Sinceridad, lealtad y coherencia

 

 

Dedicado a Paco Fernández Martínez que también sufrió las mentiras y vejaciones de los fanáticos e irracionales.

 

Aseguraba don Isaac que los problemas filosóficos debían afrontarse con mente abierta y sincera, y en disposición de aceptar siempre la verdad, aunque ésta procediera del antagonista, sin ceguera mental ni pasión excesiva. “Lo contrario ‑decía‑ conduce irremisiblemente al fanatismo y la irracionalidad”.

Recuerdo la fascinación que, en los años de la Transición, despertaban en la juventud las diferentes opciones políticas. Generalmente, el nombre de los partidos pretendía la aceptación necesaria, para lograr el voto y el compromiso. La figura del líder, su aspecto y su “imagen” eran elementos igualmente determinantes. Un partido cumplía con todas las exigencias apuntadas en grado máximo. El nombre sugería unidad, moderación y democracia. Su líder, un San Luis. Nuestra inspectora, una malagueña de buena posición, inmadura y soñadora, perdía los vientos por él.
Yo era un maestro interino que ganaba veintitrés mil pesetas mensuales, más unas cinco mil de permanencias. Me hablaba emocionada de su porte, de su elegancia, de cómo se ajustaba los gemelos y los puños de la camisa. ¿Dónde habrá aprendido tanto?
El resultado lo conocéis. Ganó las primeras elecciones por goleada y c’est finie como Capri.
Algunos compañeros, rápidamente se lanzaron a la militancia activa, la mayoría, en las filas del PSUC, partido equivalente al PCE español, hoy Izquierda Unida.
En aquel tiempo yo hablaba frecuentemente con el Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona, un hombre especialmente amable y educado, vinculado a una de las más conocidas familias de Jerez de la Frontera. Transmitía tal confianza y se mostraba tan asequible, que un día le pregunté por qué no se implicaba en política. “Por integridad y coherencia”, ‑contestó.
Por entonces, compré un apartamento con piscina comunitaria, por el que debía pagar veinte mil pesetas mensuales. Atender el vencimiento de cada una de las sesenta letras me obligó a buscar un pluriempleo para todos los sábados y domingos del año, excepto Navidad… ¡Durante cinco años! Cuando la inspectora me preguntaba cuál era mi opción política preferida le decía que le contestaría cuando terminara de pagar el dichoso apartamento. “¡Eso es sinceridad!” ‑contestaba ella. “Y necesidad”, ‑pensaba yo.
Me hubiera encantado enamorarme de una u otra opción, pero en el corazón no se manda. Eran tiempos de ilusión, de sueños y promesas incumplidas. Si un partido prometía escuelas, el otro más; si uno aseguraba construir hospitales, el otro el doble; llegó a un punto la espiral de promesas utópicas, que alguien aseguraba que las ofertas sólo eran válidas para los días de campaña y elecciones. Y lo realmente grave es que terminó siendo alcalde de Madrid. En Cataluña, parece cierto que dos parlamentarios, comprometidos con un partido de origen andaluz, abandonaron sus cargos por unos cinco millones de pesetas. Esto me desanimó muchísimo.
Más tarde, empezaron en la escuela las presiones idiomáticas y el éxodo de los maestros y sus familias, tras malvender pisos y enseres, a sus tierras de origen, generalmente, Castilla o Andalucía. Es admirable que algunos de los que marcharon entonces, con lágrimas en los ojos, aún mantengan gratos recuerdos de aquel laberinto de engaños y mentiras. Cuánta generosidad. Nadie les apoyó. Nadie les defendió. Nadie se puso de su lado, que era el lado del débil y del pueblo.
Me opongo al resentimiento. Rechazo la amargura. Intento poner humor y color en todos los momentos de mi vida. Es verdad. Pero reconozco que afronté la situación política a corazón abierto y me lo destrozaron. Difícilmente podré perdonar el daño que me hicieron. De haber vivido en Andalucía, posiblemente, no sería así.
Aprendí a trabajar, a sufrir, a luchar, siempre en solitario; a amar la coherencia y a no creer en los que casi nunca dicen la verdad. Desde entonces, he buscado la compañía de personas en que se pueda confiar, cuyos actos y palabras sean coherentes y se mantengan vigentes, aunque pase el tiempo, sin desdecirse ni engañar.
¿Cuánto tiempo hace que conocimos a Isaac Melgosa, Jesús Burgos o Jesús Mendoza?
¿Cincuenta años? ¿Más? Pues su palabra y su vida siguen siendo vigentes, actuales y están plenas de integridad y coherencia.
Contemplamos asombrados el fenómeno lacerante de la emigración. Pienso que la razón de que tantas familias deban abandonar tierra y hogar se debe a la plaga de falsedades, corrupciones y egoísmos a que han sido sometidos durante años por los gobernantes de sus países de origen. ¿Qué pensarán esas generaciones de familias soviéticas que fueron seducidas por la poesía del reparto de la riqueza ‑antes, los comunistas éramos cantantes y poetas casi todos‑ y terminaron sumidas en la absoluta falta de libertad y en la miseria?
No hay mal que cien años dure ni gobierno que perdure; pero cuando los políticos se van, sus errores permanecen. Esa es la lección que no podemos olvidar.
Como os dije, intento recuperar palabras y conceptos que formaban parte de nuestro vocabulario habitual. Lealtad, amistad, coherencia, integridad y honestidad. Acepto cualquier ideología que busque la verdad partiendo de la verdad. Pero ante todo me niego a perder el sentido del humor.
RETRATO DEL POLÍTICO TRIUNFAL
Listo, vivo, competente,
duro en cada intervención…
¡Cómo miente!
Astuto e inteligente.
Derrocha ingenio maldito
en todas las ocasiones.
¡Qué cabrito!
¡Qué cojones!
P.D.‑ Agradezco sinceramente el tratamiento de ánimo e ilusión al que me sometió don Jesús el verano pasado en Valladolid. Lástima que sólo durara unas horas.
Barcelona, 17 de septiembre de 2005.
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