24-12-2009.
Mágina, 2
Venían de los lugares más extremos. Unos en autobús y otros en tren. Venían de las ocho capitales de provincia, de sus aldeas o de sus pueblos. Viajaban desde la más lejana punta occidental o desde la más oriental de Andalucía. Y todos confluían en la estación de tren, situada en una amplia y desolada llanura en la que sólo había una explanada con algún bar y el requerido y destartalado edificio con oficinas y techo prolongado hacia los raíles, bajo el cual se cobijaban la cabeza del tren y los viajeros. Era una estación con nombre de dos pueblos, como si los dos que la designaban hubiesen deseado apropiársela y un juez hubiera dictado la salomónica decisión de adjudicarla nominalmente al cincuenta por ciento: Estación de Linares-Baeza. O quizás fuese porque ninguno de los dos pueblos deseó que la vía férrea pasara por sus aledaños y la Renfe buscó entonces un extraño punto equidistante que les concediera el mismo derecho de denominación.