Por Fernando Sánchez Resa.
Los sevillanos hicieron lo mismo con el mito del navegante; contándonos la amarga anécdota de Cristóbal Colón con Rodrigo de Triana que fue quien cantó realmente «Tierra a la vista»; y cómo la reina Isabel había prometido un buen traje y 10.000 maravedíes (con los que se podía vivir varias generaciones) al primero que avistase y dijese que estaba ya América en el horizonte.
Por eso Colón, a la vuelta del viaje, se lo quitó a Rodrigo argumentando que tenía dos testigos en la Santa María, en la que viajaba, siendo el primero en avistarla antes que lo hiciera Rodrigo de Triana desde la cofa de La Pinta en la que estaba. Por ello, éste renegó del cristianismo, se volvió musulmán -se dice que era de familia morisca- y volvió a la fe de sus ancestros. Nos refirió, también, los nombres distintos con los que se le conocía: Juan Rodríguez Bermejo; Rodrigo Bermejo; Rodrigo Pérez Acevedo; y que no era sevillano, sino de Lepe. De paso nos enteramos de lo que significa la expresión “mandarte al carajo”: era que te subieras al castillo del palo mayor a cantar lo que se veía. Ahora ha derivado en otro significado bien distinto.
Alberto tuvo tiempo hasta para hablar de Magallanes y su circunnavegación al mundo, al responder a una pregunta de los asistentes y aprovechó también para recordar que el corredor fluvial Sevilla-Sanlúcar de Barrameda era muy importante en aquella época, mucho más que Cádiz-Puerto de Santa María-Rota. Los de Sanlúcar siempre se sentían más sevillanos que gaditanos. Allí también tenían vinculación, mediante tierras y palacios, tanto María Luisa como su marido.
Barragán, como una enciclopedia andante, fue contando anécdotas y cosas curiosas, así como todas las vicisitudes que pasó el constructor de la Plaza de España, el arquitecto Aníbal González Álvarez-Ossorio, cuyo monumento la preside, pero no mirando hacia el centro sino a otro lado, queriendo demostrar con ello sus autores (Manuel Nieto López, Guillermo Plaza Jiménez y Manuel Osuna Llinares; que, además, tuvieron el detalle de imprimir, en la parte baja e interior del monumento, las manos de sus propios hijos) cómo le mancillaron su proyecto originario de ser una plaza semicircular, colocándole una gran fuente de chorros de agua en su centro neurálgico, que cercena su vista central. Relató también las muchas calamidades y vicisitudes que pasó este hombre de extracción humilde, aunque le fueron costeados sus estudios por un primo o tío y anduvo por Europa haciéndose un gran arquitecto. Lógicamente murió en la miseria, pues le hicieron trabajar duramente, como se hacía por entonces, estando siempre en la cuerda floja y pidiéndole el ayuntamiento que él anticipase siempre el dinero de todos los proyectos, y que los ejecutase hasta que se lo reintegrase cicateramente el consistorio hispalense. Por ese motivo, paró la obra de la Plaza de España hasta tres veces, no pudiéndola terminar, porque se fue -como dijo el guía- «cinco minutos antes de que lo echaran». Posteriormente, quisieron enmendar su mal trato o comportamiento, cuando murió Aníbal González Álvarez-Ossorio, comprando unas casas y terrenos el ayuntamiento y haciendo una suscripción popular para que la viuda y sus hijos no pasaran tantas calamidades como había pasado él. Así de ingrata es nuestra España, en demasiados momentos históricos de su existencia, con algunos de sus hijos más ilustres o valiosos.
Nuestro guía nos recuerda y asegura que a Miguel de Cervantes no le hubiese gustado que le pusieran la pequeña escultura o torso en la calle Entrecárceles, solamente porque, cuando estuvo en Sevilla, permaneció en la cárcel…
Y terminó contándonos los últimos años de la infanta Luisa Fernanda, al verse empañados por las sucesivas muertes de varios de sus hijos: María Amelia (1870), Luis (1874), María de las Mercedes (1878), María Cristina (1879) y de su marido (1890). Y cómo residió, casi toda su vida adulta, en el Palacio de San Telmo de Sevilla con su marido. En su viudez, se retiró a una pequeña extensión al norte de San Telmo, a disfrutar del fin de sus días en un castillete de estilo neomudéjar, hoy conocido como «el costurero de la Reina», antes de morir en el palacio sevillano de San Telmo, el 1 de febrero de 1897 a los 65 años de edad.
A los tres años de quedar viuda, cedió buena parte de los jardines del Palacio a la Ciudad de Sevilla. Estos jardines serían inaugurados en 1914 como el Parque de María Luisa. Sus restos acompañarían a los de su esposo y a varios de sus hijos en el Panteón de Infantes del monasterio de San Lorenzo del Escorial, legando en su testamento el palacio de San Telmo a la Archidiócesis de Sevilla y siendo reformados los jardines que había cedido la infanta a Sevilla «para que los conserve como recuerdo mío», tal como dejó en su testamento. También donaron a la ciudad otros espacios ajardinados, de los que hoy disfrutan los sevillanos, y tuvieron un paseo aristocrático, en sustitución del de La Alameda, junto a la Puerta de Jerez.
Sevilla vive hoy en día el turismo, tal como lo proyectaron María Luisa y los Montpensier, puesto que cualquiera puede visitar esta hermosa ciudad, incluido el pueblo llano, y no como antes que solo era turista o viajera la clase aristocrática. También habrá que agradecerle a esta dama la entronización y erección de la Semana Santa, que ahora viven los sevillanos casi todo el año, pues apoyaron a muchas cofradías y crearon alguna más, ya que tenían una visión distinta a la de su época, en la que los días más grandes en Sevilla eran principalmente el Día de la Cruz y el Corpus, siendo la Semana Santa más de celebración interior en las iglesias o catedral, sin que salieran casi los santos a la calle. Y a partir de ellos (María Luisa y su esposo), se ha magnificado la Semana Santa, su exorno y paseo por las calles principales, aminorando el impacto de la Santa Cruz y el Corpus. Paradojas de la vida…
Ya, en la despedida, nos encontramos ante el Pabellón Real de la Expo 1929 y entre los dos museos más importantes de esta zona: Museo Arqueológico y Museo de Artes y Costumbres, con dos arquitecturas muy diferentes y temáticas, diametralmente opuestas pero complementarias, pues si el Museo Arqueológico comenzó para albergar lo que se recogía o expoliaba de Itálica (siendo enterados que, próximamente, cerrará sus puertas para hacer recuento de lo que albergan sus inconmensurables y ricos almacenes subterráneos), el Museo de Artes y Costumbres fue una creación de la Expo del 1929.
Allí nos explicaría, Alberto, el desastre económico que supuso esta exposición universal que pensó cuajarse y hacerse en 1914; pero que se hizo realidad en 1929, quedando el ayuntamiento hispalense tan mal parado económicamente que ni para pagar la luz tuvo en bastantes años. Pero así son las cosas en la vida. También nos anunció que el próximo fin de semana se haría un ágape al estilo romano en Itálica y que, en próximas fechas, se realizará otra tournée por diferentes sitios emblemáticos de Sevilla, recordando a mujeres sevillanas importantes pero olvidadas y en la que se leerá el primer manifiesto feminista escrito por una sevillana desconocida por todos los asistentes.
Un cálido aplauso final y la diáspora consiguiente de todos los asistentes sirvieron para que el sol les infundiese más calor y ánimo y que cada cual pudiese buscar -con prontitud- su sustento material, puesto que no solo de cultura y bellos recuerdos viven la mujer y el hombre…
Sevilla, 11 de noviembre de 2018.