Todo, buenas intenciones

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Siguiendo el desasosegante argumentario del artículo anterior, me he internado sucintamente en ciertos personajes y biografías que ratifiquen, al menos en parte, lo que allí expuse, o sea la perturbadora influencia de la utilización excesiva del raciocinio intelectualoide, como base para la imposición de ciertas posturas radicales que pueden llegar a concretarse en programas también radicales sobre la población y los estados.

Sabemos que en la Revolución Francesa tuvieron importancia decisiva los enciclopedistas (en su vertiente doctrinal) y, muy especialmente, luego sus aplicados discípulos Robespierre, Dantón (ambos abogados) y Marat (médico y científico); los tres nombres más representativos de la época del Terror. Sin embargo, sus estudios y conocimientos no les llevaron a utilizar la razón razonadamente, sino muy sectariamente. Los monstruos goyescos.

Los anteriores sirven de paradigma.

Luego y siguiendo la estela de estos otros, personajes de origen burgués e incluso aristocrático y nunca analfabetos, sino instruidos y con estudios muchas veces superiores, y titulaciones y carreras, se decantaron por pasar a la actividad política derivada las más en opciones y aplicaciones totalitarias o dictatoriales. Y ahí radica cierta característica de todos ellos, luego máximos teorizantes de las doctrinas izquierdistas que llevarían y llevan a los fraccionamientos y enfrentamientos entre sus distintas escuelas; la imposición de alguna de ellas (o de sus caudillos) sobre las otras determinó y determina el predominio ideológico, político y militar sobre un territorio concreto de la misma.

No hay duda de que todo procede de la Ilustración, de aquello que se resumía en el “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Así, estas élites intelectuales se consideraron y consideran los guías que llevarán al pueblo poco concienciado políticamente (por su incapacidad intelectual y cultural, claro) a las metas más sublimes y adecuadas para su bienestar, aunque nunca las hubiesen ni imaginado. De otra forma, autodenominados también como vanguardia, pioneros, etc.

Es por tu bien, pueblo amado, no te quejes; todavía no lo comprendes, pero algún día lo comprenderás.

Y surgieron los Lenin, o los Trostky, o Mao, ellos todos procedentes de familias medioburguesas o bien acomodadas, incluso con sangre aristocrática alguno de ellos. Estudiantes con más o menos fortuna, que ya la tenían al poder estudiar a diferencia de bastantes (gran mayoría analfabeta) de sus conciudadanos o paisanos; claro, ¿cómo no ellos, los privilegiados, se iban a abstener de luchar por los demás, por esa masa inculta que se merecía otra cosa…? Su destino podemos considerarlo fatal; estaban fatalmente obligados a ello.

Esto es, en todo caso, el aspecto positivo; más que positivo, afirmaremos que heroico, que justifica la génesis y el desarrollo de estas personas y su irrupción en la historia. Porque no todo el mundo asumió, ni asume la responsabilidad de cambiar las cosas, de realizar un trabajo muchas veces peligroso y mortal en bastantes casos, lleno de zozobras y problemas, tanto personales como familiares, en aras de los demás. Sí, es mesiánico; hemos de admitirlo y como tal honrarlo.

Lo negativo es luego la deriva que ello toma; deriva autoritaria tornada, las más de las veces, en medidas dictatoriales extremas. Y no digamos ya si se llega al culto personal (el llamado culto a la personalidad) que confunde y sublima en algo intangible, inapelable, deificado al que surgió como mero instrumento de la justicia humana contra la injusticia humana. La perpetuación del estado de necesidad, de sitio, de fragilidad de lo conseguido, si no se le defiende permanentemente contra los enemigos internos y externos (reales o ficticios). Modo de permanecer en el poder.

Y nos surge un Castro (Fidel) que cumple todos los parámetros del déspota ilustrado ayudado por un médico (también médico) argentino y visionario elevado a la santidad del icono martirizado. Y surge un criminal nato como Pol Pot, el camboyano, también de familia bien situada, que es mandado a París a estudiar (y de camino se conciencia políticamente) y que aprovecha las barbaridades sucedidas en su país y región para idear una arcadia feliz para sus paisanos, en la que son fundamentales las deportaciones en masa, los exterminios genocidas y el retroceso a la miseria de la población; todos supuestamente iguales en la socialización de la desgracia. Al igual que el tal Abimael Guzmán, también del tronco doctrinal maoísta y que tanta desgracia ha derramado.

Por llevar adelante sus elucubraciones intelectualoides, tintadas de racional génesis, estos sujetos habidos, han cometido (y otros lo siguen cometiendo) verdaderas barbaridades contra sus pueblos. Crímenes contra la humanidad. Y no se pueden analizar de otra forma, en tanto y en cuanto sus resultados lo son en todo contrarios a los fines declarados. Palabras y doctrinas huecas.

Cuando un maestro de Marinaleda, siempre sujeto iluminado desde joven, decide ir por la senda de sus ídolos políticos, adaptándola a la situación real de una Andalucía permanentemente deprimida, levanta un entramado pseudo-democrático, en el que él y sus adláteres controlan a un personal admirado por la dialéctica y las resoluciones que el líder adopta. Se hacen cosas por el pueblo y para el pueblo y se vislumbra el feliz mañana. Pero ello siempre con el coste del control de la estructura caciquil de color rojo. Sí; también de ese color puede ser un cacique y no, por ello, lo es menos que los anteriores (solo que, desde luego, no va con su reloj de oro bien visible, ni tiene barragana en Madrid). Es una vía ya experimentada. Vieja en su concepción y resultado.

Y, sin embargo, hacen falta vías que resuelvan los problemas acuciantes que nos rodean, viejos y nuevos, que no se van a resolver con los viejos métodos ni con las viejas ideas (de los unos y de los otros). Pero, claro, entonces necesitamos intelectuales que estudien, analicen y busquen los resultados. Y quienes trabajen para ello. Y nos metemos otra vez en el bucle nefasto que acabo de esbozar.

¿Qué por qué no me refiero a los de derechas extremas, fascistas y demás?, pues porque, salvadas ciertas excepciones, en estas zonas falta la intelectualidad y poco el raciocinio. Todo se mueve por impulsos, adhesiones inquebrantables, testículos armados e invocaciones a la divinidad protectora y vengadora. No ya cosas rancias; son cosas prehistóricas.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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