Por Fernando Sánchez Resa.
Ha llegado el tiempo en que el hombre, cual Dios instituido en la Tierra, se ha arrogado el poder y la gloria de dar o quitar la vida a todo ser viviente, especialmente al humano, como muestra indiscutible de su poderío terrenal…
Parece que, actualmente, se está produciendo la confusión de los tiempos y del fin del mundo que ya anunciara el Apocalipsis de San Juan y otros conspicuos o lunáticos pensadores de pasados tiempos.
Ahora nos han metido, entre pecho y espalda, en la aburrida campaña electoral, el debate de este peliagudo y crucial asunto, cual patata caliente en nuestra sociedad occidental, como si fuese un accidente, comandado por los medios de comunicación y las noticias que a diario nos sirven, producto de ocultos intereses que nunca nos quieren ni van a explicar. Y que los partidos políticos, siempre ávidos del voto, de momento cazan al vuelo, en su programa electoral, con el fin de que el votante quede enganchado en este tema tan candente, crucial y espinoso.
Sobre la eutanasia se puede hablar y escribir mucho, pues no es un invento de hoy, sino que todas las civilizaciones y los humanos se la han planteado, siempre poniendo los medios o cortapisas necesarios para su asunción o rechazo.
En España, este tema viene coleando desde hace bastante tiempo con películas y casos reales que nos hacen pensar y alinearnos en uno u otro bando: el del consentimiento o la negación más absoluta; aunque debemos saber que es un continuo que tiene muchas y variadas gradaciones y casos particulares -que son casi todos- que analizar.
Tanto si se acepta sin ambages (la eutanasia), como si se prohíbe taxativamente, como viene haciéndose en España, hasta ahora, habríamos de analizar ventajas e inconvenientes de esta crucial medida legal, cuando llegue, pues se choca con múltiples aspectos legales, religiosos, personales, culturales… Mejor ver primero los cuidados paliativos necesarios.
Partiendo de mi escasa sabiduría del tema, creo que las sociedades avanzan irremisiblemente (aunque también, a veces, retroceden, pues la historia de la humanidad no es un progreso continuado en todos los aspectos), por lo que deben dar respuesta acertada a muchos interrogantes y problemas que se van presentando con el devenir del tiempo. Sobre legislar sobre la eutanasia hay que hilar muy fino pues, como todo en la vida (pasó con el invento de la pólvora y otros muchos avances o invenciones), se puede tomar el rábano por las hojas y convertir una media legal en obligatoria -pudiendo ser inaceptable- y en un medio de poderío ajeno a la propia persona -que la ha de tomar o no- despojándole de su propia voluntad a la hora de la llegada de la muerte anunciada.
La eutanasia se debe regular en todos los casos para que sea el individuo en su sano juicio quien mejor y acertadamente decida, tras unos condicionantes vitales establecidos, para poner fin a su vida -o no-; pero que no sea el Estado, la clase médica, los familiares más cercanos, etc., quienes por intereses espurios (económicos y pecuniarios, principalmente) los que tengan la última palabra en este tema y sirvan para que se liquide fácil y llanamente al viejo, indigente, depravado, enfermo terminal…, de manera fulminante y beneficiosa para alguien que no sea el propio individuo que es quien debe tomar verdaderamente la decisión vital de vivir o morir, siempre lógicamente en momentos de lucidez mental y no de obnubilación y confusión total.
Que no nos pase como en algunos países vecinos, creo en Holanda, que han regulado este asunto, y se está produciendo un éxodo masivo de personas mayores que no quieren ser pasto fácil de las garras del Estado, compañías financieras o de familiares interesados para que se les envíe al otro mundo sin consultarles siquiera, pues así el Estado no tiene que gastar tanto dinero en pensiones o los familiares interesados pueden disfrutar de una golosa herencia que el anciano tarda en donar…
En fin, el tema da para mucho y es muy importante estudiarlo detenidamente, sin andar a tontas y a locas, y menos cuando hay elecciones próximas de por medio, para que se legisle correctamente, pues todo ciudadano tiene derecho a su bien morir (ya no estamos en la Edad Media, pensando en que cuanto más se sufra en la vida más cacho de cielo se tendrá…) y de no estar enchufado a una máquina o padeciendo dolores horribles e inaguantables de por vida, si ese no es su deseo auténtico. Tampoco la eutanasia se debe programar como si de una pastilla para la tensión se tratase y tomarla alegremente, en cualquier momento complicado de nuestra existencia, por el simple hecho de tirar la toalla sin luchar al respecto.
Como se dice muchas veces por mi entorno: ¡Que Dios nos pille confesados!
Úbeda, 19 de abril de 2019.