03-12-2009.
Como mi abuelo no estaba completamente recuperado del enfriamiento que pilló el sábado, el tiempo del paseo duró menos de lo apetecido. Esta vez no nos sentamos en el último banco de piedra ni, en consecuencia, pudimos contar los vagones que arrastraba el tren de mercancías. Esta vez nos acomodamos en uno de los cuatro banquillos que el Ayuntamiento había hecho colocar en la mitad del Paseo de la Estación, en torno a una fuentecilla de granito con perinola en el centro y, en los laterales, diminutos surtidores en forma de sapo. Los cuatro banquillos eran obra de nuestro fornido vecino, Rafael, el “Guitón”, cuya taller de carpintería estaba en el Cerrillo de la Palma, justo frente por frente de la puerta falsa de mi casa; la taza de granito la había modelado el jefe de los picapedreros del pueblo, allá en su taller de la carretera de la calle Conquista, ya cerca del cementerio.