Vicisitudes de la vejez, 25

Sigo devanándome los sesos, casi sin querer, pero como tengo mucho tiempo libre y tanta experiencia acumulada, por los muchos años que he vivido, me brotan recuerdos y añoranzas por generación espontánea o por sobreabundancia, cual si fuese un géiser de agua caliente que lanza miles de litros al aire para demostrar su propia identidad.
Por eso, me pongo a pensar y me vienen múltiples recuerdos desagradables que he de liberar escribiéndolos. Veo al quemasangres de mi marido, que era un huevazos y que todo le resbalaba. Había que tener mucha paciencia para aguantar tanta parsimonia y cuajo en todos los aspectos de la vida…


Me acuerdo -también- de los juguetes de antaño, tanto de los de mi infancia como de la de mis hijos, que no tanto de la de mis nietos y bisnietos. Para aquellos niños, una piedra y mucha imaginación, les hacían creer a pie juntillas que tenían un caballo tras la cuerda. Lo daba la edad, la inocencia y la escasez de medios económicos. Ahora, como casi todos los juguetes son con pilas y el muñeco o artefacto lo hace o dice todo, el niño o la niña poco pueden imaginar y manipular en esa situación.
Parece que estoy viendo aquel caballo de cartón que le regalamos a mi hijo Luis, en unas navidades, por mediación de los Reyes Magos, y que lo disfrutó muy poco, porque toda su afición y deseo era darle de beber agua en el pilón de las bestias del pueblo, en el que entonces estábamos viviendo; y no atendía a razones de lo que le podía pasar; hasta que en un descuido nuestro hizo lo que pretendía, pues estaba encabezonado en ello desde que se lo echaron los reyes; y lo metió por completo en el pilar de agua de las bestias para que bebiese con largueza, como los burros de verdad; por lo que primero se hinchó y luego se despanzurró con grandes llantos y aspavientos por parte de su amo. No hubo posible consuelo; solamente le calmó, con el tiempo, proporcionarle una cuerda a la que atamos una piedra; y bien que la paseaba, todo orgulloso, por todos los lugares, incluso metiéndola en el agua saliendo siempre intacta y bien lavaíca… ¡La imaginación al poder!
También recuerdo la historia que me contó mi madre, que a su vez se la había contado su abuela materna, de una familia de Úbeda -vecina nuestra- que tenía tres hijas en edad de merecer y cuando se enteraron de que iban a entrar los invasores napoleónicos a nuestra ciudad las encerraron a cal y canto (como luego harían otras familias, por otros motivos o parecidos, durante nuestra incivil guerra (1936-39) o en los años siguientes), cual topos humanos, en una cantina que tenían en la propia casa y no salieron a ver la luz del día hasta que acabó la Guerra de la Independencia (1808-14). Sus teces eran más blancas que la leche, pero gracias a ello se salvaron de ultrajes y violaciones por las que no estaban dispuestas a pasar…
A veces me pongo a reflexionar la sabiduría y el buen ojo crítico que tenían los antiguos médicos de cabecera (o de familia, como se les llama ahora) que con ver al enfermo, hacer unas preguntas sobre su salud o enfermedad, auscultarlo, observar su orina o heces fecales y poco más ya sabían diagnosticar el mal que padecía, acertando casi siempre y emprendiendo su curación o terapia con buena mano. Ahora vas al médico y, aparte de tomarte datos por un tubo en su ordenador, lo primero que hace no es auscultarte sino recetarte mucho, cuanto más males le digas que padeces más recetario obtendrás, y te mandará pruebas y análisis por doquier; y lo peor es que algunas de ellas sean arriesgadas o provocadoras de males que no tienes; con llamarle luego ellos, en su argot médico: enfermedad idiopática, yatrogenia o iatrogenia, etc. se quedan tan panchos. Desde luego lo mejor es no estar enfermo y no empezar por el vía crucis de hospitales, médicos y pruebas porque es para llorar y hay que pedirle al Señor tener mucha suerte.
Cuando veo a esas mujeres moras o musulmanas tapadas hasta las cejas y ellos vestidos a la europea me da un no sé qué. ¿Cuándo llegarán a ver y practicar un mundo más igualitario que no sirva para tenerlas uncidas al varón de turno que haya en la casa? Me acuerdo mucho de los talibanes y la escabechina que están haciendo con todas sus mujeres e hijas mientras el mundo occidental anda mirando para otro lado. ¡Me da tanta pena y desesperación…!
Tengo algún biznieto de Erasmus o Séneca. Según me explica mi nieta preferida, los primeros son estudiantes que se van a Europa para cursar diversas materias de la carrera que han escogido, mientras los segundos hacen lo mismo, pero simplemente cambiando de universidad en cualquier parte de España, con sus 17 autonomías. Así es como observo que ellos (incluidas ellas, por supuesto) tienen una facilidad pasmosa no solamente para aprender idiomas y otras costumbres de los países en los que residen, sino que disponen de tanto tiempo y dinero que aprovechan cualquier fin de semana o puente para ir visitando los distintos países europeos, como podíamos hacer nosotros en nuestro tiempo o la generación siguiente, al desplazarnos, desde Úbeda (Jaén) a Sabiote, El Mármol o a la capital del Santo Reino, con motivo del viaje de novios que por entonces solamente lo hacían los ricos, pues los pobres bastante teníamos con ir comiendo y malviviendo…
No puedo acabar esta expansión personal sin hablar de Putin, Ucrania y la guerra de siempre, más la nuclear que está detrás cual espada de Damocles…
Creíamos que la guerra ya no iba con nosotros los europeos y que nuestra vida iría cada día mejor, viento en popa y, sin embargo, parece como si nos hubiese tocado padecer algunas de las plagas que Egipto tuvo en tiempos de Moisés, pues no me dirán ustedes que con la pandemia de la Covid que todavía padecemos y el batiburrillo social y económico que nos ha traído, la lluvia de sangre de las tierras saharianas, las gotas frías o DANAS, las sequías intermitentes, las olas de calor y de frío, etc.; en definitiva, todo lo que estamos viendo de un tiempo a esta parte nos hacen estar más cerca del pasado que del futuro…
Por todo ello, por desgracia, he llegado a una firme conclusión: que los malos siempre ganan aunque en novelas, películas o teatro, durante mucho tiempo, se haya llevado darles un final feliz para que ganasen los buenos; pero observo que es totalmente falso: la cruda realidad que nos circunda así me lo confirma…
Sevilla, 20 de marzo de 2022.
Fernando Sánchez Resa

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