Por Fernando Sánchez Resa.
¡Cómo pasa el tiempo, mi querido Abel, y cuán relativo es! Qué misteriosa y prodigiosa idea tendrás tú de él hasta que la sociedad y los que te rodeamos te amoldemos a nuestro “tempo cartesiano y con brújula” en el que nos desenvolvemos agitadamente a diario.
No son lo mismo los años que tú vas cumpliendo, en ascendencia y conquista suprema, que los que me va echando el calendario a mí, convirtiendo mi devenir en descenso agridulce continuado, paliado por tu singular presencia amorosa. Lógico que los antiguos romanos exclamaran: ¡“Tempus fugit”!, pues el tiempo comienza, en naciendo, por ser aliento fresco y esperanzado que hace crecer y brotar las facultades humanas hasta que se va convirtiendo, con el paso de los años, en un ladrón continuo de memoria, logros-fracasos y vanidades.
En este lunes, último del primer trimestre escolar, cual preludio de las vacaciones navideñas, en Sevilla ha hecho fresco, especialmente en el amanecer y al anochecer, siendo una jornada especial para ti y todos los que tanto te queremos y admiramos. Pues tanto en tu clase de primero de infantil como en Kindermundi, te has sentido protagonista soberano con el reparto de tarta de chocolate (a la que no querías perder de vista) entre tus compañeros y cantándote, todos a una, el “cumpleaños feliz”, que tanto te gusta entonar en cualquier momento del día. Para colmo, también ha sido día de adorno de tu clase por parte de los progenitores de tus compañeros, que han podido o querido acudir y a la que tu padre no ha querido faltar; así como ensayo de villancicos, que seguiréis cantándolos durante toda la semana, consiguiendo que vayan aflorando en tu memoria, espontáneamente en el camino de vuelta a casa, vocalizándolos con tu timbre de voz angelical, mientras regresabas del comedor, portando de incógnito y con milagroso paso tu propio carrito, como tantos otros días del curso, mientras un par de muchachas han quedado admiradas y sorprendidas de ver cómo éste caminaba a mi lado milagrosamente y sin ser empujado por nadie, hasta que han averiguado (al pasar a su altura) que tú ibas detrás sigilosamente, con carita y rizos de querubín.
¡Cuánto has progresado en todo desde que no te escribo! La lista sería tan extensa que daría para escribir un libro. Simplemente te voy a pespuntear algunos logros. Tu lenguaje se ha multiplicado geométricamente y ya lo entiendes todo en español, bastante en francés y algo en alemán. Como sigas así, vas a ser nuestro intérprete oficial ante los eventos y viajes que se nos presenten en un futuro. Siempre me quedarán grabados tus “qué dises”, “qué hases” y esa ch sevillana convertida en s arrastrada tan de por aquí… Tu entendimiento va captando frases, historias, órdenes y susceptibilidades de una manera pasmosa. El otro día, por ponerte un ejemplo, cuando íbamos a cruzar -tú y yo solos- el semáforo y yo te expliqué pacientemente que hasta que no estuviese el peatón verde no lo podríamos hacer, me has recriminado al momento que una mamá con su hija y una señora mayor, incluso delante de ellas, pues todavía no has adquirido la picardía social que aprenderás con el tiempo, se hubiesen cruzado en rojo y yo he tenido que darte más explicaciones de la mala educación y civismo que abunda por cualquier parte del planeta. Es una contaminación o provocación más, y no será la primera ni la última, de las que se te avecinarán para que seas fuerte, voluntarioso e inteligente y no te dejes arrastrar por la masa y el líder negativo que, desde pequeño, quiere hacerte marioneta de su persona y deseos.
Te encanta visionar “el baúl de las vocales” y “les trois cochons” (“los tres cerditos”, en versión original), siempre que llegas a casa de la abuelita, que es la que más te gusta visitar cuando sales del cole, entrando en ella con mando en plaza y diciendo, alto y claro, que lo que hay puesto en la tele no te gusta, sea lo que sea, y que quieres los dibujos (“dibusos”) animados de Bob Esponja. Pero como lo dices con tanta gracia, adobado de tu genio característico, no tenemos más remedio que hacerte caso para que, a los cinco o diez minutos, te quedes frito en el sofá…
Gracias a Dios que gozas de un apetito voraz que entrevera tus ansias de comer frutas, verduras y toda clase de alimentos y nos permite estar tranquilos, a tus padres, abuelos y educadores, pues desde bien pequeño sabes comer con las manos y, desde hace tiempo, con tu tenedor o cuchara. Es una monería verte comiendo, bebiendo o haciendo los puzles del tren o animalitos que tanto te gustan, diciendo graciosamente “me ayudas” para que alguien se siente amorosamente en el suelo, a tu lado; o montar hábilmente en tu bicicleta o moto y recorrer velozmente el pasillo de tu casa o el espacio que se te presente, teniendo que ir muy atentos contigo, pues siempre quieres llegar el primero a todo y sabes reconocer cuando otro compañero, amigo o familiar lo ha hecho antes. Tenemos que estar muy listos, pues te quieres colar deliberadamente en el ascensor solo, cual si eso fuera un juego, para subirte a la azotea del edificio…
Otro capítulo importante, son los cuentos (“puentos”, en tu argot) y las canciones que te gustan a rabiar y pacifican tus nervios, cuando se encuentran alterados por el cansancio, el disgusto, la frustración o la rabia. Te encanta pedirle a tu madre que te cante canciones en francés y a la abuelita Margarita en español, pues ya -desde pequeño- sabes distinguir quién tiene buena voz y oído; y cómo disfrutas con ello.
También te encanta ir de bares y tapas, incluso últimamente pides ir a un hotel, ya que sabes que ese lugar es mágico y es en el que mejor te lo pasas tú… ¡Ah!, y todo a la voz de ya, como decíamos o nos mandaban a los reclutas en la mili, haciendo instrucción en Viator. Y es que, en definitiva, eres un torbellino que llevas alegría y sana energía a todas las casas que visitas; especialmente, si son de tus abuelitos…
Muchas veces he pensado que, cuando seas un poquito mayor, nos vamos a ir para Úbeda los dos solos y, allí, mano a mano abuelo y nieto, nieto y abuelo, nos iremos al antiguo Cerro de la Atalaya, donde yo de pequeño jugaba cuando iba a los Salesianos. Allí construiremos una cometa grande, muy grande, y la volaremos alta, muy alta, para que desde tu Sevilla la vean tus amigos y familiares. Pienso ponerle en letras enormes este acertado mensaje: “Abel vuela tan alto que siempre va buscando el amor y la presencia de Dios”.
Sevilla, 17 de diciembre de 2018.