Palomas, y 4

01-04-2010.
De un palacio cercano sale un grupo de personas. Convirtieron el palacio en hotel. Mejor así que dejarlo pudrirse en sus propias glorias, con la cruel colaboración de la fauna columbaria. Sus dueños quedaron arruinados cuando pensaban que nunca se les pondría el Sol; que tras los sustos habidos, lograda la victoria, la época del brillo y de dominio se prolongaría indefinidamente.

Se arruinaron porque no tuvieron más que falsas ilusiones, vacuas e inanes, de las que pretendían extraer todavía más las rentas a ellos debidas. Ahora, la señora se trasmutó en gerente, recepcionista, camarera y botones del hotel encantado en que se había cambiado el palaciego edificio. Iba al frente de la tropilla guiri como guía especial y especializada, noble guía de pedigrí. Porte y figura agradable, delgada, movimientos estudiados, marcaba el paso de los demás con economía de gestos y medios. Su voz se alzaba en la plaza, con un discurso inglés de acentos exquisitos y de escasa estridencia. Alguna cámara se disparaba, mientras el grupo se desplazaba lentamente.
También me alejé, por cortedad y reconocida misantropía. No me gustan las gentes, ni aunque las dirija un noble. No soporto ser centro de la atención de nadie; menos, de foráneos.
Contando mis pasos, marcho por el lateral del palacio, que me vigila por medio de sus guerreros armados de la fachada. Guerreros, caballeros, soldados: castas de otras épocas idealizadas. Espada y cruz: unos para las armas, otros para las almas. En realidad, reparto de bienes, emolumentos, riquezas e intereses. Reparto de poder.
El poder repartido de la Trinidad. Y la falsa idea de la paloma como Espíritu. De ahí otro de nuestros males. No las podemos matar porque son imagen del Espíritu. ¡Vaya por Dios, que habría tantos como palomas vivas en el mundo!
Se demonizaron los gatos, animales diabólicos compañeros de brujas y chamanes, y se les erradicó, intentado al menos, cuando habrían contribuido a la erradicación de epidemias y pestes. Me gustaron siempre los gatos, inteligentemente interesados, taimados, comodones, falsos, pero limpios por demás. Ni huelen ni manchan ni estorban con sus inmundicias.
Algunos gatos pululan por la plaza. Se esconden entre los jardines. Se les oye en los días de celo compartido, concierto de quejidos de niños perdidos por los aires. Luego, de vez en cuando, corren que se las pelan unos detrás de otros, en trifulcas familiares que pronto son superadas. Se me ha arrimado en mi paseo uno, ¿o una?, blanquinegro, de cola alzada para llamar la atención. Su prudencia lo mantiene a distancia mínima pero segura, pues, si hago algo brusco, le dará tiempo para largarse rápido. El gato se arrima a quien quiere; él escoge a quien seguir o de quien ser servido, pues es su interés el que prima. El gato, en general, lo sabe. Las palomas no quieren a los gatos. Los gatos debieran cazar a las palomas.
El libro me llena las manos y lo vuelvo a abrir. Tiene su nihil obstat de arzobispo antiguo, sede metropolitana de las primeras. Es antiguo y me pregunto qué hacía este librito bajo el banco de piedra de esta plaza y junto a una jeringuilla… ¿Leería oraciones el yonqui que se chutaba al abrigo de la discreción del muro de la iglesia? ¿Cómo entenderlo? ¿Sería otro más de los ángeles caídos que rodean tantos espacios y a los cuales no hacemos caso? ¿Lo habrían puesto allí para que yo en concreto lo encontrase? Y si era así, ¿qué mensaje se me pretendía lanzar…?
Libro antiguo. Algo me ronda la cabeza. Por encima vuela un grupo nutrido de palomas. Peligro.
La plaza se abre en varias entradas o salidas, según se estime el flujo, que definen los cuarteles inmobiliarios que la forman. Por el enfrentado al palacio se quiebra la linealidad, formando un rinconcito que pueblan paredes llenas de hiedra. Hay una puerta casi oculta, adintelada. Me llama la atención. Es sugerente el entorno; más que sugerente, incluso misterioso. Esa puerta… El imaginario de las gentes siempre se ha desbocado ante estos estímulos sugerentes. Palacios, portillos ocultos, la hiedra que trepa a los ventanucos enrejados. Amores, traiciones y muertes, reyes justicieros. Por estas tierras anduvo Pedro el Cruel, o el Justiciero. Restituyó honras y castigó a felones. Justicia medieval: leyendas.
Se me va despejando la bruma y la telaraña de mi mente. Al igual que el libro me proporcionaba sensaciones perdidas, también por esta zona concreta mis percepciones atraen retazos de memoria.
Un pedestal; hay un pedestal adelantado a la puerta oculta. Está trabajado en granito gris: prisma cuadrangular, coronado por una plataforma de igual material, con borde labrado en cornisa. Lleno de polvo y manchado profusamente de cagadas de paloma. Me acerco con curiosidad, porque al frente tiene unas letras metálicas formando una leyenda. Paso la mano para limpiar los tipos. Leo:
Reverendo padre Licinio Andreu de Lambiano
Doctor en Teología
Rector Magnífico
Excelso Hijo de Nuestra Ciudad
¡Claro, mi propio nombre, mi propio monumento! ¡Mi estatua! ¡Yo soy mi propia estatua! ¡Ya me acabo de bajar otra vez para encontrar mi breviario…!
¡Con razón odio tanto a las palomas!
Nota del redactor jefe: Este cuento fue MENCIÓN ESPECIAL del XIII Concurso Facultad de Relato 2008/009, convocado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UJA.
 

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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