Por Fernando Sánchez Resa.
Me cuenta ella, tan graciosamente, cómo le vino el apodo de “El Seco” a su padre. Simplemente porque Tiznajo le dijo que le regalaría una escultura de hierro en forja, poniéndole debajo “El Seco”, si la aceptaba. Como Pedro Montes Morales se lo consintió, desde entonces se le conoce por este apodo. La decisión de elegir nombre para registrar el negocio de restauración familiar actual fue de lo más fácil, pues el trabajo ya estaba hecho. Bien lo cuenta el amigo JASA en su segundo libro sobre los apodos y motes ubetenses. Allí, la matriarca, ha podido dar a conocer todos sus conocimientos teóricos y prácticos sobre el arte de cocinar y el bien servir.
La saga de los Poisón, ya castellanizados, cuyo sentido originario francés era veneno (poison), proviene de la invasión napoleónica que se asentó en Úbeda, como tantos otros, y que ya no abandonarían jamás. Tan ubetenses se han hecho, que ya hasta le ponen la tilde en su o final.
Mari Tere y Gema, su hermana menor, han sabido introducir el buen estado mental y meditativo del zen en su negocio, pues en su recinto se aspira un ambiente de tranquilidad y sosiego, con hilo musical suave y sugerente, que hace subir el ánimo del cliente, especialmente después de haber comido plácidamente dos platos (o más) de su extensísima carta y rematada la faena con un postre natural o dulce, de los que a mí tanto me gustan, casero y con sabor a la Úbeda de antaño; pero sin dejar a un lado lo descubierto por la cocina moderna, sin dejarse engullir por rarezas de platos, colores, ingredientes novedosos o sensaciones extremas, siempre caminando por el sendero de la sobriedad y la cordura, casando lo antiguo con lo moderno en su justa medida. Los chupitos finales son el cohete final de la traca que en tu estómago se está celebrado para que, si aún no has conseguido el nirvana auténtico, lo alcances en un santiamén.
No es de extrañar que mucha gente famosa (Antonio Gala, José Sacristán, los integrantes de la Cofradía Gastronómica de la Cuchara de Palo, etc.) y anónima sean candidatos ideales para ser comensales distinguidos en este local.
Todo acompaña a quedarse más tiempo y volver, una y otra vez, pues allí se encuentra aquello que todo ser humano busca con más intensidad: la felicidad de saber que te atienden y te quieren, sin distinción de sexo, ideología político-religiosa o filosofía de la vida. Tú eres el cliente predilecto y como tal se te atiende. Y mientras tanto, el tiempo se detiene para poder asimilarlo todo.
En este negocio se han ido casando muchas cosas: la sabiduría soberana de la madre, María Poisón Almagro, que fue aprendida de sus padres, potenciada con la ayuda de sus dos hijas (Mari Tere y Gema, que tanto monta…), que han mantenido un negocio familiar con autonomía de campeonato, sobreviniendo a tiempos difíciles y de crisis continuadas, pero en donde la restauración y el buen servicio al cliente siempre han sido la tabla de salvación en su vida cotidiana.
Deseo y espero que podamos disfrutar por mucho tiempo de este típico restaurante ubetense, ya que la última generación de los Poisón viene pegando fuerte. Úbeda, Andalucía y España seguirán ganando al tener un punto de referencia y encuentro al que agarrarse para que nuestra vida sea más dulce y feliz, si nos acercamos por allí. El turismo gastronómico siempre ha sido importante, y más ahora que ha cogido unos vuelos que no deben decaer jamás, puesto que conforma la identidad ubetense.
No tendría perdón si no recordase al resto del personal de esta empresa (the staff, como internacionalmente se le llama), compuesto por las imprescindibles chicas de la cocina: Mari Ángel, Yana y Coke, que son tan competentes y especializadas, pues tienen siempre la cocina súper limpia, inmaculada y brillante. Hasta sus uniformes: rosa fuerte y negro, las cocineras, y negros, los camareros, más bien camareras, forman una bandera bicolor cual patria sanguínea común, a la que el cliente va a comer conejo al ajillo, alcachofas de temporada que te chupas los dedos, tortillas deliciosas, migas aceitosas y bien acompañadas, alubias con perdiz, el recuperado potaje de grañones, sabrosos y típicos andrajos ubetenses…; aunque la estrella de todos los platos, a mi humilde entender, sea el “Solomillo al Seco”, sin desmerecer las costillas, ternera, cordero asado, etc.; y sin olvidar los postres: tartas, gachas de temporada con su fuerte sabor anisado, profiteroles…, que te hacen paladear cada cucharadita como preciado regalo que nunca deseas acabar. Como le pasa a mi nieto Abel cada vez que nos acercamos por allí, pues pide sus natillas con nata desde que entra por la puerta y se relame con cada cucharada que toma, como si fuesen, que lo son, manjar de dioses.
Sevilla, 20 de diciembre de 2018.