Por Mariano Valcárcel González.
Hube una conversación con una persona que antaño, bien antaño ya, se dedicó a reparar, montar y vender los televisores de blanco y negro que por estas tierras empezaron a llegar.
¡La televisión, qué invento! Se intuía ya el poder que podría tener y también se trabajaba para que ese poder perteneciese a unos pocos, el poder de controlar y dirigir a las masas, el poder de ser un incipiente “gran hermano” (no sabían ni sabíamos lo que este concepto podía dar de sí, ni imaginarlo podíamos). La dictadura, al igual que había controlado (casi, no olvidemos las emisiones que se lanzaban desde el extranjero, ¡ah, la mítica Pirenaica!) la radio controló la televisión. Una y grande, pues solo hubo un organismo oficial para llevar todo este mundo nuevo y se fue ampliando con los años hasta tener dos cadenas y zonas de programación en varios lugares, con sus deslocalizaciones geográficas muy bien localizadas.