace «Padre Nuestro» para salvarnos. Al llegar aquí, repito que estoy con Blas Lara en eso de que la razón nos conduce a pensar, dicho ramplonamente por mi parte, a «que alguien tiene que haber hecho todo esto que nos rodea»; es decir, que como asevera santo Tomás en su Segunda vía (me parece que estoy oyendo a don Isaac): «Que no hay efecto sin causa y, puesto que nada es causa eficiente de sí mismo, hay que admitir la existencia de una primera causa que haya hecho o creado el firmamento»).

Efectivamente, hay argumentos racionales (e incluso una pizca de sentido común) que nos invitan a creer en la existencia de Dios (o como se llame); pero también tenemos muchísimas razones para pensar que, probablemente, a él le importa un comino nuestra existencia. ¿Qué argumentos ‑salvo los que nos inventamos nosotros mismos‑ hay para afirmar lo contrario?
A pesar de todo, por si acaso, por egoísmo, porque sí, prefiero creer. Y firmo, citando a Blas Lara: «Ante esa ambigüedad, a mí –también– me conviene que haya Dios». Porque si no hay nada, no hay nada. Pero si hay, ¡qué lotería navideña! Porque quiero pensar que todo será diferente de como los humanos lo hemos imaginado.

Deja una respuesta