27-09-2010.
Yo vi arder el Circo Price en Úbeda.
En la última decena del mes de junio, creo del año 1953, nos visitó el famoso Circo Price. En ferias, siempre nos han visitado los mejores circos del momento: el Circo de la Alegría, el Circo Romero y otros. Los números más artísticos, los más bonitos y arriesgados, esos circos los ejecutaban a la perfección.
Los mejores artistas y payasos de esos tiempos formaban parte de su elenco artístico: los famosos payasos Pompón y Tedi, Zampabollos y Nabucodonosorcito, que hacían las delicias del público con sus bonitas parodias y su dominio de los instrumentos musicales.
Años después, nos visitaba en la feria el Circo Americano con su famoso número del oeste: Búfalo Bill con su rubia y bien cuidada melena, con su flamante sombrero de vaquero adinerado, con su brioso caballo en el que irrumpía en la pista cabalgando. Por aquí han pasado todos los mejores de ese género artístico, que siempre me ha gustado y del que he sido un ferviente admirador.
Cuando anunciaron que venía el Circo Price, me alegré mucho. Yo tuve la suerte de verlo en Madrid, en un viaje que hice para asistir a unos cursillos de avicultura, patrocinados y subvencionados por la Cámara Sindical Agraria, a los que fui en representación de la provincia.
Ese circo llegó a Úbeda en la tarde del 24 de junio. Varios pesados camiones descargaron en la amplia plazuela que había junto al colegio de la Explanada, enfrente de la Almazara ‑ya inexistente‑ de don Luis Rojas Siles y de una acera de casas donde había una pellejería ‑ya desaparecida también‑. Vi con asombro cómo en un camión traían la carpa en varios bultos de lona. ¡Qué maromas de cáñamo! ¡Qué grosor tenían! ¡Qué sogas de pita gruesas como la muñeca de un hombre gordo! En otros camiones, jaulas con fieras y otros cajones grandes con cocodrilos en su interior. Todo a lo grande.
Yo gozaba, viendo todo ese trasiego de descarga y montaje. Las tardes eran largas y, después de mi trabajo, pude gozar con esa visión de deleite. Dieron en esos días varias funciones. Yo asistí a una de ellas, la primera. Me gustó y agradó muchísimo. Metí en la rifa que siempre hacen en esos espectáculos y me tocó. En fin, salí contento y satisfecho.
En vista del éxito que tenía, lo prorrogaron hasta el día de San Pedro y San Pablo. Ese día eran las últimas funciones.
Vivía yo en la calle de las Minas, en la penúltima casa. La sala comedor tenía la luz natural que le entraba por una claraboya que había en el techo, por donde entraba a raudales. Sobre las tres de la tarde nos extrañó mucho que se nublara y apenas se veía en la habitación. Me asomé a la ventana de otra habitación contigua y un fuerte ruido y angustiados gritos de «¡Fuego!» se oían.
Salí presuroso a la calle, volví la esquina de la calle de las Minas y ante mí se presentó una imagen dantesca: el gigantesco fuego impedía con su calor arrimarse a varias decenas de metros. Varios empleados del circo bajaban en carrera desenfrenada gritando, y en sus manos lo primero que pillaron en su huida. Uno llevaba una guitarra enfundada: «Lo primero que he pillado» ‑me dijo entre sollozos‑.
La gigantesca circunferencia se consumía. Por momentos se elevaba al cielo, en esa calurosa tarde del día de San Pedro y San Pablo. La embreada y gigantesca carpa se esfumó en varios minutos, cayendo sus encendidas cenizas en el graderío y pista, volviendo a reanimarse ese horno de fuego. En menos de media hora, todo se consumió. No dio tiempo a nada. Cuatro hierros retorcidos fue lo que quedó en su interior. Únicamente quedó bien marcada la circunferencia a través de las puntas y de los tornillos que estaban en el suelo. Varios remolques, donde estaban las jaulas con fieras y cocodrilos unidas al circo ‑pero fuera del recinto‑ se salvaron gracias a la diligencia de algunos vecinos que, arriesgando sus vidas, los empujaron hasta dejarlos fuera del alcance de las llamas. Toda la impedimenta la consumió el fuego.
A otro día, los atribulados artistas salieron por Úbeda, implorando la caridad. Se organizó una función en el Ideal Cinema a beneficio de los damnificados. El público acudió en masa a identificarse con los artistas, cooperando económica y moralmente con los desafortunados.
Ese fue el trágico final que tuvo ese circo trashumante en nuestro pueblo.