Día a día estoy notando pequeños cambios en mi cuerpo cual si me estuviese plastificando. Y los entendidos en la materia me dan la razón: todos los días -quien más, quien menos- nos comemos una tarjeta de crédito de plástico -en pequeños trocitos- que van mezclados con nuestra comida o bebida. Si como pescado, el plástico va en su estómago y órganos; si apetezco verdura, como todo viene envuelto en plástico; si meto cualquier alimento en el frigo, el plástico me es imprescindible… Ídem pasa con los embutidos, pan o derivados, carne, etc. No sé adónde llegaré ni si mis órganos vitales se irán trocando en plástico puro o alguna de sus múltiples modalidades. Tampoco sé si mis sentimientos y emociones se apagarán definitivamente o quedarán petrificados. Incluso cuando me muera, hasta es posible que me reutilicen para fabricar nuevos cacharros de plástico que se vendan en cualquier mercadillo o bazar.
Mira por donde resulta que uno de los tótem más preciados de nuestra sociedad (el plástico) se nos ha convertido en alimento imprescindible y cotidiano. ¡Quién lo diría cuando se inventó en Estados Unidos, allá por 1860, al ofrecer un gran premio para quien pudiera sustituir el marfil para fabricar bolas de billar, siendo el vencedor John Hyatt, quien inventó el celuloide, que a su vez dio origen a la industria cinematográfica!
Por eso, no será de extrañar que -poco a poco- nuestros cuerpos vayan mutando y, al cabo de los años o de varias generaciones, se constituyan en seres humanos de plástico moldeable; al fin y al cabo, lo que los políticos van buscando y esperan de todos nosotros: ser tontas y miméticas marionetas de sus deseos…
Así -en un futuro, no demasiado lejano-, en lugar de hacer un enterramiento clásico del difunto (en su nicho o lugar en la tierra; o en la urna del crematorio para guardar sus cenizas y/o expandirlas por cualquier lugar deseado por el muerto o sus familiares), una vez convertidos en plásticos virtuales o reales, nos usen para hacer cualquier cacharro o adminículo de este material multiusos y podamos tener una nueva vida, aquí en la Tierra que no en el Cielo, bien en el mismo hogar, en el que nos fuimos plastificando lentamente; o quizás en otro ajeno, en donde nos tengan –incluso- más aprecio del que procedemos. A lo peor, podremos ser almoneda vergonzante en cualquier mercadillo o bazar contemporáneo. ¡No sé si lo resistiré, ni si viviré para contarlo!
¿Qué puedo hacer contra ello? No lo sé sinceramente. Creo que ha llegado el momento de decidirme si quiero ser plástico o humano; o quizá mejor elija ser un híbrido que sepa aprovechar la doble condición de humanoide plastificado…
Sevilla, 28 de noviembre de 2019.