Por Fernando Sánchez Resa.
Es domingo plenamente otoñal de nublada amanecida, con visos de lluvia que en el transcurso de la mañana no se formalizarán, pues el sol irá ganándole la partida a las nubes, convirtiéndose en día primaveral con dejos de caluroso.
Y es que esta joya, llamada Sevilla, da para esto y mucho más, precisamente cuando habíamos quedado, a las once, en la Puerta del León del Alcázar de Sevilla con Alberto Barragán, empleado de la empresa Cultura Antiqua, para materializar la tercera ruta del otoño feminista que se ha marcado este año el ayuntamiento hispalense. Y de camino, para que nos explicase largamente, durante tres horas, con su vasta cultura histórica y artística, la dura y valiente vida de María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón (Madrid, 30 de enero de 1832 – Sevilla, 2 de febrero de 1897, a la que la mayoría de los asistentes solamente conocíamos por el más hermoso y romántico parque sevillano que lleva su nombre) que fue infanta de España, desde su nacimiento, y duquesa de Montpensier al casarse con Antonio de Orleans (1824-1890), duque de Montpensier e hijo del rey Luis Felipe. La visita haría cierta la promesa hecha en el folleto que nos entregaron días atrás: que nos sumergiríamos en su vida y en la forma de sobreponerse a las adversidades, la pérdida de hijos, su riqueza e influencia y su recuperación personal. Y que las relaciones entre los duques de Montpensier y la reina fueron a menudo difíciles, lo mismo que dentro del mismo matrimonio.
Un ambiente festivo se respiraba por todos los aledaños del Alcázar, el Archivo de Indias y la Catedral, con diversas tribus de turistas nacionales e internacionales pastando cultura, sosiego e historia, en un ambiente lúdico y distendido, mientras los cocheros y sus coches de caballos portaban, por doquier, alegría, garbo y ocupantes de todo el orbe terráqueo, aunque siempre ganando por goleada los chinos o japoneses.
Mediante explicaciones oportunas y abiertas a cualquier pregunta de los asistentes, nuestro guía comienza resumiendo (sin micro, para no molestar al resto de turistas que pululan a nuestro alrededor) en lo que va a consistir esta ruta feminista, en la que haremos, además de la parada inicial, las siguientes: el lateral este de la antigua Fábrica Real de Tabacos; ante la torre norte de la Plaza de España; delante del monumento al arquitecto Aníbal González Álvarez-Ossorio, con el sol ya luciendo en todo su esplendor, aunque con alguna que otra nube dificultándole su camino; Glorieta de los Pajarillos, ya dentro del parque de María Luisa, en donde multitud de gente disfrutaba del día festivo y casi veraniego; ante el Monte Gurugú, sentados plácidamente en su asiento circular que hay debajo, pues el cansancio ya iba haciendo mella en todos los asistentes; y la séptima y última parada, en el jardín-rotonda en el que se recuerda siempre a Miguel de Cervantes Saavedra con las primeras palabras del Quijote, impresas allí, pero que no pudimos realizarla porque era dominio absoluto de pedigüeños y maleantes que, con su presencia y su soez y ordinario vocabulario, terminaron por echarnos de allí, con tal de no tener problemas con ellos, y sin apenas haber comenzado Alberto la interesante explicación que nos aguardaba como colofón final.
Comenzó la visita enmarcando la época histórica en la que vivió María Luisa y su esposo, enumerando las muchas ventajas que tuvo Sevilla con ellos (especialmente con ella), pues se volcaron sobre esta ciudad haciendo renacer su Semana Santa; promocionando turísticamente la capital del Guadalquivir al modo o estilo francés o inglés: enseñando la ciudad a todo el mundo y no solo a la clase pudiente como se venía haciendo siempre; restaurando y poniendo en valor muchos edificios y palacios sevillanos; dotando a esta ciudad de jardines al estilo francés que ya habían sido pioneros, cuando se hizo la Alameda de Hércules; mas, como luego se fue olvidando, hubo de copiarse a los franceses.
En definitiva, María Luisa, quería que el pueblo se educase y fuese culto, al contrario de su marido que siempre estuvo obsesionado con ser rey (incluso queriéndose casar con su hermana Isabel II, sin que ello fuera posible) y que tuvo un carácter difícil, sin ser querido por el pueblo; y que se le complicase -aún más- sus altas pretensiones áulicas, cuando tuvo un duelo con el primo de su esposa, el infante Enrique de Borbón, hermano del rey consorte, en un paraje cercano a Leganés, en el que el infante resultó muerto al segundo tiro. Los últimos años de su vida matrimonial se distanciaron e incluso estuvieron separados físicamente, pues él permaneció en Madrid o Sanlúcar de Barrameda y ella en Sevilla, haciendo todo por este pueblo grande y amado al que siempre tuvo María Luisa en su retina y corazón.
En el lateral de la Fábrica de Tabacos, sede actual de la universidad hispalense, nos estuvo explicando cómo se cuajó la Ópera Carmen, mostrando un arquetipo inventado de mujer cigarrera, andaluza y trianera que nunca existió, pero que fue producto del trabajo de transformación romántica de la Sevilla de entonces. También nos desveló curiosidades interesantes: como que se tocaban dos veces las horas en esta fábrica, a las horas en punto y a los tres minutos, para que hombres y mujeres, respectivamente, no se encontrasen; o cómo la mujer tenía que llevarse a sus críos al trabajo de cigarrera, porque no tenía con quién dejarlos; la negativa de los hombres a que entrasen a trabajar en esta fabrica las mujeres, incluso habiéndose comprobado que por su piel y habilidad hacían mejores cigarrillos que ellos; y la lucha continuada del contrabando contra el tabaco que salía de este recinto, aun teniendo foso, rejas y cárceles de nobles o pueblo llano propias, que las había en este recinto franco, en donde no mandaban las autoridades exteriores sino las que allí estaban constituidas.