¡Qué revuelo!

12-03-2010.
Está muy claro. España es tierra de toros y de toreros. Picasso, García Lorca, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Rafael de León, Julio Romero y Alberti, el poeta de El Puerto, han llevado la fiesta de los toros en los labios y en el corazón.
Ángeles con cascabeles
arman la marimorena,

plumas nevando en la arena
rubí de los redondeles.
La Virgen de los caireles
baja una palma del cielo.
¡Qué revuelo!
Estamos en plena decadencia de los valores patrios más genuinos. Hoy nadie comenta en las barberías las faenas de Lagartijo, Guerrita, Espartero, Bombita, Machaco y los Gallo. ¡Qué pena! Antes, cualquier barbero, en un arranque de genio y españolía, era capaz de dejar a un lado la navaja, arrebatar el babero del cuello del cliente a medio enjabonar y, allí mismo, en mitad de la barbería, abriendo el compás y parando los relojes, le pegaba cinco verónicas al aire ¡Sin enmendarse! ¡Como Dios manda! Y, a continuación, rematar con una larga afarolada. Cinco verónicas y una larga que no las mejoraba ni el mismísimo Frascuelo. La barbería se venía abajo entre los vítores de los parroquianos, puestos en pie, y los aplausos de los chiquillos mirando desde la calle.
Ya no hay barberías. Las barberías han sido sustituidas por “salas unisex”. Tampoco hay barberos; el progreso nos ha traído a unos estilistas muy finos y delicados que hablan con tonillo y dejan caer la palma de la mano con increíble suavidad. No te afeitan ni te pelan, que es lo que se ha hecho toda la vida en las barberías. Te asesoran para mejorar tu “look” y luego te endilgan un masaje capilar rico en liposomas, vigorizantes y nutrientes del cabello, para sacarte cuarenta euros más. ¡Ah! Y no paran de hablar de Pastora Vega, de su nuevo novio y del pobre Imanol Arias (que también es una forma de hablar de cuernos).
Ha desaparecido la rivalidad taurina. Cuenta Chaves Nogales que, a su regreso de Venezuela, a Juan Belmonte le hicieron en Sevilla un recibimiento entusiástico. Millares de sevillanos acudieron a la estación a recibirlo, gritando «¡Viva Belmonte!». El Puente de Triana lo cruzó como lo cruza el Cristo del Cachorro el día de Jueves Santo. Al pasar por delante de la iglesia de Santa Ana, un grupo de belmontistas entró en el templo y cogió las andas de la Virgen con la idea de subir en ellas al torero para que entrase en Triana, procesionalmente. El sacristán, alarmado, corrió a avisar al cura de la parroquia, que consiguió imponerse a fuerza de gritos y amenazas.
—¡Sacrílegos! Llamaré a la Guardia Civil —gritaba congestionado—. ¡Las andas de la Virgen para pasear a un torero! ¡Sacrilegio!
Cuando, por fin, la multitud abandonó la iglesia, el cura atrancó la puerta, se dejó caer en un sillón de la sacristía y, pasándose un pañuelo por la frente, comentó en tono lastimero:
—¡Qué barbaridad! ¡Las andas de la Virgen para llevar a Belmonte!
Luego, hizo una pausa y agregó:
—¡Si siquiera hubiese sido para llevar a Joselito!
Aquí no seremos capaces de cambiar el modelo productivo, que es el sueño de Rodríguez Zapatero; ni hacer, de una vez por todas, la reconversión industrial. Pero, si se empeñan, esta gente acaba con la fiesta de los toros para tener contentos a los que siempre estarán en permanente descontento. Dice Unamuno, en “La crisis actual del patriotismo español”, que en el fondo de los nacionalismos no hay sino una profunda aversión hacia el espíritu español y sus manifestaciones.
Hacía varios días que los servicios meteorológicos lo venían anunciando. Pues bien; nevó durante seis horas en Barcelona y la ciudad se colapsó. Los autobuses dejaron de funcionar, los accesos a la ciudad se cegaron, no había servicios de ambulancias, porque la circulación era un caos y cientos de miles de personas se quedaron sin suministro eléctrico. Pero esos políticos que pasan el día hablando de bienestar y calidad de vida, engolando la voz, mirando con desprecio y altivez a los que pagan sus impuestos, a esos políticos, a los que tanto preocupa el sufrimiento de los toros en la plaza, no se les ocurrió comprar unas toneladas de sal para evitar el sufrimiento de esos cientos de miles de ciudadanos que les pagan el sueldo. La consigna está clara: hay que terminar con la Fiesta Nacional. Precisamente por eso: por ser nacional. Y los ciudadanos, que se diviertan con los mítines y los programas de la telebasura.
Claro que siempre habrá elementos hostiles de la derecha prehistórica y retrógrada que se emocionen leyendo “La chata en los toros”, “Tus cinco toritos negros”, “Torerillo de Triana”, “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” o aquellos versos de Rafael Alberti ‑casi nadie al aparato‑, que cantaba a las mulatas de La Habana:
“Al llegar a La Habana,
una mulata.
Dos pitones en punta
bajo la bata”.
Barcelona, 11 de marzo de 2010.

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