Por Fernando Sánchez Resa.
En ciertos momentos es una novela densa, con mensaje filosófico cierto y de una profundidad que es necesario repensar, proponiendo abiertamente una revisión histórica en toda regla, muy personal y con ajustes de cuentas con el pasado familiar aleccionador, para que no se olvide que las derrotas, con el tiempo, pueden florecer y transmutarse en victorias.
Hay mucha poesía y ternura en sus recuerdos infantiles, pues suponen una psicoterapia fiel y complacida del autor, exhalando amor familiar por todos los poros, mientras el protagonista va desgranando sus impresiones de niño que mira con ojos de adulto, pues su madurez ha sido acelerada por el acontecer de la vida con el aprendizaje vicario de las personas más importantes que lo rodean y tanto le quieren, aunque sea solo la abuela Tomasa la que le exteriorice sus besos y abrazos más apretados.
Como un mensaje particular continuado, Pepe Ángel muestra su agudo historial melancólico, retratando profesiones, momentos sublimes, recogida de aceituna, preparación de los mantecados…, como un vademécum personal que puede revivir cualquiera para conocer de lleno esa dura vida de una familia de rojos, incidiendo en los hitos que la marcaron para siempre: la primera comunión y su incomprensión del misterio de la Santísima Trinidad, la altivez de su maestra, el desprecio a una familia de ateos y rojos que consigue que su hijo no crea en los preceptos católicos… Sin olvidar los cuentos orales, tan desaparecidos en nuestra “movilizada” sociedad por el sobre abuso del móvil que está consiguiendo, cada día, cosechar más ignorancia, indiferencia y soledad. Y la incultura, el fariseísmo, la mojigatería, la superstición…, que circulaban en aquella sociedad gris, de hipocresía blanqueada como moneda de curso legal.
Son, en definitiva, derrotas tristes que dejan un poso de melancolía en el lector al revivir un mundo antiguo que las nuevas generaciones de españoles no han conocido ni conocerán, como no sea mediante estos testimonios novelescos o ensayísticos. También nos habla de la muerte y otros retos con sumo valor, mencionando la dulzura y alegría del antiguo vecindario, la mudanza de casa y del barrio, la nostalgia del ayer… Toda la novela enmarca a un personaje siniestro, hijo de un ganador de la guerra y, como contraste, a otro personaje, hijo de rojos, que será la contrapartida de ese sucio mundo de trampas y martingalas sobre las que el primero se asienta. Incluso le da tiempo al narrador a tocar cómo la nueva democracia contiene ocultas trampas y falsos candidatos corruptos que la corrompen y edulcoran, provocando gran desesperanza en el pueblo que tanto esperaba de ella.
Y sigo leyendo hasta llegar al final de la novela y confirmando que Úbeda está clavaíca, incluso en la que han ido construyendo y ampliando por su parte norte y oeste, principalmente, sin olvidar ese esperpento de plaza antigua del General Saro, hoy de Andalucía, y esas librerías reconvertidas en bares, restaurantes y garitos donde se come, charla y tapea, como en toda la calle Real y sus aledaños.
El final no lo voy a contar, como es lógico, pero lean e indaguen ustedes y verán cómo todo encaja, cual puzle, tras acabar el tiempo recogiendo demasiadas derrotas. Siempre creo que es bueno informarse de todo y juzgar lo menos posible. Si solamente se lee lo que acomoda, se está de acuerdo o gratifica, nunca se podrá conocer la verdad completa que está subdividida en múltiples teselas de un mosaico, difíciles de unir y conformar.
Úbeda ya tiene en su haber otro testimonio más con el que poder contrastar el puzle de verdad-mentira (la mal llamada memoria histórica), con el que ambos bandos enfrentados publicitaron la postguerra civil española. Siempre es bueno contrastar distintas fuentes y acceder libremente a la propia verdad que cada cual aspira y ha de fabricarse, que suele ser diferente de la que los demás quieren venderle.
La ilustración de la portada también es muy original y apropiada, producto de su hija, la artista Montse Servilla Atienza, pues muestra, de fondo, unas casas en ruina, y un tarro de cristal, en primer plano, en el que una mariposa azul revolotea o trata de salir del tarro, mientras que la tierra con estiércol, elementos orgánicos y alúas o larvas blancas destacan, juntamente con un una medalla un poco enterrada, denotando ruina y desolación como resumen pictórico del argumento de la novela-ensayo que comento.
El otro día, al encontrarme con Pepe en San Lorenzo, al yo decirle que por qué no se prodigaba más escribiendo y publicando otra novela, ya que tan bien lo hace, y que sería estupendo poder disfrutarla juntamente con sus muchos lectores, pudiendo ser un gran escritor como Muñoz Molina, él me respondió sinceramente:
—Es harto trabajoso serlo, consume mucho tiempo personal y, a mi edad, no estoy dispuesto a renunciar a mis otras muchas aficiones.
Y yo le añadiría: y a no seguir viviendo como protagonista de “Tiempo de derrotas”, sino aspirando la vida cual victoria.
Torre del Mar, 6 de enero de 2019.