Querida amiga Ana:
Era lunes (3 de enero), temprano, casi recién estrenado el año 2022, cuando recibí un duro WhatsApp enterándome de tu fallecimiento la noche anterior. Sabíamos de tu enfermedad mortífera y traicionera, pero nunca pensábamos que nos ibas a dejar tan súbitamente. ¡Tu pecho exhaló su último suspiro…! En esos momentos fueron pasando por mi mente tantos y tantos recuerdos entrañables, algunos más sencillos y otros estelares o grandiosos en los que tú eras la protagonista principal, pues te habías marchado al Cielo de los cristianos para encontrarte con tus padres y familiares buscando el descanso eterno.
Aunque mi impresión fuera de pena y congoja por tu falta, meditando, me di cuenta que -por otro lado- habías dejado de sufrir en tu carne mortal; y más desde que se te declaró abiertamente esa enfermedad traicionera el verano pasado, aunque tú llevabas tiempo con dolores varios que te hacían cada día más dura tu existencia.