Sigo devanándome los sesos, casi sin querer, pero como tengo mucho tiempo libre y tanta experiencia acumulada, por los muchos años que he vivido, me brotan recuerdos y añoranzas por generación espontánea o por sobreabundancia, cual si fuese un géiser de agua caliente que lanza miles de litros al aire para demostrar su propia identidad. Por eso, me pongo a pensar y me vienen múltiples recuerdos desagradables que he de liberar escribiéndolos. Veo al quemasangres de mi marido, que era un huevazos y que todo le resbalaba. Había que tener mucha paciencia para aguantar tanta parsimonia y cuajo en todos los aspectos de la vida…
Cuán importante y necesario es que cada pueblo o ciudad tenga su cronista oficial para poder sentir su palpitar cotidiano, así como para conocer fehacientemente su acendrada historia, guardada en documentos, libros o en la memoria viva de todos los que la habitan, especialmente de los más mayores.
Una tarde de las primeras semanas de colegio, volvíamos del recreo vespertino en silenciosas filas y subimos las escaleras que daban a la planta donde estaban nuestras aulas de Preaprendizaje y Oficialía. Nosotros teníamos la nuestra en la planta baja accediendo desde la explanada (primera, contando desde el porche y el patio de recreo), con lo que llegamos al distribuidor donde celebrábamos los ensayos de canto con Don Isaac.
Escalera de distribución del bloque de aulas
Allí estaba esperándonos un cura alto con el pelo cortado al cepillo y unas gafas con montura negra y un listón metálico en la parte superior. Estaba de pie, con los hombros algo echados hacia atrás, las manos cruzadas ante su vientre y balanceándose de atrás adelante rítmicamente. Al ver llegar al Hermano Peco, lo llamó y le dijo en un tono tal que nos permitió oírlo perfectamente:
– “Luego iré al estudio a hablar con el grupo. Que no empiecen la clase hasta que yo diga”.
Como éramos nuevos en el Colegio aún no lo conocíamos, pero a todos nos dio la impresión de que era alguien que mandaba mucho.
Los buenos lectores saben que Macondo es el pueblo ficticio colombiano (como trasunto de Aracataca, donde nació Gabriel García Márquez) descrito por el premio Nobel de literatura en las novelas: “Cien años de soledad”, “Los funerales de la Mamá Grande”, “La Hojarasca” y “Monólogo de Isabel”.
Querido y llorado MMM(M): Cuando el pasado 2 de marzo, martes, me enteré por Pepe Aranda que habías fallecido, sentí un desgarro en mi alma y en mi memoria que mal sé explicar. No me lo podía creer que tú, Manolo para tus amigos y compañeros, el súper cordial, el más extrovertido y parlanchín de los safistas de pro (aunque, mejor decir “cascabas” (hablabas) hasta por los codos, mucho y bien, en cuanto nos encontrábamos por cualquier zona de Úbeda o nos llamábamos por teléfono) te hubieses ido. No era posible aburrirse contigo pues de todo sabías y a todo le imprimías tu buen juicio y ancha dimensión.