Por Mariano Valcárcel González.
Todo eso está muy bien, mis queridos amigos, pero hay que hilar más fino; muy fino, diría yo.
¿A qué me refiero con esta entradilla?, pues a la ligereza con la que se toma el asunto del envejecimiento nacional y, a su vez, el de la cuestión del aborto.
Pues que en apariencia son cosas antitéticas y excluyentes una de la otra. Y así es, en efecto, si tomamos al pie de la letra cada caso y vemos que, por un lado, la población envejece, que la pirámide de la misma está invertida; y, por el otro, negamos nacimientos que podrían, al menos, irla compensando. Y así es grosso modo.
A este grosso modo se acogen los defensores a ultranza de la prohibición del aborto como tabla de salvación, aparte de las creencias religiosas que lo prohíben. Que va esta civilización occidental hedonista y relativista hacia su propia perdición (cual le pasase a Roma), pues es bien cierto que las hordas inmigrantes son bastante prolíficas; ello supone no ya un aumento de población, deseado, sino la contrapartida del aumento y auge de costumbres, creencias y civilizaciones muy distintas a la nuestra y que poco a poco la han de suplantar.
Se centra la mirada, sin embargo, en esta realidad que tal vez sea imparable y se mira hacia atrás, a las glorias pasadas, siglos ha, y a lo que se fue (y no vendrá más, pese a quienes le pese). En realidad, la cabeza del avestruz metida en el agujero. Juegos de tronos rancios.
Estamos viejos. No hay más que andar por nuestras calles y plazas. Cada vez más pensionistas, cada vez más ancianos necesarios de tratamientos, necesarios de atenciones e incluso de internamientos en geriátricos (o sea, asilos). Recursos y programas que se deben atender, si no se quiere volver (¡ah, eso no!) a aquellos siglos, no tan lejanos, en los que los viejos morían prácticamente en las calles; o, tal vez, sí se quiera volver a eso, ¿qué más da?, porque en siglos gloriosos ello fue así y para eso existían las hermandades de beneficencia y caridad (en Úbeda, ese Hospital de los Honrados Viejos de El Salvador).
No, no; la solución es fomentar los nacimientos.
Cuando yo ejercía en Jódar, pueblo aledaño al mío, en mis cursos de ciclo medio me salía una media de ¡seis niños por familia, seis! Y esto hacia los ochenta del siglo anterior; luego se fue reduciendo significativamente ese promedio. ¿Causas?, en general y creo que la primera, que las mujeres se concienciaron de que no podían seguir siendo esclavas de una orden social machista e injusta, en la que su papel era el de simples instrumentos para todo lo que hubiese menester (y uno de ellos, el dejarse hacer hijos sin más).
Si vamos a otras causas generales, veremos que la sociedad cambiaba rápidamente y también cambiaban las circunstancias económicas y laborales. La mujer, en las grandes zonas industriales y económicas principalmente, trabajaba (porque era necesario aportar para mantener la casa, que con un sueldo, el del marido, ya no bastaba); así que todos lo entendieron y entendieron que tener hijos como antes ya no era viable. Además, se iniciaba eso del disfrute del ocio, válvula de escape de las rutinas diarias. Salud, dinero y amor.
Los cantamañanas de incensario y capillita pretenden que el aumento de la natalidad es ya cuestión de Estado (y en ello estamos también los demás); pero no dan fórmulas eficientes para que eso se produzca (salvo el no cometer pecado mortal, ni fornicando ni abortando). Insisto e insistiré que, mientras en España no se implante una fórmula a lo nórdico, con las facilidades no solo para dar a luz, sino también para la conciliación laboral, la atención real y eficaz de las familias y sus hijos, guarderías gratis, escolarización completa, salarios y ayudas suficientes, muchas parejas (o no parejas) se pensarán el tener o no hijos. ¿O es que pretendemos también, en honor de los gloriosos tiempos pasados, que se dejen las criaturas en esos tornos de monjas, en esos orfanatos terribles, o simplemente que después de paridos se arrojen a los ríos, a los pozos…? Eso pasaba.
¡Ah, alguien me dirá, pero no se mataban criaturas no nacidas! Y sabemos que eso es mentira, porque se mataban más de lo que se conocía, siempre tras los secretos de tapias, casuchas o grandes palacios. La doble moral.
Así que, de acuerdo, no se fomente el aborto. El aborto no puede ni debe ser un recurso por sistema y alegremente optado para desembarazarse de criaturas no deseadas. Eso de mi cuerpo es mío y con el mismo hago lo que quiero es de una radicalidad absoluta. No; apelo a la responsabilidad de las personas, que el tema no es baladí ni menor. Pero, seamos honestos, ¿facilitamos el que no se produzcan los embarazos?, ¿formamos correctamente a la juventud al respecto?, ¿el área médico farmacéutica está al alcance de todos…? No. Y, principalmente, no porque se siguen considerando estos temas bajo el prisma de la creencia religiosa, que se impone a la realidad social. Usted a sus creencias y los demás a las que tengan, ¿o no?
Tanto parloteo y autobús rodante, pero se deja que los elementos económico empresariales, las patronales grandes o pequeñas, se nieguen sistemáticamente a facilitar y compensar el esfuerzo que una familia tiene que hacer para llevar a sus hijos adelante. Les importa eso un bledo claramente. Ante el máximo beneficio, no se inclinan ante ningún otro argumento y ningún gobierno, y todavía menos los que más debieran -según dicen- defender la natalidad, les acota el terreno en aras del bien común y de la pervivencia de nuestra civilización. No quieren absentismos, no quieren bajas, no quieren menos horas; lo quieren todo ¡y al carajo los riesgos de nuestra civilización!
Por esto, todo lo que se habla hasta en ámbitos parlamentarios es en realidad inane, huero, sin sustancia ni base alguna; hablar por hablar y prometer lo que no se puede realizar; pues… ¿si se fuese a las políticas antes insinuadas, no haría falta bastante dinero público?, ¿y de dónde se sacaría si, precisamente, quienes dicen que habría ayudas a las madres, etc., etc., lo que propugnan es la bajada de impuestos? Mienten y lo saben y tratan de engañar (a los que se dejen) para justificar sus restricciones; que luego ahí te quedas tú con tu problema y ellos -se supone- con su deber religioso cumplido. Conciencias muy selectivas. Sepulcros blanqueados.
Volvamos al pasado en el que, sucediese lo que sucediese, el orden social estaba garantizado y se cumplían los mandamientos. Todas las almas salvadas.