Banderas, símbolos y parafernalias

…Y la calle iba encendida de colores ondeantes, sembrada de banderas…

Multitudes se agolpan en comunión de sentimientos intuidos más que pensados, colgados del pincho de la identidad colectiva, un día sí y otro también, por las calles y avenidas de nuestras ciudades. Un día sí y otro también…

Llevaban hace unos años pancartas reivindicativas de corte laboral, con eslóganes al uso y calcados una y otra vez. Y banderolas de sindicatos. Y rojas. Eran de obligado cumplimiento en el Día del Trabajo y en las circunstanciales citas contra las medidas de los gobiernos… Nada escandaloso que se aceptaba como rutinario.

También había concentraciones a favor de ETA o alguna de sus filiales del País Vasco, allá en su tierra. Nada que no se esperase. Todos en piña. Ahí asomaban, como aglutinante necesario, las llamadas “ikurriñas” legalizadas como identitarias de Euskadi. Marea de color en modelo anglo. Por Cataluña iban asomando con profusión rojigualdas cuatribarradas, del antiguo Reino de Aragón, alzadas a símbolo nacional, pero aún no eran profusas las que ahora se dicen “esteladas” que son las anteriores con estrella en astil aún no regulada.

Cuando la derecha se iba contra los gobiernos de los socialistas, se envolvía en la rojigualda de Carlos III, adoptada como española de la totalidad estatal. Real. Y nada tenía que ver la ideología que defendían en principio (como religión o enseñanza, por ejemplo) con la exhibición del paño, salvo para afirmar, por el mero poder del símbolo, la autoridad de sus pretensiones. Si a esta bandera se le volvía a poner el águila real y el yugo y las flechas, ya teníamos una variante inequívoca a favor del régimen posterior a la guerra civil.

Con esta última bandera y su asociada falangista, se anunciaban los partidarios del lado más extremo de la derecha. Tampoco había escándalo en tales muestras, que estaban muy circunscritas al 20 N y poco más. Para sus portadores, símbolos sagrados que valoraban más que otras cosas… Como antaño. Trapos de colores en realidad sin más valor que el que se le quisiese dar.

Y otros hacían lo mismo. Sacaban su estandarte rojo con la hoz y el martillo a la vieja usanza revolucionaria, como si al portarlo se realizase el milagro deseado, aunque fuese por unas horas de manifestación. Al igual que sacaban las banderas de la República. Deseos.

Viejas banderas, viejos símbolos. Usados como talismanes o amuletos. O reliquias sanadoras o milagrosas capaces de llevarnos, por su sola presencia y ondeo, a las metas deseadas. O amenazantes avisos para quienes no quisiesen entender sus mensajes. Porque los símbolos, y más las banderas, llevan sobre sí implícita la exclusión de quienes no se acojan bajo sus sombras y la bienaventuranza de quienes bajo ellas desfilen.

Y España se llenó de banderas.

Salvo la parafernalia militar, deudora de ritos muy antiguos de identificación y fidelidad al jefe y a sus propios fines, la bandera, cualquier bandera, no merece ni la devoción ni el rechazo que actualmente se les está dando. Sólo son meros signos identificativos de ideologías, de territorios, de asociaciones diversas. Aglutinantes de sus seguidores y miembros. Pero es paradójico que quienes esto dicen al referirse a algunas no lo afirman igualmente al referirse a las consideradas como suyas, con lo que de hecho invalidan lo uno y lo otro para todas. Porque convierten el mero signo en el todo, haciendo de la anécdota categoría.

Hay peste de banderas en las calles. No falta convocatoria o manifestación en la que no aparezcan, de diverso signo, según quienes convocan. Se ve que no hay que pensar mucho, únicamente llevando el palo con el trapo respectivo ya “se es” (que es lo que importa). Aunque no falten contradicciones… Por ejemplo: los que portan la bandera republicana en Cataluña ¿podrán llevarla al lado de la estelada…?; los que portan la falangista ¿desearían tenerla junto a la borbónica?

Yo siempre me he declarado a favor (bueno, no en contra) de que se porten y exhiban banderas y símbolos diversos. No se prohíban. Pues demonizar a unos u otros no sirve más que para darles razón en sus victimismos. Las fascistas lo son, cierto, al igual que las comunistas lo son, y creo que ni una ni otra doctrina mejora en nada un desarrollo democrático; con lo anterior me refiero a la ideología en sí y no a sus acomodos circunstanciales; y no “per se” debieran tener bula, según donde estén. Siendo visibles “se sabe”… Y cada cual debe evaluarlos.

El bosque de banderas es muy efectivo, es propagandístico y visualmente muy impresionante. Es cosa probada. Pero debiéramos tener la sabiduría de no perder de vista el árbol por fijarnos en el bosque. Ahora hay mucho bosque. Si se han de prohibir, prohíbanse todos los símbolos, todas las banderas, todas las parafernalias en su alrededor… Aunque creo que sería medida demasiado aburrida.

Dale color a tu vida.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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