Cada día, con más frecuencia, se van acumulando ciertas esclavitudes sibilinas en nuestra occidental y democrática sociedad, que no nos hacen pensar que, si hemos alcanzado cierto grado de bienestar, casi siempre, es debido a otras personas o colectivos que lo pasan peor que nosotros y sobre los que descargamos nuestras culpas o responsabilidades.
Eso es lo que ocurre hoy en día con bastantes abuelos, que se han deslomado, trabajando desde bien jóvenes, criando y educando a sus hijos, sacrificándose en lo físico, en lo material y hasta en lo espiritual para que su prole tuviera mejores estudios, más altas carreras, más remunerados puestos de trabajo… por lo que se sienten sumamente orgullosos. Pero, hete aquí que, ahora llegan esos propios hijos ‑no todos gracias a Dios, pues siempre hay gente que tiene y tendrá conciencia‑ y, de una manera sibilina, o abierta y descarada, se aprovechan de sus padres ‑ahora que son abuelos‑ y les encargan pura y llanamente la educación de sus hijos en todos los ámbitos de la vida, puesto que ambos están trabajando y precisan de su ayuda. No hablemos, si la familia es monoparental y no se tiene la debida conciencia al respecto… Lo que, en un principio, puede empezar siendo una ayuda necesaria, llega un momento que se convierte en esclavitud pura y dura, donde los pobres abuelos tienen que asumir múltiples obligaciones que llevar a cabo diariamente, entre ellas: la de estar pendiente de sus nietos; llevarlos y traerlos del cole; quedarse al cuidado, en su casa, si son más pequeños; darles de comer, incluso hasta de desayunar, merendar y cenar; y luego, como el fin de semana es para divertirse, también recurren a los sufridos abuelos ‑especialmente, con premeditación y alevosía, a las sufridas abuelitas, todo terreno‑, para que los entretengan y se hagan cargo de ellos, jugando “muy mucho” con el parentesco y el corazoncito tierno del abuelo hacia el nieto, pues los padres no tienen más remedio que divertirse y evadirse del trabajo semanal, con el fin de coger fuerzas para la semana siguiente… Incluso los hay que invitan a los abuelos a que se vayan con ellos de veraneo, con el fin de tener mano de obra barata con la que poder prolongar el descanso y la molicie hasta en el estío. A este tipo de hijos, que ahora son padres, les falta lo más sencillo: el amor a sus padres, la conciencia más elemental, la de saber que sus padres los educaron a ellos y que ahora el testigo ha pasado de mano; y con los pobres e indefensos abuelos no tienen piedad, ni respetan su quebrada salud…, pues, la verdad es que no tienen la obligación de llevar otra vez esa pesada carga… Al abuelo siempre le ha correspondido el papel más amable: darles caprichos a los nietos, contarles su vida y dulcificarse mutuamente la existencia.
No seamos esclavistas y no consintamos que nuestros padres carguen con la pesada carga de la educación de nuestros hijos. Si no queremos tener hijos, pues no los tengamos: hoy en día hay demasiados medios para ello; pero, si pensamos traerlos al mundo, que sea para educarlos y acompañarlos a lo largo de toda su existencia. No nos extrañe que estos niños de hoy quieran más a sus abuelos, a las tatas… -en definitiva, a las personas que más los rozan- que a sus padres, que son esos extraños y alejados personajes que sí, cubren todos los gastos y caprichos habidos y por haber, pero no los educan, ni los acompañan y moldean desde que los trajeron al mundo.
Hay abuelos que empiezan de buena fe, ayudando a ese hijo o hija necesitada; pero llega un momento en que han de seguir aguantando, hasta que la salud les falle esa dinámica que les han obligado a hacer. O bien, con amargura, se encuentran abocados a romper bruscamente con los seres más queridos, siempre buscando que se les respete sus más íntimos y merecidos derechos. Bastante tiempo han estado trabajando, sacrificándose y educando para que ahora tengan que seguir en esa dura brega diaria. En verdad que no se lo merecen. Ni los propios hijos, ni la propia sociedad tienen que consentir esto, pues es una esclavitud soterrada que desdice mucho de nuestra sociedad occidental, tan plena de derechos para todos, que no se ve acompañada, irremisiblemente, por sus deberes correspondientes.
Úbeda, 7 de agosto de 2007.