31-03-2010.
El pasado sábado, 27 de marzo, estaba leyendo el periódico Jaén y me encontré con el ganador del I Certamen de Cuentos para la Igualdad, cuyo nombre me es totalmente conocido: Enrique Hinojosa Baca. El premio había sido convocado por el Ayuntamiento de Alcalá la Real y dotado con cuatrocientos cincuenta euros y un diploma.
No pude resistir mi alegría e, inmediatamente, llamé a su padre para darle la enhorabuena. Me dijo que el cuento iba a ser ilustrado y encuadernado por los técnicos del Ayuntamiento, para ser distribuido en los colegios. Le insinué que nos lo enviara para publicarlo en nuestra página web y, tras el consentimiento de su hijo ‑quien no duda del buen uso que nosotros vamos a hacer de él‑, me lo ha remitido.
La narración está escrita a caballo entre un cuento clásico y un estilo actual; y su idea fundamental está recogida en esta cita que se lee al final de su cuarto párrafo: «Si sentamos en la balanza que marca el Equilibrio de la Vida a un hombre y a una mujer, podrán mirarse a los ojos, pues ambos estarán sentados a la misma altura».
J. M. Berzosa.
La balanza de la vida
Autor: Signatus
El Equilibrio de la Vida existe para mantener el orden en todos los desacuerdos que las personas podemos tener cada día. Lo encontraremos buscando la armonía en los lugares donde la Justicia se tuerza, o nivelando desventajas entre personas, o también asegurándose de que la Ley mantenga su valor, e intentando que se terminen las malas acciones.
Podremos observar el Equilibrio de la Vida en cualquier calle; por ejemplo, cuando un gato desde lo alto de un árbol se llena de valor y se atreve a bajar de un salto; o cuando un pajarito sale por primera vez de su nido, y echa a volar. Este equilibrio existe para poner a cada uno en su lugar, y equilibrar la vida de todos los seres y todas las personas, aportando lo que se necesite en cada situación: un poquito de valor aquí, un poquito de esperanza allí, una pizca de generosidad… A veces, de hecho, ni siquiera podremos verlo actuar, porque se esconde en pequeños agujeritos para que no lo veamos. Pero siempre está ahí.
El Equilibrio de la Vida aparece para que puedan usarlo distintas personas, animales, o hechos e historias. Este gran equilibrio puede mostrarse ante hombres ricos y pobres, ante lobos feroces o asustados, ante historias de perdón o de injusticia. El Equilibrio de la Vida sirve para resolver conflictos y colocar cada cosa en su sitio. Es, en definitiva, el arma perfecta para mantener el orden en el Universo. Pero que nadie se confunda…: en realidad no es un arma.
***
La Justicia es como una dama ciega que utiliza una balanza para lograr este equilibrio. Sin embargo, en esta historia que ahora comienza, un joven y su propia hermana discutían para saber cuál de los dos era el mejor ante los ojos de su padre. El padre, triste ante esa discusión, se preguntaba cómo se podría lograr que dos personas se dieran cuenta de que todos somos iguales. Él les querría siempre por igual. Así, el padre de estos dos jóvenes ideó un plan, utilizando el Equilibrio de la Vida, representado en esta historia por una antigua balanza. Si sentamos en la balanza que marca el Equilibrio de la Vida a un hombre y a una mujer, podrán mirarse a los ojos, pues ambos estarán sentados a la misma altura.
Esta historia ocurrió en una ciudad pequeña, llamada La Platera, donde niños y niñas de toda la ciudad corrían y jugaban cada tarde en el Barrio de La Alpaca. En ese mismo barrio, en la Calle del Cuarzo, la joyería “Oro de Ley” llevaba unos cincuenta años abierta, ofreciendo siempre a sus clientes la mejor atención. Su dueño, un viejo joyero llamado Damián Azor, había aprendido el oficio de manos de su padre, durante años, hasta que heredó la joyería cuando éste se jubiló. Ahora, muchos años después, era Damián quien había enseñado el oficio a su hija Esperanza, la mayor; y a su hijo menor, Jaime. El viejo joyero les enseñó a los dos por igual: por turnos, encargaba a cada uno una tarea cada día, y les iba enseñando poco a poco. Así, aprendieron a cambiar la correa a un reloj, a arreglar un eslabón roto de una cadenita y, cuando ya eran algo mayores, cómo debían actuar para intentar vender un anillo de oro o una pulsera a un cliente, según lo que éste estuviera buscando. También les enseñó, a sus dos aprendices, que tenían que limpiar el escaparate todos los días, y quitar el polvo de cada pulsera, anillo y reloj de las estanterías, pues todo tenía que estar limpísimo y reluciente para los clientes. Les educó lo mejor que pudo.
Así llegó el momento en que Damián tenía que jubilarse, después de más de treinta años trabajando en aquella joyería. Damián, tan orgulloso de sus dos descendientes, esperaba que ambos se hicieran cargo de la joyería familiar en la que él había trabajado durante tanto tiempo. Su deseo era que fueran Jaime y Esperanza quienes le dijeran que querían compartir la joyería y que le pidieran que les dejase la tienda a los dos. Sin embargo, Jaime era muy ambicioso y tenía otros planes; y le dijo a su padre que quería ocuparse de la joyería él solo:
—Padre; yo he trabajado muy duro estos años y te he ayudado mucho. Ahora quiero que me dejes a mí encargarme de todo.
Cuando Esperanza oyó esto, protestó muy enfadada:
—Pero padre, eso no es justo. Yo soy la mayor; así que yo lo merezco más. Tienes que dejar que yo me ocupe de la joyería.
Discutieron toda la tarde, pero no se ponían de acuerdo. El egoísmo de Jaime y Esperanza crecía cada vez más. Jaime insistía:
—La joyería debe de ser para mí, porque a los hombres se nos dan mejor los negocios.
—¡Eso es mentira! —contestó Esperanza, furiosa—. ¡Yo sé más que tú! Además, yo he pasado más tiempo en la tienda que tú; así que yo tengo más experiencia.
—Por eso, tú ya has tenido tu oportunidad; ahora me toca a mí —replicó Jaime—.
Damián, que estuvo en silencio todo el rato, y harto de los gritos y la discusión de Esperanza y Jaime, les pidió que se callaran, y les dijo que lo pensaría y que al día siguiente les daría una respuesta con su decisión. Ante el dolor que le supuso el enfrentamiento de sus propios hijos, Damián incluso pensó si debería vender la joyería a cualquier desconocido, para evitar más problemas en su familia. Pero no podía vender la joyería que le dejó su padre y, además, aún tenía esperanzas de que entraran en razón y decidieran trabajar juntos. Damián empezó a pensar qué podría hacer para convencerles. Cogió su silla y se sentó en la mesa de trabajo, en el pequeño taller que tenía en la trastienda de la joyería. Allí había pasado sentado muchísimo tiempo, arreglando relojes, diseñando joyas y grabando con letras minúsculas anillos y colgantes. Entonces, se fijó en la balanza que tenía allí para pesar los trocitos de oro y plata con los que hacía los colgantes que él mismo diseñaba y fabricaba a mano, para luego venderlos. Era una balanza dorada, muy antigua, que su padre le regaló al heredar la joyería, con dos platitos sujetados por finas cadenitas de metal, y estas sujetas por unos largos brazos también metálicos, uno a cada lado. En el pie central, una pesada piedra de mármol sostenía todo el peso de la balanza. Con la balanza ante él, Damián tuvo una idea.
Al día siguiente, Damián se reunió con Jaime y Esperanza en el taller de la joyería. Les pidió que se sentaran, y puso con cuidado la balanza en el centro de la mesa de trabajo. A continuación, les entregó a cada uno una bolsita con veinte eslabones de oro, de los que él usaba para hacer sus cadenas y colgantes. Los eslabones brillaban mucho y eran lo suficientemente grandes como para poder cogerlos fácilmente con los dedos. Esperanza y Jaime se miraron extrañados.
—Cada uno de estos eslabones va a representar una razón por la que creéis que merecéis haceros cargo de esta joyería —dijo Damián—. Por cada razón que tengáis, quiero que la digáis y coloquéis un eslabón en uno de los platos de la balanza. Jaime, tú en este de la izquierda; y tú, Espe, en el plato de la derecha. Cuando terminéis, quien más eslabones tenga en su platillo, se quedará con la joyería.
Damián se quedó un instante en silencio, mirándolos. Inmediatamente, Esperanza empezó a pensar en razones por las que ella merecía heredar la joyería; y, a su vez, Jaime hizo lo mismo. Entonces, Damián siguió hablando:
—Hijo mío, hija mía, sé que os queréis mucho y os respetáis. Habéis sido muy buenos hermanos y esta decisión no va a ser fácil. Por eso quiero que os miréis, que miréis en vuestros corazones y seáis sinceros: Espe, ahora quiero que me digas una razón por la que Jaime merece heredar la joyería.
Esperanza, sorprendida y sin entenderlo muy bien, quiso protestar, porque pensaba que ella tendría que decir sus propias cualidades, no las de su hermano; pero la firme mirada de su padre hizo que asintiera y contestara casi sin poder pensar:
—Jaime es un joyero excelente —dijo—.
—Muy bien, Espe —contestó Damián—. Coloca ahora uno de tus eslabones de oro en el plato de tu hermano.
Esperanza puso con cuidado un eslabón en la balanza, que se inclinó hacia el lado de Jaime.
—Ahora tú, Jaime, tienes que decirme una razón por la que Espe merece heredar la joyería.
Jaime sonrió y dijo:
—Espe también lo es.
Sin esperar a que su padre se lo dijera, Jaime puso uno de sus propios eslabones en el plato de su hermana. Inmediatamente, la balanza volvió a equilibrarse.
—Espe, es tu turno —dijo Damián—. Dime otra razón, si la hay, y coloca otro de tus eslabones en su plato.
—Jaime sabe negociar muy bien —dijo Espe, antes de poner otro eslabón en la balanza—.
La balanza volvió a desequilibrarse a favor de su hermano.
—Jaime, ahora tú.
—Espe sabe muy bien qué necesita cada cliente —respondió él—.
—Bien —Damián sonrió—… Continuad hasta que no quede ninguna buena razón, y seguid poniendo eslabones en los platillos.
Ellos siguieron hablando.
—Jaime es muy cuidadoso con las joyas.
—Espe es una diseñadora magnífica.
—Jaime tiene una gran paciencia, y eso es necesario para tratar a algunos clientes que son muy cabezotas —los tres sonrieron juntos, antes de que Jaime siguiera hablando—…
—La verdad es que Espe llevaría las cuentas de la joyería mejor que yo: siempre fue muy buena en Matemáticas.
Después de un rato hablando y poniendo más eslabones en los platillos de la balanza, se dieron cuenta de que sólo les quedaba un eslabón a cada uno, y la balanza seguía equilibrada. Jaime iba a decir algo, pero Esperanza, mirando a su hermano y mostrando una enorme sonrisa, se le adelantó y dijo:
—¡Y porque Jaime es muy guapo!
—¡Tú sí que eres guapa! —contestó Jaime, riéndose—.
Ambos colocaron al mismo tiempo sus últimos eslabones en los platos de la balanza.
Al decir esto, Esperanza había colocado sus veinte eslabones en el plato de Jaime, y Jaime los suyos en el plato de su hermana. La balanza se mantenía por fin totalmente equilibrada. Damián, satisfecho por lo que había visto, les dijo:
—Muy bien, hijos míos; ahora me gustaría que miréis la balanza, que está en un perfecto equilibrio. ¿Qué creéis que significa eso? No debéis olvidar que la virtud está en el equilibrio. Hay dos lecciones que debéis aprender hoy: la primera lección es que la balanza equilibrada significa que ambos estáis igual de bien preparados; así que estoy seguro de que seréis capaces de llevar con éxito nuestra joyería. Os habéis preparado muy bien, y por eso aún no puedo decidir quién será mi elección.
Aparentemente, la balanza no había sido capaz de decidir quién era la persona idónea para heredar la joyería de la familia, si Jaime o Esperanza. Pero Damián no pensaba así, y siguió hablando:
—Antes de decidirme, tenéis que aprender otra lección. Será lo último que yo pueda enseñaros, porque ya os he enseñado todo lo que sé. Oídme bien: debéis aprenderla por vosotros mismos; yo sólo os puedo dar una pista, es decir, mostraros el camino. Ahora esperadme fuera un rato, que tengo que preparar esa pista para vosotros.
Esperanza y Jaime salieron de la trastienda y esperaron en el mostrador de la joyería. Mientras tanto, Damián se puso sus gafas, cogió sus herramientas más precisas y empezó a abrir con mucho cuidado todos los eslabones de los dos platos, uniéndolos luego uno a uno hasta formar una fuerte cadena de oro. Cuando la cadena estuvo terminada, con todos sus eslabones bien cerrados de nuevo, Damián la extendió, dejándola sobre la mesa. Salió del taller y llamó a Jaime y a Esperanza, diciéndoles:
—Ya podéis entrar.
Esperanza preguntó, nerviosa:
—Pero, ¿has decidido ya? ¡Dinos algo…!
—La Balanza de la Vida ha decidido por nosotros. Entrad en el taller y podréis ver qué ha dicho.
Al entrar al taller, vieron la brillante cadena de oro sobre la mesa de trabajo, frente a la balanza.
—¿Qué significa? —preguntó Jaime—.
—Sólo vosotros —respondió Damián— podéis aprender el significado de la balanza y de la cadena. Pensad bien qué queréis hacer ahora. Yo os esperaré fuera.
Esperanza y Jaime se quedaron solos en el taller, mirando fijamente la cadena de oro y la balanza, y pronto comprendieron lo que su padre les quería enseñar. Comprendieron que si los dos unían sus cualidades, juntos formarían un equipo muy bueno, y podrían llevar la joyería de su padre con mucha más eficiencia que por separado. Comprendieron también que su padre quería que ambos heredaran la joyería y siguieran la tradición familiar que duraba ya cincuenta años.
Jaime y Esperanza salieron buscando a su padre, que les esperaba impaciente en la tienda. Esperanza tomó la palabra:
—Padre, hemos estado hablando y ahora comprendemos lo que nos querías decir. Sabemos que nos has enseñado a mi hermano y a mí todo lo necesario en este oficio y, por eso, tanto él como yo estamos listos para hacernos cargo de la joyería. También entendemos que si unimos todos esos eslabones que tenemos, que en realidad son nuestras cualidades, juntos podremos formar una larga cadena, que será muy fuerte y muy difícil de romper o separar. Está claro que los dos formamos un gran equipo, así que hemos decidido que queremos ser socios y llevar la joyería juntos.
Damián, orgulloso tras oír las palabras de su hija, quiso dedicarles unas palabras:
—Gracias, hijos míos. Eso es justo lo que yo quería: que los dos os situaseis a la misma altura. Así os habéis dado cuenta de que ambos merecéis la joyería por igual. ¡Ya veréis que juntos no tendréis límite! Me hace muy feliz que voluntariamente queráis compartir esta hermosa herencia. Ya sabéis que no tenéis que competir entre vosotros.
Así pues, Esperanza y Jaime decidieron juntos que serían socios y compartirían todo el trabajo y el día a día en la joyería. Su padre, con la ayuda de la Balanza de la Vida, les había enseñado una gran lección en dos partes: primero, con aquella antigua balanza, que tanto Jaime como Espe serían capaces de todo, porque estaban bien preparados; y segundo, con la ayuda de la cadena hecha con los eslabones de oro, aprendieron que, compartiendo el trabajo, podrían dar a su joyería un futuro mejor. La joyería de Damián estaba preparada para afrontar el futuro con garantías.
Unos días después, todos los vecinos del Barrio de la Alpaca podían ver un nuevo cartel en la fachada de la joyería. En uno de los lados de ese cartel había dibujada una gran balanza dorada y, en el otro lado, el nombre de la Joyería. Este nuevo cartel sustituía al viejo cartel que anunciaba la joyería desde hacía muchos años. Desde aquel momento, la joyería tenía también un nuevo nombre. El nuevo cartel decía así:
Joyería Oro de Ley — Hermanos Azor
Abierta desde 1956